Con el ingenio, la lucidez, el delirio, el desparpajo y la ternura de una especie de Quijote contemporáneo, con sus sueños intactos y con los que la razón jamás podrá lidiar, acompañado por un cómplice perfecto, un Sancho Panza a su medida, El Pájaro y Lopecito, personajes entrañables creados en su rol de dramaturgo por el notable actor Mauricio Dayub, pasaron el fin de semana por La Comedia con dos funciones a sala llena de la mano de la inmanente El Amateur que, todo indica, pronto estará de regreso en Rosario.
“Segunda vuelta” de este éxito del teatro argentino con un poco más de un cuarto de siglo de ausencia de los escenarios desde su estreno original, pero dueño de una vigencia incontrastable, el material, como todo buen texto que es potenciado en escena, adquiere una vigencia inusitada, que no es otra que la que revela un clásico, en un presente donde el hambre acecha, donde la tragedia de esos “hermosos perdedores” que Dayub imaginó cuando en el teatro argentino no se pensaba en la marginalidad como poética posible, vuelve a latir y a respirar para, como sostiene el actor y autor, dejar en la platea “algo esperanzador que nos haga pensar que el bien le gana al mal”.
El Amateur está de regreso para contar una vez más la historia de El Pájaro, un delirante sin cuartel, un ciclista que quiere romper un récord de permanencia pedaleando sin importarle las consecuencias físicas y mucho menos las psicológicas, y Lopecito, el amigo de andanzas y cómplice perfecto, ése que todo soñador necesita cuando la respuesta no puede ser otra más que un sí.
De este modo, juntos producen un milagro: que “el sueño de uno se transforme en el sueño del otro”, una paradoja para los tiempos que corren, incluso porque ese sueño de la escena trasciende a la platea para volverse un sueño colectivo que, de forma inevitable, le hace un guiño a la tragedia.
Con autoría y actuación del multifacético Dayub, redescubierto por la escena nacional a partir de la imbatible El Equilibrista, pieza con la que comparte funciones y que de manera notable ha marcado una bisagra en su carrera, ahora en escena está acompañado por Gustavo Luppi, alejado por años de los escenarios y con un impactante regreso, convertido en el partenaire perfecto para un actor de los matices de Dayub (uno vuela, el otro intenta mantener los pies en la tierra), quien a partir de El Pájaro se permite en escena un juego permanente, donde la destreza física dialoga con la construcción de un lenguaje que por pasajes se pierde deliberadamente en el cocoliche y que, casi como un guiño al grotesco, por lo mismo que se ríe, también se llora, porque comedia y drama laten a la par, más allá de que en la contienda la comedia saque a borbotones alguna ventaja.
Nuevamente bajo la dirección de Luis Indio Romero, la puesta cuenta con música del uruguayo Jaime Roos, singularísimo trabajo de escenografía y vestuario de Graciela Galán y se completa, entre más, con el diseño de iluminación de Matías Sendón. Todos juntos construyen un mundo (la clave del buen teatro) donde realidad y fantasía dialogan hasta abordar una comedia dramática teñida por los recursos del realismo mágico, donde el sueño, la muerte que late y la fe se vuelven una maraña evocativa al ritmo de “La Ballena”.
El público, cómplice de esa kermés de desafíos donde el sueño de El Pájaro se posa a la par de la proeza de Mojarrita Agüero batiendo el récord de permanencia en el agua, es invitado a un viaje en el que el protagonista está dispuesto a dar la vida con tal de alcanzar su objetivo, la verdadera libertad (en el real sentido de la palabra, y no en el tergiversado del presente), algo que también dispara el conflicto a un limbo distópico en tiempos de modernidad líquida y desafectación emocional.
Pero hay bastante más en esta idea de dos que tienen hambre literal y metafóricamente, dos que ya no quieren engrosar las listas de los que se mueren esperando, personajes que conocen la calle y el valor sin sentido de lo material porque no tienen nada, dispuestos uno a pedalear y el otro a acompañar aunque para el afuera eso pierda sentido, incluso para ellos mismos tan cercanos al peligro y, llegado el momento, con un récord por cumplir donde nada los asusta, y mucho menos la muerte que siempre está rondando.
Mauricio Dayub: “Necesitamos algo esperanzador que nos haga pensar que el bien le gana al mal”
Dotados ambos actores de una idea de lo que supone la presencia escénica que es bastante más que texto y acciones, ambos con un enorme desafío en el proceso de trabajar las voces, Dayub, apoyado en Luppi, transita ahora el personaje con una organicidad diferente que, incluso, va más allá de la templanza y solidez que todo buen actor logra potenciar con el paso del tiempo. En un mundo donde los seres humanos se la pasan haciendo “equilibrio” para sobrevivir y en un país donde el amateurismo está en su matriz fundacional, algo del mundo de El Equilibrista, de una forma de narrar personajes que parecieran ser liminales entre lo brillante y lo oscuro, entre lo vital y la muerte, entre la bocanada de aire y su ausencia final, se filtra, aparece, juega su momento y se esfuma en El Amateur, de un modo tan simple y tan complejo a la vez, como pasa con la vida cuando se termina.