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EE.UU. y nuestros patriotas

El rol que jugó el presidente norteamericano James Monroe, influenciado por John Adams, que como secretario de Estado iniciaba una política expansionista continental cuando ocurrían las revoluciones independentistas latinoamericanas.

Nadie puede negar el motor revolucionario que significó para los pueblos americanos la revolución independentista del norte. Los principios de igualdad y libertad que defendieron los patriotas de las trece colonias inspiraron al resto del continente. No hubo patriota latinoamericano que no mirara hacia el norte en plena lucha independentista, buscando apoyo financiero y diplomático para el sostenimiento y profundización de la revolución antimonárquica. ¿Qué dudas podía haber para nuestros patriotas sobre la ayuda que iban a brindarles los Estados Unidos del norte, si ellos continuaban el camino republicano y democrático que los liberales yanquis habían iniciado en 1776?

Misiones diplomáticas

No fueron pocas las misiones diplomáticas, públicas y secretas, de los pueblos al sur del Río Grande que llegaron a EE.UU. en busca de apoyo. Pronto se darían cuenta los revolucionarios latinoamericanos de que los gobiernos estadounidenses ya habían abandonado aquellos principios que habían inspirado la revolución norteamericana: no hubo comisionado latinoamericano que consiguiera el reconocimiento de los Estados Unidos de Norteamérica y un apoyo oficial y explícito del Estado del norte.

Al momento de estallar las revoluciones antimonárquicas en América latina, los EE.UU. eran gobernados por la gran influencia de John Adams, que como secretario de Estado del presidente James Monroe iniciaba una política expansionista.

Basta recordar la doctrina Monroe (concebida y redactada por Adams), que advertía al viejo mundo: “América para los americanos”… claro está; para el presidente y su secretario de Estado los únicos americanos eran ellos!

Adams negó sistemáticamente el reconocimiento diplomático de las naciones latinoamericanas y sólo lo hizo una vez que estuvo claro para el mundo entero que España ya nunca recuperaría sus colonias. Fue entonces cuando EE.UU. presentó su doctrina de América para ellos.

Aliados en el Congreso

Ya sea por temor a la represalia de Europa en general y de Gran Bretaña en particular (con quienes se enfrentaron en una guerra por el control de Canadá que terminó con las tropas británicas ocupando Washington luego de la victoria en la batalla Bladensburg en agosto de 1814, incendiando sus edificios públicos, incluyendo la Casa Blanca y el Tesoro y generando un gran pavor entre los norteamericanos), o por procurar no dañar su comercio con España, Adams ignoró los movimientos revolucionarios del resto del continente. Dictó una ley de neutralidad para conformar a Europa en general y a España en particular, asegurándole al viejo mundo que no intervendría en la disputa. A la vez, se comprometía a combatir a los corsarios sudamericanos que asolaban los buques españoles y portugueses, a cambio de que España le cediera la Florida, territorio que EE.UU. necesitaba para continuar se expansión hacia el sur.

No obstante ello, los patriotas sudamericanos encontraron amigos en los EEUU. Hombres públicos que veían con agrado las luchas de los patriotas latinoamericanos.

Entre ellos, destacaban el congresista Henry Clay, que defendió incansablemente la revolución latinoamericana y presionó desde el Congreso para que el gobierno estadounidense reconociera a los estados latinoamericanos y les brindara la ayuda necesaria.

Por aquel entonces, fue nombrado cónsul en Buenos Aires Thomas Lloyd Halsey, quien prontamente toma contacto con josé Artigas y secretamente financia a los corsarios artiguistas para luchar contra los portugueses, españoles y porteños.

Dorrego en Baltimore

Halsey será el nexo entre los patriotas sudamericanos contrarios a la dictadura de Buenos Aires y los industriales y comerciantes del estado de Baltimore, deseosos de financiar la revolución. No sólo eso, sino que también brindará su ayuda a los revolucionarios expulsados por el director Pueyrredón, encabezados por Manuel Dorrego, que llegan a Baltimore y desde allí inician una campaña a favor de Artigas.

Hasta les proveerá de material para realizar panfletos antidirectoriales que él mismo se encargaría de distribuir en Buenos Aires.

Cuando Pueyrredón se entera, expulsa a Hasley y cursa una carta al presidente estadounidense Monroe pidiéndole que mande a llamar al cónsul. La derrota de Artigas en Sudamérica y el triunfo político de Adams en EE.UU., dieron por tierra el intento de alianza fraternal y marcaron el inició de la política imperialista norteamericana.

Carta del cónsul norteamericano a Monroe

El historiador uruguayo Alberto Umpierrez también hace referencia al hecho histórico: muy entusiasmado y totalmente involucrado con la causa artiguista, el Cónsul norteamericano en Buenos Aires superó los límites impuestos por el protocolo diplomático, causando la reacción iracunda del Director Supremo Pueyrredón. El 31 de enero de 1818, oficiaba éste al “Excelentísimo señor Presidente de los Estados Unidos de América, Mr. James Monroe”: “Desviándose del objeto de su comisión el cónsul de esos Estados en estas Provincias Don Tomás Halsey y tocando los extremos del abuso, no ha trepidado en favorecer los conatos insidiosos de los díscolos y perturbadores del orden público. Un acto de mi prudencia, lejos de contenerlo, le abrió un campo más franco a sus ideas. Aun con el jefe de los Anarquistas, Don José Artigas, entró en convenios sobre corso, que debían forzosamente comprometer a éstas Provincias de mi mando con el resto de las Naciones. Ha sido tanta la repetición de hechos por parte del Cónsul Halsey contrarios al sistema de las Provincias, que al fin me vi precisado a pasarle orden en siete del corriente, para que en el preciso término de veinte y cuatro horas se trasladase a cualquiera de los buques existentes en las balizas, arreglase allí sus negocios, y regresase a su país, o al punto que más le acomodase fuera de este territorio.”

Junto con Halsey también fue desterrado el mencionado Mateo Vidal. Aun así, ya resultaba imposible contener el reclutamiento y las crecientes actividades de los corsarios artiguistas a lo largo y ancho del Océano Atlántico. Aun cuando la Provincia Oriental ya no contaba con ninguno de sus puertos, porque fueron ocupados por los portugueses, las patentes de corso continuaban dando sus resultados. Incluso después de la derrota definitiva de Artigas y su internamiento en el Paraguay, los corsarios siguieron combatiendo en alta mar hasta bien entrado el año 1821. Su foco principal fue el puerto de Baltimore y, sin lugar a ninguna duda, en buena medida fruto del esfuerzo político y propagandístico del coronel Manuel Dorrego.

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