El testimonio dramático de un sobreviviente, la experiencia vital, real y al mismo tiempo ficcionada y puesta en escena (de eso se trata el teatro), acerca de unos años donde el desmoronamiento de todo o casi todo y la caída estrepitosa de las instituciones terminó en una gran tragedia que sería bueno que nunca se repita.
El reconocido actor porteño Alberto Ajaka, aquí también como director y dramaturgo, llegó a Rosario este fin de semana para presentar, viernes y lunes, su unipersonal La vergüenza de haber sido y el dólar de ya no ser (testimonio dramático de un sobreviviente 1997 – 2001) en la sala La Orilla Infinita, de Colón al 2100.
“En la tierra de la plata, a fines de siglo pasado, la tregua de paz (cambiaria) lograda apenas un tiempo atrás, se quiebra. Casi nadie cree lo que sus ojos ven (en las pizarras). La máscara del modelo ha caído y deja expuesto el verdadero rostro de su mentirosa perfección. La ley de convertibilidad vigente lo único que convierte es el sofá en cama para que en su colchón se eche a dormir el verde canuto. Una realidad de cartón que se desarma, y en ella, entre todas sus caricaturas, la modesta existencia de un joven Ajaka queda a merced de la tragedia que ya se anuncia”, plantea el actor a través de un texto de primera mano, al tiempo que “amontona pedazos rotos” de su biografía durante los años previos a la crisis del 2001 para armar “un rejunte indistinguible de mentiras, verdades a medias, verdades de perogrullo, y alguna que otra amarga e innegable verdad, y lo arroja precipitándolo en un aluvión personal que reclama ser creído”.
El material, que llega por primera vez a Rosario y que está dedicado a la memoria de Alberto Tito Ajaka, su padre, que falleció en agosto de 2020, tuvo su origen para acompañar la exposición 2001: Memoria del caos, de la atomización a la organización popular, que se realizó en la Casa Nacional del Bicentenario para evocar los eventos de diciembre de 2001, a dos décadas de esa tragedia que terminó con la caída del gobierno de la Alianza.
Ser o no ser
«La vergüenza de haber sido y el dólar de ya no ser es un espectáculo donde Ajaka, yo, el actor que soy, subo al escenario para interpretar a Ajaka, el otro que también soy, el personaje que es presentado como un sobreviviente que demanda que su testimonio sea escuchado, mientras relata una serie de hechos asombrosos ocurridos entre 1997 y 2001, que según él mismo asevera lo tuvieron como protagonista o como testigo; son todos acontecimientos de extraña naturaleza, plagados de incidentes y peripecias tan insólitas como inverosímil es el pronóstico que anuncia, porque dice que se va a ir toda la mierda (risas); de este modo la apacible vida del joven Ajaka tambalea resquebrajándose, al igual que la apreciada estabilidad que habíamos sabido conseguir poco tiempo atrás”, sostuvo el actor entre el testimonio documental y la ironía en una charla con El Ciudadano.
Y siguió: “Ante el riesgo de perderlo todo, empresa, amor, cordura; este muchacho embiste contra la realidad, en un combate que obviamente es inútil, y se convierte en una especie de Kamikaze lanzado hacia la muerte. En ese recorrido, transita cinco aventuras, una por cada año, que transcurren entre La Matanza y Puerto Madero bajo la sombra del padre, en busca del amor de Marcela, las garras del diablo, mientras esquiva las balas, baila salsa, construye galpones, estrella un auto, trabaja y trabaja; por la mañana atiende a los clientes grandes y en las noches cobra el doble y no pregunta. Así se endeuda para pagar y paga sobornos para vender, para comprar, para construir, para habilitar, para mantener las apariencias, el emparejamiento amoroso, la paridad cambiaria. Está tan empecinado en su fe, la industria y el progreso que se niega a otro destino que no sea el del éxito. Muy obstinado, aun cuando el fracaso se vislumbra inevitable”.
“No estoy seguro si es un espectáculo para entendidos o es un espectáculo informativo, no desde ya educativo. Pero me parece que, como todo en la vida, si lo viviste, te resonará de una manera y si no lo viviste, te resonará de otra. En ese sentido yo no me propongo absolutamente nada”, expresó el actor sobre el trabajo con el que llega a la ciudad.
Grotesco, dólares, asado y fútbol
Respecto del poder que encierra el teatro como fenómeno vivo y sobre todo cuando transita, más allá de los ficcional, ciertos aspectos de lo documental que lo ponen en relación con un presente constante, el actor planteó: “Por supuesto que el teatro sigue manteniendo esa condición de actual, una enorme vigencia incluso por encima de lo audiovisual, toda vez que esté esa presencia de lo esencial, como pasa con los clásicos, con las grandes temas universales y humanos, porque el teatro sabe de ellos».
Y en relación con esta obra, profundizó: «Me parece que la inflación y el dólar son un clásico argentino, es efectivamente por eso que este trabajo no se debe ni a mi carácter premonitorio ni a mi lucidez, habida cuenta que esto se estrenó así dos años, incluso antes de la aparición de esta derecha que hoy está de la derecha de la que ya conocíamos, que plantea este nuevo concepto de un «anarco liberalismo». Yo tengo 50 años y hacía los simbolitos de la anarquía y escuchaba a los Sex Pistols, pero evidentemente no sé qué carajo es esto. Tengo entendido que la libertad no avanza, en todo caso la libertad es un estado. Somos las personas las que nos acercamos o elegimos la libertad. Todo es como la máxima discepoliana que yo también reviso en este espectáculo y en cada uno de los espectáculos que hago junto con mi compañía, Colectivo Escalada, que son propuestas muy diferentes a ésta, donde yo solamente dirijo y son generalmente polifonías de una docena de actores. Pero sí revisito en este monólogo, como en cada obra a la que me convocan como actor, esa genialidad del grotesco que sostiene: «Tanto horror que da risa, tanta risa que da horror». No hay mucho más, supongo. Sí hay una falacia absoluta que es querer resolver con alguna medida económica lo que es un problema cultural, pero la culpa es nuestra, de todas y todos, porque no nos hacemos cargo de nuestro Talón de Aquiles y es que nos gustan los dólares porque tenemos inflación o tenemos inflación porque nos gustan los dólares. Tenemos una actividad privada a veces más culposa, a veces no, dependerá de cada uno, que es la de encanutar en dólares, que para mí es lo mismo que la mezquindad, y es una tradición tan argentina como el asado y el fútbol”.
De todos modos, aclaró: “Me parece que nosotros somos los culpables y la política tradicional, que también ha salido de nosotros mismos en todo caso niega o deja de hablar del asunto de la inflación porque nosotros no queremos escuchar. Yo puedo decir lo que pasaba en aquellos años y es lo que aventuró en el espectáculo. Por aquellos años mucha gente votó a De la Rúa porque buscaba un cambio ético y de formas, pero que no se tocara el uno a uno porque no se querían perder ni resignar el viaje anual a Cancún o tomarse ochenta caipiroskas por dos mangos en Camboriú (risas). La broma de lo personal es que mi padre, y es algo que narro en determinadas situaciones, era el que no compraba dólares porque era argentino, ése era su discurso. Entonces un poco también eso tracciona el relato de alguna forma como un adalid moral o arquetipo de la argentino perfecto a un tipo atorrante y bravo como era mi padre, y por eso, claro está, esto es una fábula”.
Para agendar
La vergüenza de haber sido y el dólar de ya no ser (testimonio dramático de un sobreviviente 1997-2001), con dramaturgia, actuación y dirección de Alberto Ajaka, que se presenta en Rosario en La Orilla Infinita (Colón 2148), ofrecerá su segunda y última función este lunes, a las 20, con una charla posterior donde el actor hablará acerca del origen del material y su proceso creativo y los temas que surjan en la platea tras la visión de la obra. Las anticipadas, limitadas, se pueden comprar en www.laorillainfinita.com.ar.