A seis años de la gesta de Mayo la ex colonia de España en el Río de la Plata estaba desestructurada. Carente de un poder estable, donde los directorios aceleraron el grado de ineficiencia en conjunto con su impopularidad manifiesta, y prevaleciendo la idea de José Gervasio Artigas de no asistir con las provincias del Litoral a un congreso donde, obviamente, no se trataría la federalización de las provincias bajo el amparo de una constitución integradora, el país en ciernes incubaba el germen del litigio insalvable entre unitarios y federales. Demasiado para quienes buscarían de todas formas desprenderse definitivamente del yugo español en estas comarcas.
José de San Martín es el hombre que presiona desde Mendoza a su par de la Logia Lautaro Juan Martín de Pueyrredón: sabe que su plan será perfecto si se institucionaliza la independencia, resistida por un grupo de Buenos Aires, y conociendo de los riesgos de entrometerse en una confrontación interna. Güemes es la salvación del Norte con sus Infernales del Monte, enceguecido en una misión exclusiva y objetiva: desgastar las vanguardias altoperuanas que traen Pezuela y su superior Vigodet.
El Congreso instalado en San Miguel de Tucumán llama a sesiones el mismo 24 de marzo de 1816 para tratar de amalgamar con posterioridad un efusivo grito independentista junto con la organizada visión monárquica unificadora de Manuel Belgrano y de su segundo, el reconocido anti sanmartiniano Bernardino Rivadavia.
Artigas, el astuto oriental, sabe de antemano que si la principal provincia del país en ciernes impone sus condiciones la ahora precoz guerra interna se profundizará tiempo más tarde. La Asamblea del Año XIII y sus consecuencias no están demasiado lejos. Ya ha tenido litigios insalvables con Alvear pero va más allá de lo que claramente sostiene y defiende: la Liga de los Pueblos Libres, que es por lógica una asociación de intereses más compacta que la delicada y poco concebida unión institucional de los congresistas de Tucumán. Una verdadera organización política que se plasmaría en los ideales de un pacto federal integrador, si así se estipulara.
San Martín entiende de la situación, pero en su terquedad distintiva (no es un hombre de penar en combates internos ni de anteponer su honor ante la fragilidad política de los directorios porteños) quiere que se legalice su plan, quizás motivado por el nada incipiente imperialismo británico que hace mella en las costas del Río de la Plata abriendo nuevos mercados hacia el Pacífico.
Y el Congreso, lamentablemente, comienza a funcionar dentro de sus propias contradicciones. Hay momentos en los cuales no se sabe qué establecer o discutir. Grave para una ex colonia que intenta desprenderse del duro cordón umbilical metropolitano.
El Libertador de América intercambiaría ideas con el caudillo de la Liga de los Pueblos Libres, tiempo más tarde: “No puedo ni debo analizar las causas de esta guerra entre hermanos; lo más sensible es que siendo todos de iguales opiniones en sus principios, es decir, a la emancipación e independencia absoluta de España, debemos cortar toda diferencia. Cada gota de sangre americana que se vierte por nuestros disgustos me llega al corazón. Paisano mío, hagamos un esfuerzo, transemos todo y dediquémonos únicamente a la destrucción de los enemigos que quieren atacar nuestra libertad…”. (1)
Ambos conciben una definición política con un pronto acuerdo a futuro.
Por suerte, el propio 9 de Julio marca la acción del desconocimiento definitivo de Fernando VII y su funcionar en esta parte de América latina, en un acto en donde la mayoría de las provincias autónomas del Río de la Plata aceptan su condición de liberarse… pero dejando abierto el epílogo de la cuestión maduramente planteada. ¿Cómo institucionalizarse y ser reconocidas en un solo núcleo a partir de este momento? Porque si bien el Congreso de Tucumán declaró la legalidad de la independencia del ejercicio político de España, no anticipó la solución al problema de formar a la ex colonia en un todo homogéneo que respetara sus propias estructuras políticas provinciales y por ende las necesidades de las autonomías económicas regionalmente constituidas.
Difícil proposición frente a una perspectiva poco clara.
Belgrano, a los 46 años de edad y siendo el hombre más respetado de todas las sesiones del Congreso, tiene la palabra. Ha estado en misión diplomática en España e Inglaterra y conoce lo que es una monarquía constitucional. Ve en ella la única salida para la unión americana, tomando en cuenta que la independencia es mucho más que un grito de rebeldía patriótico apoyado por intereses circunstanciales. Su brillante mente se une al sentir americanista y propone, inteligentemente, a un descendiente del Inca para gobernar: Juan Bautista Tupac Amarú, el joven indoamericano de las letras, ahora europeo.
El creador de la bandera es resistido. Principalmente por Buenos Aires, que no acepta la moción de un hombre que siempre se opuso al control monopólico de la Aduana ni menos que aporte esas benditas ideas tan extravagantes de traer un descendiente de piel oscura y de civilización original ya acabada. El germen más revolucionario de Mariano Moreno se hizo presente una vez más para ser diferenciado y olvidado en el modelo de crear una Latinoamérica para los latinoamericanos.
Fueron demasiados los debates que tendieron a desvirtuar el proyecto solventado en las formas de los países desarrollados. Si bien posteriormente la Constitución de 1819 tomó algunas formas de la propuesta belgraniana, estableció en definitiva su impopularidad con la predominancia porteña unitaria en todos sus sentidos, reflejando la incompatibilidad de un modelo de unidad sobre otro aún sin generar pero presente, naturalmente, en los férreos caudillismos provinciales.
La gesta del 9 de Julio de 1816 se manifestó dividida de heterogéneos intereses. Buenos Aires, por un lado, tomaría de ella provecho para proclamarse defensora de un patrimonio económico localista y exclusivo, dado que la independencia de España le permitiría orientarse, en un futuro, hacia el poderoso mercado europeo, haciendo caer las sesiones de Tucumán con posterioridad bajo el pretexto de un peligro realista desde el Norte. Por otra parte, San Martín accedería por coerción a la ampliación de un circuito comercial desplazando los intereses realistas, obstinados defensores de un mercado caduco pero muy productivo con la metrópoli misma. Distinto a todos, Artigas evolucionaría, en su modo, como caudillo del Litoral, defendiendo una postura integradora y ampliamente participativa, cultivando su autonomía frente al peligro portugués en la Banda Oriental y el nada permisivo Directorio porteño. Difícil lógica para un hombre que se las ve demasiado solo para ser traicionado poco tiempo después.
La historia más conservadora de los argentinos ha visto en el 9 de Julio una forma más expresiva de describir los hechos con las mismas circunstancias que los manifiestan. Algo ha ocultado con vehemencia, sin ser la primera vez que lo hace la historiografía positivista, prescindiendo de la amplitud de los sólidos intereses en juego del Congreso que conformaron a la ex colonia del virreinato en un trágico escenario de disputas civiles. Sólo se aboca a destacar en forma inconexa la versión optativa y nada relevante de hechos y discursos. El Congreso de Tucumán no fue un hecho plausible de un propio 9 de julio. Fue más allá de eso. Por su heterogeneidad y esperables consecuencias.
(1) Cartas de San Martín a Artigas. Felipe Pigna. www.elhistoriador.com.ar. En la web se consignan las versiones de los manuscritos que el Libertador de América le enviara a Artigas respecto de las intenciones políticas y económicas de profundizar la independencia americana frente al poderío español de la segunda década del siglo XIX. Si bien San Martín fue objetado notablemente por Rodolfo Terragno de reasumir el viejo plan inglés del ministro Maitland, del cual el Libertador tuvo conocimiento en 1812 en Gran Bretaña, en esta ocasión sólo se trata de analizar el pensamiento del Padre de la Patria en el proceso independentista sin recurrir a la crítica de las causas de su accionar militar y preventivo. La carta pertenece al año 1816, meses posteriores a la declaración de la Independencia.