Por: Nelso Raschia / Guillermo Correa
Con mucha más pena que gloria. Abandonado, derruido, cerrado al público y en silencio, el Acuario de Rosario cumplió pocos días atrás 70 años de existencia. No hubo celebración alguna, y más bien nadie o casi nadie se enteró. Y aunque a paso lento se está poniendo en marcha un proyecto para recuperarlo (ver aparte) lo cierto es que el deterioro acumulado en años de desidia hace que todo tenga que empezar “desde cero”. Y esto ocurre justo en el momento en que la gigantesca infraestructura que se alza frente al parque Alem –que lejos de ser un simple paseo debería constituir un emprendimiento estratégico de estudio y repoblación de peces autóctonos– parece ser más necesaria que nunca. Es que durante el último lustro el Paraná quedó casi vacío de armados por una gigantesca mortandad que se supone fue producto de una bacteria; el dorado está desapareciendo aguas abajo e incluso está en peligro por la contaminación de su último gran reservorio –Río Hondo, en Santiago del Estero– y la sobrepesca dejó contra las cuerdas al sábalo, base de toda la cadena y última frontera entre un río muerto o vivo: es herbívoro, y sus huevos y alevinos son alimento para todas las demás especies.
La Estación Hidrobiológica de Rosario –tal su nombre original, cuando además dependía de la Dirección de Piscicultura, Pesca y Caza Marítima del Ministerio de Agricultura y Ganadería– se inauguró oficialmente el 5 de octubre de 1940, aunque comenzó a funcionar durante el año anterior. Los fondos para su construcción fueron aportados por los privados que usufructuaban entonces los tres diques –hoy desaparecidos– que alteraban la cuenca inferior del río Carcarañá: precisamente su objetivo central era la “repoblación íctica” del que era por aquellos años un curso más caudaloso y más estable de lo que es hoy. La cuenta era sencilla: las obras hidráulicas se consideraban un “impedimento para el libre desplazamiento de los peces” y había que actuar. Se buscaba impedir la descripción que hoy, setenta años después, hacen la mayoría –sino todos– los pescadores deportivos que acuden al Carcarañá: “No sale nada. Si no hay nada”.
El primero de los diques, recuerda el informe “Notas de la Estación Hidrobiológica de Rosario”, publicado por el Ministerio de Agricultura y Ganadería en 1949, estaba precisamente en Carcarañá, donde el río tenía entonces un ancho de 53 metros. El segundo dique se ubicaba 23 kilómetros aguas abajo, en Lucio V. López, y el tercero a 17 kilómetros de éste, en Andino.
Por entonces la descripción del Carcarañá era la de un río con “rápidos considerables” y un ancho medio de 65 metros. Todavía albergaba, en sus accidentes más profundos, surubíes y patíes de gran porte, además de dorados que se reproducían aguas arriba.
En ese esquema la primera función del Acuario era la “repoblación del río Carcarañá con especies del Paraná” y mantener bajo observación a los diques. Y la segunda, hacer “estudios hidrobiológicos” y registro de datos sobre biología de peces de agua dulce, principalmente de las especies de la cuenca paranaense.
Hoy, cuando desde distintas organizaciones se alerta que la sobrepesca y la contaminación han puesto en peligro a especies impensadas, una Estación Hidrobiológica cuanto menos se extraña. Y más cuando –nuevo conocimiento mediante– aparecen técnicas que, además de repoblar el río, significarían hasta “un gran negocio”.
Así define el biólogo Norberto Oldani, miembro de la Fundación Proteger, al “ranching”, proceso que, en lugar de incubar y criar alevinos –“Brasil invirtió millones de dólares y no consiguió nada”, dice el experto– consiste en capturar directamente ejemplares juveniles nacidos en su medio y soltarlos después de una suerte de “engorde”análogo al del ganado vacuno.
“Se paga una contribución ambiental y el excedente se puede comercializar”, explica Oldani. Así, los piletones del Acuario –y otros de emprendimientos privados que por ahora en Santa Fe sólo se dedican al Pacú– podrían servir para restaurar un ecosistema en peligro. Pondrían a salvo, por caso, al tendal que días atrás apareció flotando sin vida por exceso de materia orgánica” en la desembocadura del Ludueña.