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El alumno díscolo de Mitre

El historiador Adolfo Saldías, discípulo de Mitre, escribió sobre el período de la Confederación Argentina “con rigor histórico”, siguió a Leonardo N. Alem en la fundación del radicalismo, integró la Logia Constancia y el Club El Progreso.

“En realidad, el iniciador del revisionismo histórico fue Bartolomé Mitre porque cuando su discípulo Adolfo Saldías fue a visitarlo y le comentó que estaba interesado en completar su historia sobre la Argentina, lo alentó a hacerlo y además le sugirió que no dejara de consultar los documentos y los archivos para darle rigor a la obra”. La frase, palabras más palabras menos, corresponde a la respuesta dada por José María Rosa, figura prominente del revisionismo histórico, a María Sáenz Quesada en una entrevista realizada en 1971.

Por más que suene paradojal, la tensa relación existente en nuestra historiografía entre, por un lado, historiadores “mitristas” o académicos, y revisionistas, por el otro, encuentra acaso su génesis en el vínculo entre Bartolomé Mitre y el joven Adolfo Saldías, en presunto diálogo entre ambos que bien podría haber acontecido como lo sugirió Rosa.

Lo primero a destacar es que nuestro personaje había nacido en Buenos Aires en 1849, esto es, escasos tres años antes de la caída de Juan Manuel de Rosas como gobernador de Buenos Aires. Fue, por tanto, parte de una generación que se percibía como posterior a Caseros. Estudió junto con otras figuras prominentes en el Colegio Nacional de Buenos Aires, obteniendo luego el título de abogado doctorándose con una tesis sobre el valor del matrimonio civil, precisamente en vísperas de la reforma que establecería esa institución de derecho civil, hasta entonces patrimonio de la administración eclesiástica.

Como parte del patriciado porteño, Saldías fue educado en el modelo de escuela sarmientina según el cual lo extranjero era lo civilizado y lo propio lo bárbaro, y en la universidad positivista de la segunda mitad del siglo XIX, siendo rector de la de Buenos Aires Juan María Gutiérrez. También destacó en su participación política: estuvo presente, durante la Revolución de 1880, del lado porteño luchando contra las fuerzas nacionales. En 1890, ya dentro de las filas de la recién constituida Unión Cívica, participó de la Revolución contra el Presidente Juárez Celman y ante la ruptura partidaria, siguió a Leandro N. Alem en la fundación del radicalismo.

Fue miembro del exclusivo Club del Progreso y existe consenso en reconocer que perteneció a la masonería argentina asistiendo a la Logia Constancia. En tales circunstancias habría participado, siendo aún joven, en 1875, de un hecho luctuoso cual fue el incendio provocado del Colegio del Salvador de la ciudad de Buenos Aires, perteneciente a la orden de los padres jesuitas.

Buscando la verdad

El Saldías historiador comprendió el sombrío panorama que hacia finales de la década de 1870 se cernía sobre el estudio y la enseñanza de nuestra historia común: tras la edición por su maestro y mentor Mitre del libro Historia de Belgrano y la Independencia argentina que finalizaba, junto con la muerte del prócer, en 1820, nada se había escrito respecto de los años siguientes. Pero había un problema: salvo el gobierno de Rivadavia, después venía Rosas, el “tirano” a secas. Como buen liberal, Saldías era furiosamente antirrosista por el prejuicio fundado en relatos omnipresentes en su juventud, pero era consciente de que no bastaba con condensar un período de veinte años bajo los rótulos de siempre y alguna u otra cita de la poco seria Tablas de sangre de Rivera Indarte.

Alentado por Mitre, su ídolo, a escribir sobre el período de la Confederación Argentina “con rigor histórico” no se privó de nada. Viajó a Europa y contactó a la hija de Rosas, Manuelita, quien le facilitó el archivo de su padre, que se había llevado al exilio todos los documentos de su gobierno, que puntillosamente había ordenado casi como si esperaran el historiador ávido de verdad que los rescatara del olvido.

Como afirma José María Rosa “encontró los documentos más valiosos de la historia argentina. Las cartas recibidas por Rosas de San Martín, Alvear, Palmerston, Belzú, Oribe, Sarratea, Guido, Manuel Moreno; borradores de los escritos oficiales y notas diplomáticas, informes reservados de sus ministros en Londres, París, Washington y Río; proyectos de artículos de periódicos, carpetas con antecedentes de los problemas políticos. Veinte años de una época trascendente.” Y agrega: “Absorto leyó y meditó. Empezó a comprender lo que era patria, lo que era pueblo, lo que era soberanía, lo que era victoria y lo que era traición”.

Curiosamente, la aplicación rigurosa del método histórico cambió, sin que Mitre pudiera imaginarlo, el concepto que tenía de una época. Así vio la luz su obra Historia de la Confederación Argentina en cuyas páginas destacaba, sin omitir señalar que Rosas gobernó con “mano dura”, que la acusación que le hizo Urquiza de no querer organizar políticamente el país era infundada, puesto que allí estaba el Pacto Federal de 1831 que actuó, al decir de Saldías, “como una constitución de hecho, bosquejada a grandes rasgos”. Y al mismo tiempo narraba a los argentinos que el “tirano” supo defender, con el respaldo del pueblo, la soberanía nacional de las injustas agresiones de Inglaterra y Francia, obteniendo el triunfo en tanto que otros, los unitarios, no dudaban en subirse a las naves enemigas prestándoles auxilio con tal de ver derrotado a Rosas.

La “equivocación” con Rosas

Con gran ingenuidad le envió su obra a Mitre y casi como el alumno que busca el visto bueno del profesor le confesó su asombro en haber descubierto “la gran equivocación que se había cometido con Rosas” que a fin de cuentas tuvo cosas buenas. Es de imaginar el disgusto del veterano líder liberal con quien se presentaba como su díscolo discípulo y que parecía haberse tomado demasiado al pie de la letra su sugerencia de hacer historia con rigor científico.

Le contestó agriamente a través de una carta abierta publicada en su diario, La Nación, en la cual entre otras lindezas le espetó “Cree Ud. ser imparcial: no lo es, ni equitativo siquiera. Su punto de partida que es la emancipación del odio a la tiranía de Rosas lo retrae al pasado por una reacción impulsiva, y le hace desandar el camino que conduciría al punto de vista en que se colocará la posteridad”. En su extensa carta, Mitre lo reta por intentar desentrañar el significado de batallas como la de Caseros, o incluso su complemento que fue Pavón, dándolas por definitivas en cuanto al modelo de país a seguir. De la lectura de las líneas del viejo político se advierte que, por momentos, debe haber sido tal su desagrado que hasta incurre en párrafos de difícil comprensión. Podría decirse que hasta llegó a perder la calma que lo caracterizaba.

El joven promisorio y liberal hasta los tuétanos, cayó víctima del complot del silencio contra su obra. Ninguna reseña ni crítica en la prensa. Dicen que al preguntarle un alumno de colegio a su profesor de historia si había leído el libro de Saldías contestó: “¡Ese panegirista del tirano! Yo no leo eso”.

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