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El agua baña la historia de Rosario con un farol engañoso, los baños públicos y las lavanderas

En Refinería hay una columna que es respiradero del acueducto más largo de la ciudad. Cómo fue el conflicto entre las trabajadoras que limpiaban la ropa y los aguateros. Dónde estaban los dispositivos para higienizarse gratis cuando las cañerías eran un sueño

El agua está ahí, no se advierte cuando alcanza y es protagonista cuando falta. O como cuando, en estos días, sale de las canillas con olor y sabor desagradable. Atraviesa la historia del hombre y sus asentamientos. La historia de la ciudad de Rosario, a la vera del Paraná, está particularmente bañada por ese líquido esencial. Objetos, dispositivos desaparecidos y trabajos perdidos en el tiempo arman relatos que datan de 1846, 1873 y 1900. El historiador Eduardo Guida Bria puso a flote para El Ciudadano recuerdos de una ciudad pasada que deja sus huellas hasta hoy en las calles o la memoria. El foco puesto en esa columna metálica que para muchos es única sobreviviente de los faroles a gas pero baja hasta un acueducto que es casi un río subterráneo. Y en la «contaminación» del río con jabón que generó un conflicto con los aguateros. Y los baños públicos gratuitos.

Un farol gas que no lo es

En la ciudad existe una columna que se confunde con el último farol a gas en Rosario sin embargo lejos, más allá que su estructura, de serlo se trata de una columna de respiración del acueducto más largo de la ciudad.

El historiador Eduardo Guida Bria explicó a El Ciudadano que «parece un farol, pero no lo es. Es una columna metálica, confundida muchas veces como el último farol a gas. En realidad, cumple la función de columna de ventilación del acueducto que une las cañerías de Aguas Santafesinas con el tanque que se ubica en la esquina de Italia y Ocampo».

El recorrido en el túnel es asombroso: la planta de potabilización, previo proceso químico, hace que el líquido se clorice en una cámara de mezcla e ingrese a un túnel de 2,60 de diámetro a 9 metros de profundidad, corra por Vélez Sarsfield, cruce bajo de la playa ferroviaria vecina, tome por Ovidio Lagos hasta bulevar 27 de Febrero y llegue a Italia y Ocampo, en donde está uno de los tres grandes depósitos de la ciudad.

Guida Brida explicó que hasta 1847 la iluminación de las calles rosarinas fue sumamente precaria. Recién ese año se contó con alumbrado público, un servicio costeado por los vecinos y que consistía en faroles alimentados a grasa de potro. Los brazos de hierro para sostener esos faroles, los construyó el herrero Bartolo Botto y para ello utilizó las cadenas de la barca estadounidense “Caledonia” que había varado y encallado frente al convento de la ciudad de San Lorenzo, el 4 de julio de 1846, como consecuencia del combate de Punta Quebracho, entre las fuerzas al mando del general Lucio N. Mansilla y la escuadra anglosajona.

El casco y los restos de esa embarcación fueron comprados por el herrero Botto al comandante Martín Santa Coloma, jefe de las fuerzas militares de guarnición en Rosario.

«Siempre se pensó que había un antiguo farol de esa época en la intersección de Monteagudo y pasaje Vértiz, en pleno barrio Refinería pero la realidad es otra: es un antiguo respiradero de la antigua Aguas Corrientes», describió.

Al pie hay una tapa de hierro con las iniciales de Obras Sanitarias de la Nación (OSN), por donde se baja al acueducto. Lleva el vital elemento al tanque, siendo el más largo de la ciudad y que recorre en forma subterránea por la avenida Ovidio Lagos.

En 1847 el herrero italiano Bartolo Botto, de paso por Rosario, construyó los brazos de hierro forjado para los primeros faroles colocados en las esquinas del poblado. Para ello utilizó las cadenas del buque norteamericano “Caledonia”, varado frente a la ciudad San Lorenzo, este hecho ocurrió el 14 de julio de 1846. Don Bartolo Botto fue el encargado de fundir el “respiradero” con la forma de farol. Hasta hace unos años en la base de la columna estaban sus iniciales que siempre colocaba en sus trabajos (BB).

A lavar la ropa

La llegada de las lavanderas a las orillas del río Paraná para realizar su tarea causaban grandes problemas a la ciudadanía toda, ya que se apostaban muy cerca de donde se sacaba el agua para luego venderlas para consumo público. Los aguadores reclamaban permanentemente al municipio que fueran retiradas estas mujeres porque ensuciaban el agua, que luego ellos debían vender. También las embarcaciones que anclaban muy cerca y arrojaban los residuos causaban muchos inconvenientes.

Este hecho fue agudizándose a partir de 1873. Los usuarios se quejaban porque decían que el agua tenía gusto a jabón. El problema se solucionó en 1874, cuando el Concejo Ejecutor Municipal dispuso que las lavanderas cumplieran sus tareas hacia el sur del muelle de Castellanos, ubicado en las proximidades de la intersección de las actuales calles San Lorenzo y Juan Manuel de Rosas.

Lavanderas en el río Paraná – 1880

 

Aseo Personal

Antes de 1888, cuando en la ciudad todavía no existía el servicio de aguas corrientes,  el agua que se utilizaba para bañarse, cocinar o beber se tenía que comprar. Los aguateros eran los encargados de vender aquel preciado producto. En los días de mucho calor, era costumbre en la mayoría de las familias, llenar la bañera y bañarse todos los integrantes con la misma agua; primero lo hacían los mayores y por último los niños.

Por esa época, el perfume más popular era el “Agua de Florida”, que se exportaba desde Nueva York. Además de perfume, tenía otras aplicaciones: colocando unas gotas sobre las sienes, servía para calmar la jaqueca y también se empleaba para recuperarse de los desmayos, aunque muchas jovencitas lo tomaban como tónico para  suicidarse. En estos casos les causaban dolorosos trastornos abdominales y a veces, la muerte.

Barranca de las Ceibas – 1868

 

Pero, ¿de dónde extraían los aguateros el agua que vendían? Hasta 1870, directamente del río Paraná. A partir de abril de ese año, pudieron hacerlo de una bomba instalada por el empresario Rodrigo M. Ross, más conocido como Míster Ross, la que también filtraba el agua. Pero no toda la población podía pagar el agua.

Aguadores

 

Recién en enero del año 1900, el intendente Luis Lamas, preocupado por la higiene en la ciudad, manda a instalar “casas de baños públicos gratuitos” para que puedan bañarse todas las personas que lo deseaban, especialmente las de la clase obrera.

El primero de estos establecimientos, era para el uso de hombres y niños y funcionó en la casa de remates de perteneciente a Lamas y Villariño, que fue cedida especialmente para ello. Las mujeres podían bañarse en el corralón del Departamento de Obras Públicas, que estaba situado en la cortada de la Plaza General Paz (hoy zona del pasaje Juan Álvarez y plaza Pringles). Al mes siguiente, la intendencia inauguró otra casa de baños gratuita en la calle San Lorenzo, entre Libertad (hoy Sarmiento) y Mitre.

Para los que podían pagar, también existían los conocidos “baños turcos”, que se podían tomar en establecimientos como el de Juan Romano, en San Martín 930. Otro similar era la casa de baños “La Cosmopolita”, de Moisés Zacks, en Corrientes 1281.

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