José Calero / Noticias Argentinas
El 17 de octubre de 1945 es la fecha más cara para el peronismo, que la conmemora como el “Día de la Lealtad”. Fue en aquella jornada en que los sindicatos y una formidable tarea movilizadora de Eva Duarte le permitieron a Juan Domingo Perón recuperar la libertad y erigirse al año siguiente en presidente.
Casi 75 años después, el 45 continúa siendo un número clave para la mayoría del peronismo, ahora llevado de la mano por Cristina Kirchner, aún a pesar de la resistencia de algunos gobernadores. Y 45 es el porcentaje al que necesitará llegar Alberto Fernández – elegido por la ex presidenta para encabezar la fórmula con la que espera derrotar a Mauricio Macri– en las elecciones de octubre para ser Gobierno desde el 10 de diciembre.
Si se alcanza ese nivel de votos, de nada valdrá cualquier esfuerzo de Juntos por el Cambio, ya que aunque lograra el 44% de los sufragios, el balotaje quedaría fuera de juego.
Si se confirman los datos de las encuestas, en las primarias del 11 de agosto los Fernández quedarán primeros, aventajando a Macri.
Las estrategias de campaña de cada uno son casi inversas:
Alberto Fernández, Cristina Kirchner y Axel Kicillof aceleraron en las últimas semanas para tratar de sumar las mayores voluntades posibles con el fin de alcanzar ese número mágico.
Mauricio Macri se siente más cómodo con una disputa pareja, porque sabe que entre el electorado que no vota ni a uno ni otro, ocho de cada diez podrían volcarse finalmente al oficialismo, porque son profundamente antikirchneristas.
El rol del ex jefe de Gabinete es sumar todas las voluntades posibles en el peronismo: le fue bien en la provincia de Buenos Aires con los intendentes, y también con la CGT, pero se le complicó el escenario en Córdoba, donde el gobernador Juan Schiaretti se mostró más prescindente, para celebración de la Casa Rosada.
Córdoba fue la provincia que volvió la elección de 2015, ya que Macri sacó allí casi la misma diferencia que logró a nivel nacional. El problema, para el oficialismo, es que esta vez no se repetiría el fenómeno Vidal en la provincia de Buenos Aires.
El Frente de Todos lleva en su boleta a Kicillof, un dirigente adorado por los kirchneristas y respetado por la mayoría de los peronistas, con excepción de Miguel Pichetto, quien lo considera “comunista”, y del cordobés Juan Schiaretti, incómodo con el kirchnerismo desde siempre.
Encuestas
Los sondeos –la mayoría telefónicos– indican que la candidatura de Alberto Fernández ronda una intención de voto del 40%, con alguna chance de subir al 42% si obtiene un resultado mejor del esperado con Kicillof en la provincia.
Corriendo desde atrás, Macri y la gobernadora Vidal –quien tiene una difícil parada en la provincia– apuraron el tranco en los últimos días, y mezclaron actos oficiales con la campaña.
El objetivo: reducir lo más posible la distancia con Alberto Fernández, convencido de que para octubre –casi una segunda vuelta adelantada– los votantes de Roberto Lavagna (tercero) y de José Luis Espert (cuarto), podrían volcarse al oficialismo ante el temor de que triunfe el kirchnerismo–PJ en primera vuelta.
El asesor ecuatoriano Jaime Durán Barba trazó ese diagnóstico en sus últimas apariciones en Parque Norte, y se lo transmitió en privado al Presidente.
La jugada es perder por poco en las PASO, para ganar por mucho –hablan de 3/5 puntos– en octubre.
Como ocurrió en 2011, en esta elección no habría segunda vuelta: o triunfa Alberto por alcanzar el 45%, o gana la reelección Macri por captar los votos de Lavagna y Espert –si se polarizan mucho las PASO sus electores irían con Macri en octubre porque son mayoritariamente antikirchneristas– para dar vuelta la eventual derrota en las PASO.
Los estrategas de campaña coinciden con ese diagnóstico y en que el punto débil del Gobierno es la delicada coyuntura económica y los estragos que la inflación hizo en el bolsillo de la gente.
Por eso, la Casa Rosada guarda esperanzas en que la estabilidad del dólar contenga a la clase media –muy golpeada por los tarifazos y el cierre de comercios– y que la menor inflación –rondaría el 2,3% en julio–, sumada a un aumento en la ayuda social –fluyen los bolsones de pobreza en el conurbano–, permita evitar la diáspora de los sectores más populares.
Ya se sabe que, a diferencia de 2015, no estará Sergio Massa para dividir el voto justicialista.
“Ya me tocará, o no…”, dijo un resignado Massa en su reciente visita a Córdoba junto a Alberto, casi entregado ante la posibilidad de no ser presidente.
“La única Presidencia en la que piensa ahora Sergio es la de la Cámara de Diputados”, dicen cerca del tigrense, de quien Macri dijo que para sumarse al kirchnerismo “alguna ventaja habrá logrado”.
Se sabe, en el círculo íntimo macrista a Massa lo llaman “ventajita”, y Macri no la iba a dejar pasar.
Macri y Massa están distanciados desde hace años, por distintas razones, pero sobre todo por desconfianza mutua.
Mientras Alberto y Macri dan la gran pelea, hay cierta decepción en Roberto Lavagna.
El ex ministro de Economía de Eduardo Duhalde y Néstor Kirchner –un hombre clave para superar la crisis del 2001/2002– cree ser el indicado para sacar a la Argentina de la encrucijada actual.
Durante el último verano creyó que los planetas podían alinearse detrás de su postulación, pero parece haber perdido el tren.
La certeza de una fuerte polarización instalada en esta elección conspira contra cualquier chance del ex ministro de entrar en la discusión.
Cada punto que suben Alberto o Macri lo deja más afuera de la discusión, y todo indica que ni siquiera tendrá margen para negociar sus votos con alguno de los candidatos mayoritarios resultantes de las PASO.
En el Gobierno celebran un repunte –moderado– en las encuestas, la estabilidad del dólar, la baja de la inflación y un factor que tal vez haya que analizar en profundidad en algún momento: la supuesta desorganización en la campaña de la oposición.
Pero sobre todo saludan el por ahora escaso apoyo de los gobernadores peronistas a Alberto Fernández, porque no quieren volver a estar bajo la vara de Cristina, a la que debieron soportar ocho años.
Gracias al respaldo financiero del Gobierno, los mandatario provinciales lograron transitar sus gestiones sin crisis sociales, y varios ser reelectos.
Alberto intenta revertir ese cuadro, con suerte dispar: “No soy el candidato de Cristina, soy el candidato del peronismo y de otros espacios. Mis socios van a ser los gobernadores”, prometió, pero es difícil creerle.
Es que casi todo el capital político del ex jefe de Gabinete se lo cedió –y podría quitárselo en cualquier momento– la ex presidenta.
Al fin de cuentas, la única vez que fue candidato a algo fue hace 19 años, cuando integró la lista de legisladores de la alianza Encuentro por la Ciudad.
Al frente de esa lista iba Domingo Cavallo como candidato a Jefe de Gobierno, y perdió contra Aníbal Ibarra, pero Alberto entró como legislador porteño.