Por Estefanía Velo y Daniel Satur – Pulso Noticias
Según el informe pericial de la Corte Suprema de Justicia Bonaerense, el cura Eduardo Lorenzo tenía una “personalidad con características de manipulación, elevado autocentramiento y egocentrismo. Una organización psíquica compleja, presentación obsesiva de imagen grandilocuente de sí que encubre una estructura psicopática perversa”.
Pasaron casi cinco meses de la extensa entrevista que dio el cura abusador Eduardo Lorenzo a quienes firman esta nota (periodistas de Pulso Noticias y La Izquierda Diario) en la administración de la parroquia Inmaculada Madre de Dios de Gonnet.
Era jueves, una noche de lluvia en Gonnet, uno de los barrios más importantes de la zona norte de La Plata. Después de llegar y golpear las manos ante un templo que estaba vacío pero con sus puertas abiertas y las luces encendidas a la espera de que comience una nueva ceremonia católica, finalmente por una puerta lateral apareció el cura abusador Eduardo Lorenzo.
Al fondo, de un lado la iglesia, al otro la casa parroquial. Ese mismo lugar donde León y otros jóvenes sufrieron diversos abusos del excapellán. “¿De qué medios son ustedes?”, preguntó (aunque ya lo sabía desde hacía rato), apenas se sentó frente a les cronistas y la camarógrafa, dentro de un pequeño cubículo que hace las veces de secretaría. A los pocos minutos, mientras se preparaba la cámara, dijo en tono amenazante “mucha gente me aconsejó que no les diera la entrevista a ustedes”. Es precisamente aquí donde quedó registrado el poder, la impunidad y la confianza en su coartada que todavía mantenía.
Lorenzo estuvo al mando de todos los capellanes penitenciarios de la provincia de Buenos Aires durante más de veinte años, un cargo altísimo como funcionario del Ministerio de Justicia bonaerense. Pasó por las gestiones de Eduardo Duhalde, Carlos Ruckauf, Felipe Solá, Daniel Scioli y María Eugenia Vidal. Todos lo bancaron pese a las denuncias en su contra y, lejos de ser echado este año por los alcances de la causa penal, fue él mismo el que decidió alejarse del cargo. Sin embargo, el Estado siguió pagándole un jugoso sueldo superior a los $ 100.000.
Durante esas semanas de invierno, Lorenzo había salido a defenderse a través de entrevistas pactadas con el diario El Día y el canal de noticias TN. En ambos casos, mate de por medio, respondió preguntas acompañado de su abogado y amigo personal Alfredo Gascón. Allí buscaba desmentir los recientes relatos públicos de Julián Bartoli, el segundo sobreviviente que lo denunció penalmente por delitos sexuales ocurridos cuando estaba a cargo de la parroquia de Nuestra Señora de Lourdes, entre fines de los años 90 y principios de los 2000. Esos abusos fueron perpetrados en un departamento ubicado en la calle 17 entre 38 y 37, donde otro joven (la quinta víctima) también sufrió sus ataques, según testimonió en el expediente judicial.
Acorralado y sin salida
El 21 de marzo la fiscal Ana Medina desarchivó la causa por abusos sexuales. Tres días después comenzó el operativo de encubrimiento por parte del arzobispo platense Víctor “Tucho” Fernández. El domingo 24 acompañó a Lorenzo en su misa dominical. El pastor cuidaba a todas las ovejas de su rebaño, ninguna se podía escapar.
Pero no todo comienza en esa fecha. A fines de 2018, La Izquierda Diario publicó: “el intendente de La Plata a los abrazos con un cura denunciado por abusador”. Por otro lado, Julio Frutos, le envió una carta al reciente asumido arzobispo Fernández. La causa se reavivó, Fernández realizó movimientos entre sus sacerdotes y Lorenzo fue ordenado a hacerse cargo de la Iglesia de Nuestra Señora del Carmen de Tolosa. Ante esa novedad, las madres de las niñas y los niños del Colegio de esa parroquia se organizaron y juntaron firmas para rechazar el traslado.
En paralelo, se escuchaba al sacerdote Fernando García Enríquez, amigo y “hermano” de Lorenzo atacando al primer denunciante. León en ese momento todavía no había tomado la decisión de denunciarlo públicamente. Insistiendo y obligando al joven para que apareciera de manera pública, Enríquez salió a hablar en nombre del excapellán.
El rechazo de las madres de Tolosa al cura Lorenzo se masificó y el arzobispo decidió dejarlo en la parroquia de Gonnet. Cierta parte de ese diálogo fue conocido a través del intercambio de “cartas” que hicieron en el diario El Día. Guarda que tanto aclarar, oscurece.
El daño y la rabia de los familiares de León, esa familia católica practicante que estuvo más de diez años ignorada por las máximas autoridades eclesiásticas, durante esos días los llevó a contactarse con un nuevo abogado y, al mismo tiempo, León (su sobrenombre elegido al momento de dar su primera nota a Pulso Noticias, La Izquierda Diario y la revista La Pulseada) relata todas las aberraciones que sufrió entre los 15 años y los 16 años, cuando vivía en el hogar Los Leoncitos.
La historia comenzó a conocerse en cada rincón de la ciudad. Hasta un grupo de artistas pintaron un mural contra los curas pedófilos y difundieron la denuncia por abusos contra Lorenzo. El mural que menos duró en la historia platense. Fue tapado en tres tandas: a la media hora, el nombre Lorenzo estaba tachado, luego a los pocos minutos se pudo observar que le tiraron cal en el dibujo de su cara hasta que finalmente fue tapado todo con pintura azul. ¿Quién dio esa orden? ¿El arzobispo, los vecinos o el mismo Lorenzo?
También se conoció la historia de Roxana Vega y Alejandro Disalvo, una pareja de la comunidad de Gonnet, quienes se preocuparon en 2008 por la seguridad de sus hijos al enterarse que el cura del Colegio Concilio Vaticano II (dependiente de la parroquia) estaba denunciado por abusos sexuales. Preguntaron en una reunión y a los pocos meses fueron denunciados penalmente por Lorenzo. Luego entre el fiscal Romero y el Juez Mateos decidieron allanarles la casa y secuestrarles su PC. Diez años después, el tres de diciembre, la justicia les devolvió su computadora.
La impunidad de toda su vida fue lo que le permitió amenazar y hostigar a las víctimas y sus familiares. Empezaban a aumentar las denuncias en su contra. Pero para contrarrestrarlo, con el apoyo de su abogado, amigos jueces (como Alfredo Villata) y otras personas de la alta sociedad, hizo efectiva esas amenazas: denunció penalmente a familiares de las víctimas, vecinos, periodistas y a ese grupo de artistas por “coacción agravada”.
Desde estos medios hemos difundido la voz de los sobrevivientes tal cual la expresaban, resguardando y respetando a las víctimas, cuestión que nunca tuvo en cuenta la curia platense. Rápidamente, al conocerse la denuncia en nuestra contra y otros medios, salió el gremio de prensa y todos los concejales locales a repudiar dicho ataque a la libertad de expresión. El cura iba por todo.
Sin embargo, de a poco le empezaban a soltar la mano. Tuvo que “renunciar” a la Capellanía general de SPB (en términos reales, se pidió licencia y siguió cobrando su alto sueldo). Llegó la feria judicial, aunque en el fuero penal no existe como tal, y entre la fiscal y la defensa del imputado intentaron hacer una maniobra para acomodar testimonios en favor del cura.
Esa acción fue denunciada por la querella y lograron reorientar la investigación. Luego de esos sucesos, la fiscal Ana Medina libró una serie de medidas: desde convocatoria a testimonios, la realización de las pericias psicológicas tanto para el imputado como para León y hasta ordenó una inspección ocular donde sucedieron los abusos, es decir, la casa parroquial y el templo de Gonnet.
Las semanas avanzaron sobre Lorenzo. Decidido a alejarse de la exposición pública, le pidió al arzobispo una licencia y abandonar Gonnet. Casi en soledad, refugiado en una casona de Cáritas, el final de noviembre y el principio de diciembre fueron letales para él. Dos nuevos testigos se sumaban a las denuncias. Sus coartadas no surtían efecto. Finalmente, el informe pericial de la Corte bonaerense obligó a la fiscal y a la jueza Marcela Garmendia a dictar el procesamiento y la prisión preventiva del cura.
El lunes 16 por la noche, con el cuerpo aún tibio del sacerdote, la fiscal Medina confirmó a este medio que Lorenzo había dejado una carta manuscrita donde desmentía todo aquello de lo que se lo acusaba. Allí también dejaba sus bienes a nombre de una única persona, sindicada como víctima por los testigos pero quien mantuvo siempre su amistad con el cura. Llamativamente la carta está fechada cinco días antes, el miércoles 11 (día en que se supo que para el Poder Judicial él era un psicópata y un perverso).
Obispos, jueces y políticos
Ante los últimos acontecimientos, mucha gente se pregunta aún cómo puede ser semejante encubrimiento de la jerarquía de la Iglesia católica a un criminal de estas características, al punto de despedirlo con una ceremonia de homenaje en el mismo lugar donde cometió muchos de sus delitos contra menores.
Desde ya que estes cronistas no tienen toda la respuesta. Pero sí se puede asegurar que gran parte de ese encubrimiento se sustenta en el extendido sentimiento de impunidad e inmunidad que detenta esta institución milenaria. Su propia historia criminal, plagada de hogueras, torturas, inquisiciones y genocidios está allí para demostrarlo.
El Arzobispado de La Plata (de íntima colaboración con las dictaduras argentinas) creyó quizás que por sentarse a la mesa de negociaciones con cada gobierno, con cada juez, con cada empresario, con cada dirigente sindical y con cada policía lograría que las víctimas de Lorenzo se callaran la boca eternamente.
Pero no fue así. Y por eso, pese a todos los intentos de hacerle el aguante hasta el último momento, la curia terminó enterrando a un Lorenzo que en el mismo acto suicida no hizo más que declararse culpable de todo.
Lorenzo ya no está. Se fue. Pero la trama de encubrimiento se queda, salvándole el pellejo a otros como él. Y el Estado, con sus ministros, jueces, fiscales, policías y penitenciarios; y con sus leyes, decretos, normativas, salarios, subsidios y exenciones impositivas; sigue sosteniendo esta trama, mirando para otro lado, haciéndose el distraído y negando sistemáticamente verdad y justicia.
Hoy Tucho Fernández se sienta a la mesa con los gobernantes, participando de “diálogos” y aportando su red de centros asistenciales para pobres, a quienes les condimenta cada plato de comida subsidiada con la promesa de paraísos de ficción si se lleva con “dignidad” la pobreza real y sin poner en cuestión la riqueza ajena.
Aquí nadie puede posar de inocente. Tal vez más de uno respiró aliviado al enterarse de que Lorenzo calló para siempre. Ahora, pensarán, que descanse en paz y que siga la joda.
Pero las cosas pueden fallar. Y cada vez son más quienes tienen claro de qué lado están esas sotanas. Y cada vez gritan más fuerte “¡Iglesia y Estado Asunto Separado¡”.