Alicia Caballero Galindo
El vocablo egocentrismo se origina en las raíces latinas ego, yo y centro; en pocas palabras es el exaltar las virtudes propias y considerarse el centro. Quien padece este vicio es incapaz de reconocer cualidades ajenas, porque se siente el centro de todo. Todos los seres humanos al empezar a vivir atravesamos por esta etapa propia del desarrollo, sin embargo, hay quienes por diversas circunstancias, generadas en su mayoría en el hogar, no logran superar esta etapa natural y se vuelve parte de ellos esta actitud convirtiéndose en algo enfermizo e inconsciente. Esta situación provoca una distorsión de la realidad y falta de objetividad para enfrentarse, tanto a la cotidianidad como a los actos trascendentes de la vida ya que las opiniones y valores de los demás siempre serán de menor valor que las propias, produciendo un estancamiento en los distintos ámbitos de desarrollo personal; porque escuchar y aprender de los demás permite crecer intelectualmente.
La competitividad de los tiempos modernos y el poco espacio de convivencia producen en los individuos un desarrollo mayor de este vicio que ha sido el móvil a través de la historia de miles de conflictos de toda índole. La soberbia, por supuesto, es hermanita gemela del egocentrismo ¡no existe uno sin la otra! Ambas son una letal combinación que constituye un lastre en el desarrollo de las actividades humanas, tanto en el campo de las artes como de las ciencias, la educación, la investigación. En todos los campos del desarrollo humano, el egocentrismo y la soberbia han entorpecido el avance natural de un conocimiento. En varias ocasiones he comentado el caso de la cultura china en la antigüedad. No compartían porque consideraban que eran brillantes y no deseaban que nadie los igualara, pero cuando abrieron sus murallas, se dieron cuenta que su aislamiento provocó su lenta evolución y que los demás pueblos los habían superado, porque el progreso de la humanidad se genera con el intercambio de conocimientos y experiencias y si no se tiene punto comparativo sobreviene el estancamiento. En el campo del arte, sobre todo, los reconocimientos a determinadas obras se dan hasta que el autor muere. Porque ya no representa una competencia para quienes siguen vivos.
Pero ¿qué impulsa a un individuo a pensar que es el “centro” del mundo? ¿Por qué algunas personas se niegan a reconocer las virtudes de los demás y a compartir lo que saben o lo que tienen? El afán de protagonismo, la inseguridad personal y la baja autoestima producen en el individuo la reacción de no reconocer el talento de alguien que se desenvuelve en su misma área y a no compartir experiencias por temor a ser superado por otros. Estos individuos actúan como la cultura china y a la larga obtendrán los mismos resultados: el estancamiento por falta de comunicación con el contexto universal. En el otro extremo tenemos a la cultura griega. Aprendían de los pueblos que conquistaban, respetaban su cultura y adoptaban algunos conceptos, al final de cuentas, tomaban lo mejor de otros pueblos para incorporarlo y superarlo. El resultado, sobra decirlo, es que este pueblo se ganó el título de Maestra de la Humanidad.
En la actualidad, los conocimientos se transforman constantemente, al grado que los libros poco a poco pierden vigencia y se recurre a internet para actualizarse constantemente. Es decir, la comunicación y el intercambio son indispensables para lograr el crecimiento intelectual y cultural. La universalidad en todos los ámbitos del conocimiento y la pluralidad en gustos, corrientes de pensamiento, de arte, de ciencia, etcétera, debe darle al ser humano otra perspectiva de las cosas. Hay espacio para todos sin detrimento de nadie, siempre y cuando no se atente contra la integridad de una nación, un individuo o una corriente de pensamiento de cualquier índole. Así como en la noche despejada cada estrella ocupa un lugar especial y posee un brillo único, en nuestro universo hay espacio para todos y el brillo de otras estrellas no opacará el propio y, al final de cuentas, cada punto luminoso en el cielo contribuye a la belleza de la noche constituida por el conjunto de estrellas que la pueblan.
El hacer, dejar hacer, compartir, saber escuchar, tener conciencia del espacio propio e intentar siempre crecer aprendiendo de los demás, son las características de las grandes figuras de la humanidad, que han marcado una huella luminosa a su paso. El camino hacia la eterna búsqueda está lleno de retos, de sueños, de aprendizaje, constancia, respeto y amor. Aprendamos a reconocer nuestro luminoso lugar en el firmamento.