La presidenta brasileña, Dilma Rousseff, atraviesa por estos días un momento clave, en el que se juegan importantes definiciones sobre cómo será el escenario político y económico de América latina en los próximos años.
De cara a las elecciones presidenciales de octubre, la jefa de Estado brasileña pasó en las últimas semanas varios momentos de tensión política.
En las últimas horas, un acto de Rousseff fue interrumpido por un grupo de manifestantes que exigió que no se organice la Copa del Mundo de fútbol y que en lugar de ello se destinen más fondos públicos para Salud.
“Gente, entiendo. Ahora, por favor, estoy terminando (el discurso), los entiendo. En democracia, ellos tienen derecho absoluto a decir lo que quieran, ustedes también, pero quiero pedir lo siguiente: la gente puede hacerlo, manifestarse, siempre que no perjudique a la mayoría que está en silencio”, enfatizó la mandataria brasileña, según consignaron agencias internacionales.
El episodio fue uno más de varios que sometieron a la mandataria a una tensión política adicional, que se suma a las dificultades de un año electoral.
Abril comenzó con noticias sobre una caída en la intención de voto de la mandataria, según un sondeo dado a conocer por Datafolha.
Así, la mandataria del Partido de los Trabajadores (PT) habría perdido seis puntos en intención de voto entre febrero y abril, al pasar de 44% a 38%.
Esa merma no implicó, de todos modos, un mejor desempeño de sus rivales directos: el socialdemócrata Aécio Neves se mantuvo en 16% de intención de voto, y el socialista Eduardo Campos apenas alcanzaba el 10% de las adhesiones.
La cuestión de la seguridad volvió a colarse también en la agenda pública, a partir de una medida de fuerza de la Policía Militar estadual en el área metropolitana de la capital del estado de Bahía.
Durante la huelga se contaron múltiples hechos de violencia, con decenas de muertos y saqueos a comercios.
También se registraron violentas protestas en una de las favelas de Río de Janeiro.
En ese contexto, la gestión de Rousseff se vio también bajo tensión por una decisión de la Justicia, que determinó la creación de una comisión parlamentaria (CPI) que investigue denuncias de irregularidades que pesan sobre el ente estatal Petrobras.
Las denuncias contra Petrobras, en especial las irregularidades que la oposición plantea en el marco de la compra de la refinería de Pasadena, en Estados Unidos, apuntan a Rousseff, quien fue presidenta del consejo de administración de la petrolera.
Las sospechas surgieron a raíz de la compra, en 2006, de la mitad de las acciones de la refinería estadounidense por un valor de 360 millones de dólares.
Cada una de estas situaciones es fuertemente agitada por parte de la prensa brasileña, a la que el líder del Partido de los Trabajadores, Lula Da Silva, no pierde oportunidad de criticar y acusar de faltar a la verdad.
Ese será el contexto en el que Brasil se vea paralizado cuando la mirada del mundo se fije sobre el país, en ocasión del Mundial de Fútbol que se extenderá entre junio y julio.
Cómo se vayan resolviendo los distintos puntos conflictivos será un elemento clave de cara a las elecciones de octubre para un gobierno como el de Rousseff que aspira a liderar Sudamérica, de modo de que se convierta en una región donde se reduzcan la pobreza y las desigualdades en el marco de una mayor integración.