Esteban Guida y Rodolfo Pablo Treber
Fundación Pueblos del Sur (*)
Especial para El Ciudadano
Habitualmente en esta columna intentamos explicar las agobiantes consecuencias económicas desde sus causas políticas. En estos análisis, repetidamente, demostramos que desde hace muchos años impera un paradigma económico que prioriza los intereses individuales sobre los colectivos, generando consecuencias indeseables para los pueblos, y afectando seriamente nuestra casa común, la naturaleza.
Mayor cantidad de contaminantes en la Tierra para acelerar la producción y obtención de ganancias, aun cuando afecta la productividad a largo plazo y la calidad de vida. Aumento del dragado en los ríos para reducir los costos logísticos y hacer más rentable el negocio de las empresas más ricas del mundo (las multinacionales navieras) con impacto sobre los ecosistemas y la vida de las poblaciones ribereñas. Aumento sostenido de las exportaciones, en paralelo con los índices de pobreza y desigualdad. Explotación creciente de los recursos naturales, que se utilizan, principalmente, en los países más poderosos y desarrollados. Crisis de deuda soberana, junto con una mayor dependencia del ingreso de divisas. Hambre y desnutrición, en un país con capacidad de producir alimentos para diez veces su población… Son todos los ejemplos que hemos puesto de relieve, por aberrantes injusticias y realidades absurdas que sólo se explican desde la ambición insaciable de acumulación de dinero y poder de algunas minorías con capacidad de imponer su voluntad.
Con el objetivo de torcer el rumbo de esta situación, resulta de vital importancia comprender que la política es aquello que marca el sentido de avance del modelo económico y productivo. De lo contrario, haremos un diagnóstico erróneo que nos conducirá a caminos inconducentes como, por ejemplo, buscar un cambio ordenando de distinta manera los marcos normativos o forzando, vía impuestos, a una mejor distribución de las riquezas. Todas esas acciones podrán tener un efecto positivo inmediato, pero si no se cambian las bases, las estructuras del poder político económico, serán efímeras e insostenibles en el tiempo.
Hemos visto decenas de estos “errores” de la política nacional en los últimos diez años, que cuando se generan de forma repetitiva nos hace pensar que, en rigor de verdad, son parte de una simulación, un “gatopardismo”, con el fin de no enfrentar el verdadero conflicto (poder) y conservar estanco el orden establecido… “Si queremos que todo siga como está, es necesario que todo cambie”. Lo que parece una contradicción, resulta ser la mejor estrategia conservadora en el último tiempo (planes sociales, Precios Cuidados, Impuesto a las Ganancias, etcétera).
Por eso, si en verdad se busca terminar con las injusticias sociales, la política debe estar dispuesta a realizar cambios estructurales de orden político económico. No alcanza con maquillajes, cambios de gabinetes, ni mejoras distributivas parciales; se precisa una revolución, un Pachakuti en nuestro tiempo, un cambio de paradigma político y filosófico donde se construya otro sentido de la justicia y la libertad, para que, de una vez y para siempre, dejen der ser entendidas como privadas e individuales para transformarse en definiciones colectivas y sociales a las que el sistema económico se someta.
Sería cuanto menos inocente esperar que el necesario cambio provenga de quienes se benefician con este sistema y operan diariamente para conservarlo. Si no hay acciones políticas efectivas, y avanzan las injusticias, es porque no existe la organización y unidad del pueblo, cada vez más urgente y necesaria, para provocar el cambio planteado.
Si cuesta que esto finalmente ocurra, es también porque aquellos que ostentan el poder saben, mejor que nadie, que este sería el principio del fin de la impunidad a tanta miseria y muerte planificada. Por eso, y con el fin de impedirlo, diariamente invierten una extraordinaria cantidad de recursos para mantener un enorme aparato de dominación, que incluye medios de comunicación masivos y falsas redes sociales, políticos de falsa representación, ONGs, y un lobby permanente destinado a fragmentar la sociedad en tantas partes como sea posible, apelando a una brutal deformación histórica, de identidad, de costumbres y valores.
Al mismo tiempo, por medio de la implementación de discusiones estériles y falsas noticias, buscan aturdir y confundir al pueblo con el objetivo de evitar cualquier posibilidad de conciencia y orientación colectiva… Uno por uno, separados, cargados de frustraciones, bronca y odio, somos más fáciles de dominar. En materia económica, esto se observa también en discursos superficiales, en los que se repiten frases hechas sobre la sintomatología de una economía fallida, con ausencia total de las cuestiones básicas y urgentes que hacen a la raíz del problema y sus soluciones definitivas.
Con los mismos medios, propagandas, comerciales, series y películas, siembran el egoísmo y la violencia como ordenadores sociales. Promueven incansablemente la búsqueda de lo efímero, la sobre valorización del placer sensorial, la competencia cómo único método para ganarse la vida; ponderan la disputa en vez de la cooperación, el merecimiento individual en lugar del derecho colectivo, el carisma por encima del trabajo, la estética sobre la belleza; contraponen la urgencia a lo estratégico con el objetivo de hacerla el estado permanente, naturalizan el hecho de que todo acto y relación humana se vea sometida a la conveniencia… imponen la idea, la fatal trampa, de que todo tiene un precio. Egoísmo, violencia, caos, en cada una de las premisas.
El efecto de esta prédica es la formación de sujetos culturalmente aislados de su contexto, faltos de un espíritu de trascendencia y de la su condición humana de ser social. Así se logra reducir las posibilidades de cambio y transformación profunda, ya que ninguna gesta es producto de una realización individual, mucho más si no existe pasado ni futuro, sino apenas un presente que sólo se satisface con la idea de placer. En consecuencia, la sociedad queda inmovilizada, no porque no se manifieste en las calles, sino porque es incapaz de cambiar su propia realidad en dirección a las soluciones de su propio interés.
En las cúpulas de la política, también se ve reflejada cabalmente esta estrategia de impedir cualquier cambio estructural. Las denuncias entre ellos mismos ocupan casi la totalidad del debate público mientras que los proyectos de solución brillan por su ausencia; lo mediático posee más peso que el trabajo concreto, el estudio dedicado, la planificación consciente, la propuesta de superación. De esta forma, degeneran la política transformándola en una carrera individual por la toma del poder; la mala reputación que pesa sobre la dirigencia política tiene sus fundamentos…
Aunque con otras formas, el egoísmo también organiza a una gran parte de los sectores excluidos. Cientos de organizaciones aisladas, cada una con su referente, intentan imponer sus ideas, con sus formas y palabras exactas, en una competencia exacerbada por llamar la atención con grandilocuentes discursos y ruidosas manifestaciones. Formidables carismas que convocan a cientos o miles de seguidores, constituyendo sectas funcionales a quienes detestan. Supuestamente lejos del poder económico, pero unidos en las estructuras ideológicas, éstos terminan por impedir la indispensable comunión de las bases, vital en el objetivo de promover nuevos protagonistas y nuevas políticas.
Por esto, el problema no es “la inflación”, “el déficit fiscal” o “el Estado”, como se viene repitiendo sistemáticamente. La verdadera causa es profundamente filosófica, por lo que su solución también lo debe ser. Por eso, en todos y cada uno de nosotros, radica el inicio, la posibilidad, de un cambio profundo. Necesitamos, de manera urgente, volver a vernos y reconocernos en el otro, levantar los puentes que el sistema rompió, conducir con el ejemplo sin someter a nadie, enfocarnos en los puntos en común, que son los mayoritarios, y no persistir en el enfrentamiento destructivo por las diferencias, relacionarnos fraternalmente, reconstruir el tejido social.
La historia nos recuerda que es posible: construir comunidad es el principio de un verdadero cambio político y, por lo tanto, económico.
(*) fundacion@pueblosdelsur.org