María Eugenia Bielsa juntó el jueves pasado las tempestades que cosechó desde que desembarcó en las primeras ligas de la política santafesina. El peronismo en particular y el arco político en general la aleccionaron con crudeza.
El peronismo no admite que su actitud permanente sea diferenciarse de todo y de todos. No al menos para quien se sube al tren pero al mismo tiempo exige un vagón propio para mantenerse apartada del resto. El PJ se sirvió de ella para conquistar la Cámara de Diputados, pero ni los 570 mil votos que sacó en julio harán el milagro de que le regalen una vidriera como la Presidencia de Diputados.
Hay dos razones centrales que llevaron al núcleo de sectores y grupos políticos a plantarle la candidatura de Rubeo y hacer a un lado a Bielsa. La primera está relacionada a que la presidencia de Diputados es un espacio de poder desde el cual se maneja un presupuesto de varios millones, caja, cargos (las secretarías parlamentaria y administrativas se las repartieron entre Alberto Maguid y Oscar Cachi Martínez), relaciones institucionales y políticas con otras fuerzas y con el Ejecutivo.
La segunda razón es que la quieren a María Eugenia Bielsa en el llano, quieren que vaya a pelear al barro de la política, que canalice el respaldo popular contra el oficialismo, que se convierta en la referente opositora al Frente Progresista, rol que no puede cumplir como presidenta de la Cámara. En definitiva, quieren que trabaje para el PJ y no para sí misma, a pesar de que no está ni tiene pensado afiliarse. Un histórico del reutemismo lo graficó así el jueves a la noche: “Ella hace carrera política y saca votos diferenciándose de nosotros”.
Las elecciones de julio mostraron una verdad cantada: para un electorado como el santafesino es mucho más atrayente una figura como la de María Eugenia Bielsa que la de Rubeo, Agustín Rossi, Cachi Martínez por decir algunos. Lo que no puede quedar afuera del análisis es que Bielsa eligió hacer política desde el peronismo y que eso no resulta neutro a la hora de la convivencia.
Carlos Reutemann fue la expresión por antonomasia de la supremacía de un liderazgo individualista por encima del aparato. Sin embargo, a su modo, encarnó un proyecto de poder hacia dentro del peronismo, al que condujo con mano férrea, pero al que siempre dejó respirar, abriendo y cerrando al grifo para que dé rienda suelta a sus vicios y su folclore. Siempre tuvo claro que muchos de esos hombres y mujeres eran felices si se los dejaba sentirse “incorregibles”. Y él los dejaba.
María Eugenia Bielsa encarna prácticas y una cultura política e ideológica que es el reverso de la de Reutemann. Y también del PJ santafesino. De hecho, es seguro que no le interesa liderar un peronismo en esas condiciones. Entonces, ¿cuál es su proyecto? Y cuando se pregunta por su proyecto se está preguntando por su futuro.
En los ámbitos políticos describen a Bielsa como intransigente, desconfiada de todo y de todos y personalista al extremo de exigir, en el caso de la discusión por la Cámara de Diputados, ser ella la que monopolice el diálogo con el Poder Ejecutivo y quien defina el grueso de los roles que debían ocupar los diputados del PJ. En el peronismo argumentan que fue esta pretensión la que los decidió a enfrentarla. Socialistas, radicales, el PRO, la CC y el GEN y el PDP terminaron por estallar cuando en medio de la pelea interna del PJ, ella los involucró echando un manto de dudas sobre la administración de la Cámara y anunciando auditorías contables.
Durante todo el tiempo que duró la puja con Rubeo, sobrevoló el fantasma de una intervención directa de la Casa Rosada a favor de María Eugenia Bielsa. Más allá de la foto con la presidenta, la resolución del problema quedó en Santa Fe. Agustín Rossi temió en los últimos diez días ante cada llamado de funcionarios cercanos a Cristina, como el caso de Carlos Zanini, que se tratara de la orden para bajar a Rubeo. No fue así. Hay quienes auguran que por no haber levantado el pie del acelerador Rossi pagará cuando se defina la jefatura de la bancada oficialista de Diputados. Se verá en las próximas horas.
Agustín Rossi y María Eugenia tenían destino de aliados naturales cuando el kirchnerismo daba la batalla por domar al corcoveante aparato justicialista. Eran tiempos en los que el bloque reutemista-obeidista dominaba los hilos del poder partidario y pretendía y asfixiaba a la minoría alineada con el presidente santacruceño. El Instituto de Políticas Públicas Santafesinas, que hoy es la trinchera de Rossi, en realidad fue pensado para cobijar a los dos. Sin embargo María Eugenia se corrió en el minuto inicial. Desde entonces las cosas fueron de mal en peor. La llegada de la ex vicegobernadora al Concejo Municipal en 2007 (optó por pelear una banca y no la intendencia) no tuvo la trascendencia política para el arco opositor como se auguró. Cumplió con su objetivo de ser una férrea opositora al socialismo que tanto desprecia, pero no pudo o supo usar su prestigio, votos y fuerza para hilvanar un espacio alternativo en la ciudad. Muy crítica de la relación del rossismo y el socialismo, armó rancho aparte con un bloque de dos concejales. Hoy, su capital y prestigio son un paraguas más apetecible para los desamparados del Peronismo Federal que para quienes están comprometidos con el futuro del kirchnerismo.
El momento es delicado para Bielsa. Sus actitudes personales y políticas la fueron aislando y ahora es todo el arco político el que le mostró que está dispuesto a profundizar ese aislamiento.
Además, el triunfo de la presidenta cambió el escenario en el peronismo. No es ningún secreto que los diputados del Peronismo Federal aceptan resignados sumergirse en los bloques parlamentarios de signo K; Jorge Obeid da señales claras de que está dispuesto a subordinarse al liderazgo de la misma presidenta que ni siquiera le permitió ser candidato, y así… Es decir, el proyecto de la presidenta es el proyecto de un justicialismo unido, en el que todos deben convivir con todos.
Es verdad que unido no quiere decir amontonados, y más vale que los kirchneristas santafesinos empiecen a demostrar que tienen vocación de ser algo más que “incorregibles”, lo que implica llevar a la práctica el discurso con el que disputaron el liderazgo al bloque reutemista-obeidista.
Para el caso de Bielsa, cuyo motor de crecimiento es constituirse como diferente, como distinta, con gestos de no aceptar condicionamientos de propios ni extraños, era más favorable el escenario previo a la reelección de la presidenta, donde todo estaba en discusión, la diferenciación era la regla y el kirchnerismo todavía no era todo “el” Partido Justicialista.
Como sea, esa estructura de la que Bielsa no se siente parte y esos dirigentes a los que no quiere parecerse, le presentarán batalla. Puede leerse que lo hacen porque son personeros de la vieja política; o conservadores de un orden partidario que cambia de nombres pero no de prácticas, y hasta puede coincidirse. Lo que no puede hacer Bielsa es desconocer ese poder real, con códigos internos que se modifican muy lentamente, muchas veces a velocidad más lenta que el resto de la sociedad, y con fuerte inserción territorial. Ser socia del PJ fue una elección suya, deberá ahora convivir con esas reglas o profundizar una solitaria y extensa batalla desde su incómoda posición en la que tiene un pie adentro y otro afuera.
El dilema que se le presenta no es fácil. Acaba de reafirmar que es una de las grandes mimadas del electorado santafesino y que porta valores y formas que son bien receptadas por la sociedad, pero así como están las cosas su destino parece ser un mayor aislamiento. Incluso pareciera que la presidenta la quiere cobijar, que ve en ella una figura con proyección política, pero nunca va a incendiar al peronismo santafesino para salvarla.