Con sobresaltos, pero sin grandes contratiempos, las negociaciones de paz de Colombia mostraban avances inéditos para terminar un conflicto armado de medio siglo hasta que la realidad de la guerra irrumpió con fuerza en 2014, y el proceso peligró.
El gobierno de Juan Manuel Santos y las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (Farc) se aprestaban hace un mes a celebrar dos años de conversaciones con acuerdos parciales en tres de los seis temas en agenda, algo que no se había logrado en ninguno de los fallidos intentos de paz en tres décadas, cuando la captura de un general desencadenó la peor crisis desde el inicio de los diálogos en noviembre de 2012.
El secuestro del general Rubén Alzate, el oficial de más alto rango caído en poder de la guerrilla, llevó a Santos a suspender las conversaciones, instaladas inicialmente en Oslo y trasladadas luego a La Habana, que se desarrollan sin una tregua en Colombia y bajo el principio de que nada es definitivo hasta que todo esté acordado.
Y aunque la liberación del militar y de otros cuatro cautivos dos semanas más tarde permitió retomar las deliberaciones, el incidente rompió la aparente calma en el Palacio de las Convenciones de la capital cubana, donde alrededor de una misma mesa se sientan viejos adversarios como los generales Óscar Naranjo y Jorge Mora y los comandantes rebeldes Iván Márquez y Pablo Catatumbo.
Ninguno viste uniforme ni porta armas, y hasta toman café juntos, algo impensable en un país sumido en combates que han dejado oficialmente unos 220.000 muertos y 5,3 millones de desplazados.
Tranquilidad y trincheras
“Aquí hay tranquilidad, allá hay trincheras y ataques de la aviación; son preocupaciones diferentes. Es un cambio de 360 grados”, dijo a la AFP uno de los negociadores de las Farc, la principal guerrilla de Colombia y la más antigua de Latinoamérica, con unos 8.000 combatientes según el gobierno, menos de la mitad que en su apogeo en los años 90.
Dejar la selva para encerrarse a hablar con sus enemigos significó un cambio radical para los rebeldes, pero también trastocó la vida de los delegados del gobierno, que según el plan de trabajo deben instalarse en la capital cubana durante 22 días al mes, en dos ciclos de 11 días, un aceitado mecanismo sólo alterado por el reciente punto muerto.
Prueba superada
La supuesta imprudencia de un condecorado general de adentrarse, desarmado y sin escoltas, en una remota zona en el noroeste del país, hizo peligrar los consensos parciales alcanzados por las partes en desarrollo rural (mayo de 2013), participación política (noviembre de 2013) y solución al problema de las drogas ilícitas (mayo de 2014).
Ni las turbulencias de las elecciones presidenciales en Colombia –que Santos ganó en segunda vuelta en junio con la promesa de pacificar el país–, ni los escándalos de espionaje a los negociadores, ni los cuestionamientos de la furibunda oposición encabezada por el ex presidente Álvaro Uribe habían amenazado tanto la continuidad de las conversaciones.
Sin embargo, para Christian Voelkel, analista para Colombia del International Crisis Group (ICG), una ONG especializada en la resolución de conflictos, el proceso de paz salió fortalecido.
“Fue una prueba de fuego exitosamente superada”, dijo a la AFP, enfatizando la decisiva intervención de los países garantes Cuba y Noruega para resolver rápidamente la crisis y la importancia de que lo ocurrido permita progresar hacia un cese al fuego definitivo.
Desde el episodio de Alzate, las Farc, surgidas en 1964 de una insurrección campesina y fuertemente implantadas en zonas rurales, han reiterado la necesidad de un armisticio al que Santos se ha opuesto terminantemente, sin descartar empero una reducción de las hostilidades por parte de ambos bandos.
“Un acuerdo de desescalamiento de la violencia es fundamental para crear más confianza en la opinión pública”, subrayó Voelkel.
Lo que falta
La reparación de las víctimas –en discusión actualmente– y el desarme y fin del conflicto, así como la definición de un mecanismo de refrendación de lo pactado, restan aún en el horizonte, aunque la implementación del acuerdo final y la construcción de la paz es “el mayor desafío”, según dijo a la AFP Sergio Jaramillo, negociador del gobierno y estratega del proceso.