Por Paulo Menotti
Algunas coyunturas de la política argentina que polarizan a la sociedad terminan formando dos bandos que están cargados de contradicciones. El surgimiento del peronismo abrió las aguas y, en parte, dejó a la izquierda alejada de su sujeto social predilecto, el trabajador. El historiador Ricardo Pasolini en su libro Los marxistas liberales. Antifascismo y cultura comunista en la Argentina del siglo XX reafirma esta paradoja al afirmar que los intelectuales comunistas tuvieron una postura liberal. Sin embargo, cómo entender esa línea discordante que terminó convirtiéndose en una tradición de la izquierda argentina. Sin dudas, la clave para comprender esta vertiente cultural y política hay que buscarla en los años 30, cuando la lucha contra el fascismo se volvió un polo de atracción para artistas, escritores y periodistas. En ese sentido, Pasolini afirma que la Asociación de Intelectuales, Artistas, Periodistas y Escritores (AIAPE), por ejemplo, se propuso como la abanderada de los “antifascistas” argentinos.
—¿Por qué los comunistas adoptaron una postura política y cultural “liberal”?
—Sin duda hay muchos elementos que intervienen en esa adopción. Uno está relacionado con condiciones de la política internacional durante los años 30 y con la imagen de la Unión Soviética como campeona de la democracia en el momento de emergencia de los fascismos. Eso lleva a los comunistas a establecer en 1935 la estrategia de la alianza de clases, es decir, la promoción de un vínculo político positivo entre la clase obrera y los sectores de la burguesía diríamos “progresistas” en los países capitalistas. Otro elemento son las condiciones locales de la política, en la medida en que desde el golpe militar de septiembre de 1930 comienza a advertirse que el sistema político argentino se encamina hacia un proceso de “fascistización”, y que son pocos los que se interesan por el mantenimiento de las formas republicanas de gobierno y la defensa de las libertades individuales. De este modo los comunistas vernáculos se convierten en los grandes defensores de la tradición liberal en un momento en que está jaqueada por el nacionalismo de derecha, el fraude electoral, las prohibiciones y cesantías, entre otros males. Es cierto también que en ese momento esta operación está más ligada a la acción de los sectores intelectuales del comunismo que a su base obrera, que aún en 1938, luego del fracaso de la constitución de un frente popular con Marcelo T. de Alvear a la cabeza, todavía pensaba en un proceso de “bolchevización” animado por la estrategia de “clase contra clase”. Por otro lado, los intelectuales en este momento son unos “recién llegados” a la vida partidaria, y muchos de ellos nunca alcanzarán a tener una relación oficial con el PC aunque se consideren compañeros de ruta del comunismo; otros, en cambio, no dudarán en convertirse en militantes.
—¿Por qué se forma la identidad cultural de los comunistas en los 30, justamente bajo la denominación de “antifascista”?
—En este proceso, Aníbal Ponce es la figura más destacada por ser un intelectual de tradición liberal, de orígenes sociales modestos pero de gran reconocimiento en la vida cultural porteña, que hacia fines de los años 20 se va volcando a las ideas comunistas, y que en los 30 se encuentra en París en el momento en que se constituye allí el Comité de Vigilance des Intellectuels Antifascistes (CVIA). Esta asociación francesa surge en febrero de 1934 como una forma de resistencia de los intelectuales al fascismo, y agrupa a escritores, filósofos, científicos, que provienen de las más diversas tradiciones políticas, desde republicanos y liberales hasta comunistas y trotskistas. Esta forma de alianza de varias entidades políticas progresistas anticipa al Frente Popular francés y a la política de alianza de clases de la Internacional Comunista. A mediados de 1935, Ponce vuelve a Buenos Aires, activa sus vínculos precedentes, y con el modelo del CVIA crea la AIAPE. Está claro que los objetivos aquí son tratar de constituir un frente popular exitoso y al mismo tiempo dar una batalla contra el “fascismo criollo” en el frente cultural. Por ello, la AIAPE crea una red antifascista que llega a Tandil, Rosario, Tucumán, Santiago del Estero, e incluso Montevideo. Pero en este clima, muchos de los intelectuales de la AIAPE más o menos orgánicos al PC también se van a interrogar sobre la tradición política nacional, y van a tratar de encontrar en ella una suerte de genealogía, un origen en clave nacional de una identidad política, la comunista, que tenía una organización internacional con capital en Moscú. Por eso Ponce en uno de sus escritos formuló que los ideales de la Revolución de Mayo, más allá de los contextos históricos diferentes, eran en esencia los de la Revolución Rusa. El resultado es que los comunistas se convierten en los defensores de esa tradición revolucionaria de Mayo que consideran inacabada, en un momento en que las derechas quieren abolir esa tradición y reivindicar la figura de Juan Manuel de Rosas. Es un juego de espejos, y el antifascismo les sirve para este posicionamiento con el pasado argentino.
—¿Qué llevó a muchos intelectuales, no solamente argentinos, a acercarse al PC en los 30?
—Algunos autores sostienen que existió algo así como “un espíritu de los años 30”, una convergencia en el modo de sentir “lo político” que se expresó a través de varios tópicos: creencia en el papel activo de los jóvenes, creencia en la finalización de un ciclo histórico y en el inicio de uno nuevo, creencia en el rol emancipatorio de la clase obrera y en el compromiso político del intelectual como la única forma legítima de acción cultural. Como pasó con los surrealistas franceses que a mediados de los años 20 se acercaron al comunismo, muchos vieron en él un modelo de acción revolucionaria que aunque impusiera ciertas obligaciones y restricciones, era una anticipación del futuro de la humanidad. En este sentido, hay muchos elementos del comunismo argentino que en un nivel ideológico son similares a los de su par francés, y al de otros países europeos y latinoamericanos porque, como ya dije, el comunismo fue un sistema internacional que tenía en Moscú su sede central. De modo que sus políticas tuvieron un correlato en las periferias. Lo que sostengo en este libro es que el momento antifascista de la cultura argentina actuó como un corsé que limitó las evaluaciones que los comunistas hicieron de la situación política argentina; por eso, el advenimiento del peronismo y su líder carismático fue identificado como un ejemplo más de “fascismo criollo”.
—¿Se puede decir que más que un campo de actuación política, fue un campo de experimentación estética?
—En los treinta hubo en los núcleos antifascistas de la AIAPE una conjunción entre vanguardia política y estética, y ello se ve sobre todo en ciertos poetas como José Portogalo y Raúl González Tuñón. También los plásticos hacen sus apuestas más radicalizadas en este momento. Me refiero a Antonio Berni y Raquel Forner, entre otros. Sin embargo, a medida que la AIAPE se consolida, va perdiendo su amplitud asociativa inicial y se convierte es un espacio hegemonizado por los intelectuales comunistas que impondrán sus restricciones a la experimentación estética.
—¿Buscaron entrar en la dicotomía “civilización o barbarie” o quedaron entrampados?
—Trato de demostrar en el libro que esa dicotomía en la que la civilización era la que hoy llamamos “tradición liberal” argentina terminó por entrampar y hasta fagocitar lo que de revolucionario tenían las propias aspiraciones de los comunistas. Tampoco era extraño en el pensamiento comunista una idea evolucionista de la historia que veía cierta continuidad con ciertas formas del pasado que se quería abolir. Héctor P. Agosti, una las figuras más importantes del comunismo argentino del siglo XX, consideraba que las buenas obras culturales de la humanidad eran un legado que debía preservarse más allá de que fueran elaboradas en momentos en que la sociedad se organizaba en clases. Otra vez la idea de civilización.
—¿Qué incidencia tuvo la AIAPE en el campo cultural argentino?
—El libro se inicia a mediados de los años 30 y estudia una generación intelectual hasta su vejez, no sólo cronológica, sino ideológica a mediados de los años 70. La AIAPE no pudo o no supo jugar en el campo político de acuerdo a sus aspiraciones iniciales. En ese sentido, el frente popular anhelado no logró constituirse en la manera en que los intelectuales comunistas lo habían pensado, primero con Alvear y luego con la Unión Democrática. Pero tuvo una gran injerencia en la constitución de redes intelectuales nacionales, y en la instalación de ciertos debates y tópicos acerca de la acción cultural que tendrán gran perdurabilidad en la cultura argentina.
Figuras clave en Rosario
La AIAPE tuvo una sede en Rosario bajo la presidencia de Simón Neuschlosz, un físico de origen húngaro quien tuvo una fructífera producción científica. La Asociación se formó a partir de figuras clave como Antonio Berni y Ricardo Sívori, entre otros, quienes ya se habían acercado al Partido Comunista y venían trabajando junto a obreros en la Mutualidad Popular de Estudiantes y Artistas Plásticos. Estos artistas confluyeron en su simpatía por el bando republicano en la Guerra Civil española o con los aliados en la Segunda Guerra Mundial, con las hermanas Olga y Leticia Cossettini y Juan Carlos Castagnino, entre otros. Según expresó Sabina Florio, las célebres hermanas pedagogas habrían militado en Acción Argentina, junto a destacados miembros del Partido Socialista.