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Ejercicio de memoria para el Día de la Democracia, no de la deuda

Argentina, la hija pródiga del Fondo Monetario Internacional, nunca tuvo crisis, sólo dependencia con el gran capital. En criollo: estafas. Y así se fueron cometiendo a lo largo de todo un siglo y hasta atravesándolo

Omar Marsili (*) Especial para El Ciudadano

Argentina, la hija pródiga del Fondo Monetario Internacional, nunca tuvo crisis, solo dependencia con el gran capital. En criollo: estafas. Es la función del fondo y la colaboración de los agentes locales disfrazados de economistas, endeudar, crear el “marco macro” para manejar el país. Estos “asesores” consiguen enquistarse en la política (entendamos que es política tanto la de los militares como la de los empresarios que buscan el poder y cualquiera de nosotros, aunque no lo sepamos) para generar deudas en lo posible impagables y así generar un marco en el que la economía pasa a estar por encima de la política y de los intereses de la comunidad. Después vendrán rebajas salariales combinadas con aumentos de precios con el objetivo de achicar el consumo, aumentar exportaciones, agrandar ganancias y con esas utilidades fugar capitales.

Para entender qué nos pasa como país es imprescindible agitar la memoria y sobre todo apelar a datos concretos.

En 1955, La Revolución Fusiladora encuentra un país con una industria naciente capaz de producir entre otros bienes autos y aviones, con avances en energía atómica y producción nacional de acero y petróleo, todo ello contrario a los intereses de la minoría que desde Bernardino Rivadavia a la fecha soñaban y siguen soñando con reducir la Patria al campo, a un país de mil familias. Es bueno recordar que Rivadavia regaló 8 millones y medio de hectáreas a 569 familias, y Julio Argentino Roca repartió varios millones entre una centena de familias. Nada casual. Un país para pocos que no les interesa el país, hecho que se evidencia cada vez que aparecen noticias de estafadores en el mundo: en esas ocasiones aparecen chorreras de chorros argentinos. Siempre los mismos.

En el 59 elecciones y el ganador quiere nacionalizar el petróleo que regalaron los fusiladores y volvemos a caer en las garras de la derecha. Los nombres de Álvaro Alsogaray o Adalbert Krieger Vasena o José Alfredo Martínez de Hoz o Juan Alemann aparecen todos con la matriz de endeudar al país y entregar las reservas naturales al capital extranjero. Todos ellos aplicaron la vieja estrategia de la “privatización periférica”, esa de hacer deficitarias a las empresas del Estado para entregarlas después a “expertos” que las harán rentables; eso sí: cuando se privaticen el precio será libre y la capacidad comercial libre, privilegiando a la empresa por encima de los intereses nacionales.

Menos de dos años golpe económico: cambien al presidente por el títere José Guido y volvemos a la economía y la política que favorezca a las minorías. En el 63 Arturo Illía es gobierno pero comete el error de hablar de petróleo nacional, ley Oñativia de medicamentos –los proyectos los elaboró el médico Arturo Oñativia, entonces ministro de Asistencia Social y Salud Pública– y desprecia la visita “y la ayuda” de David Rockefeller. Gobierno “tortuga” bautizan las minorías y nuevo golpe: 1966, el general Juan Onganía con su bigote prolijo tipo Chaplin propone orden y multiplica la deuda con el fondo (de 600 a 3.200 millones de dólares). La epopeya de estos traidores se extiende hasta el 73. Un corto periodo de democracia atrapada con salarios bajos y deuda impagable para caer en 1975 en el Rodrigazo, “política de shock”, nombre impactante para no decir ajuste y miseria para millones. Vienen Jorge Videla y su banda que se apoderan del país y elevan la deuda externa de 6 mil a 42 mil millones de dólares. La trampa está armada. Habrá democracia pero muy limitada. La economía estará por encima de la política y de la gente. Llega 1983 y la burla, los pobres pagarán la deuda de los ricos. Los ricos fugaron capitales, montaron empresas con deudas pero las deudas se transfieren al Estado, es decir al pueblo.

El 10 de diciembre asume Raúl Alfonsín. Propone el Club de deudores. Todos los deudores de América latina contra cada acreedor. La derecha consigue desplazar al ministro de Economía. Se va Bernardo Grinspun y las ilusiones se desvanecen: triunfa el club de acreedores. Todo lo contrario, cada país solo, contra todos los usureros juntos. La derecha representada por gente joven vuelve a tomar la economía. Golpes económicos –uno tras otro– condicionan a Alfonsín, bloqueado. Otra vez la derecha y caemos en 1990, trescientas empresas del Estado endeudadas por la dictadura de Videla son privatizadas. Las deudas quedan en el Estado y los activos en manos de particulares. La deuda externa crece y se infla.

Argentina no tiene crisis. Tiene un proyecto de país dependiente, un futuro de humillación para caer en las tristes jornadas del 19 y 20 de diciembre de 2001. Por las dudas el pueblo voto el cambio y en 2015 Mauricio Macri prometió continuar la tarea de iniciada por Rivadavia, Roca, Alsogaray o Krieger Vasena o Martínez de Hoz con la asistencia usurera de la Baring Brothers o la Fundación Rockefeller o similares. Los paraísos fiscales saben dónde y cuándo empieza lo que llaman crisis. Son socios de la misma estafa.

Lo mas curioso es que la culpa es del populismo que desde el 55 a la fecha estuvo pedazos de 1959 a 1961, 1963 a 1966, 1973 a 1975, 1983 a 1985, y de 2003 a 2015.

Triste vivir a la sombra de la memoria, aunque es peor vivir colgado de mentiras.

(*) Autor de “La deuda, el príncipe y los panurgos”