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El apartheid criollo

Diez muertos enlutarán para siempre esta fecha. Sólo el autismo puede bailar abrazado a una vedette.

A treinta años de la democracia el gran título de este hoy es: “La paz está en riesgo”. Nuestra paz está en riesgo, tenemos el alma en crisis por distintas razones. El alma social tiene profundas arrugas o grietas. En momentos en que el mundo despide a uno de los últimos pacifistas del siglo pasado, Nelson Mandela, su legado no cuenta para los argentinos. Una vez más nuestra Patria está envuelta en su apartheid criollo. También en el siglo pasado atravesamos esa instancia; producto de la década infame nuestra Argentina siempre rica en todas sus posibilidades sometía, sojuzgaba, oprimía. En esa Argentina patronal, que es muy distinto al concepto empresarial, debió surgir Juan Domingo Perón para que se entendiese que los trabajadores no eran esclavos, no eran propiedad de quien compraba las tierras sino personas y como tales les correspondían sueldos dignos, vacaciones, buena salud, educación, vivienda. La sociedad entonces se convirtió en una generadora de posibilidades y de bienestar. Pero el logro de las mayorías no pudo con el odio de las minorías, quienes seguían sintiendo como propio al otro. Sólo recordar el periplo que recorrió el cadáver de Eva Perón para dimensionar la venganza que anidaba en un sector de los argentinos.

Mandela estuvo veintisiete años en una cárcel donde comprendió el valor inexcusable de la paz. Perón tuvo diecisiete años de exilio para llegar a la misma conclusión: no hay proyecto nacional sin unidad y sin paz. Su vejez y/o enfermedad le impidieron cristalizarla. Él imaginaba gobernar a los argentinos en una fórmula integrada por el enemigo de entonces, convertido o transformado en adversario: Ricardo Balbín. Mucho terror, dolor, muerte signaron los años tras la muerte del general Perón. La más brutal de las dictaduras murió en sí envuelta en sangre, rencor, tortura, horror.

Esta semana otra vez el apartheid criollo en medio de treinta años de democracia tan vigente como en deuda. Raúl Alfonsín decía visionariamente que la democracia debía ser la gran posibilitadora de la salud, la educación, el alimento. Sobre la bonanza magnífica del suelo argentino, la pobreza no ha sido desterrada. Sobre la bonanza del mayor presupuesto educativo conocido, la mayoría de nuestros jóvenes no comprenden lo que leen, no lo entienden.

Sobre un sistema maravilloso de salud público, admirado por países del primer mundo, la desnutrición infantil goza de buena salud. Diez muertos enlutarán para siempre esta fecha. Sólo el autismo puede bailar abrazado a una vedette. La década ganada muestra su desnudez y nos desviste a todos de la seguridad de un futuro.

Argentina tiene futuro, nuestro presente es el problema. Presente teñido de miedos, desconfianza, inseguridades, donde la libertad de expresión nuevamente está amenazada porque existen medios y gobiernos que temen la independencia de los periodistas. Un periodista es un servidor de las realidades que a diario se producen. Su misión es poner el dedo en la llaga donde hay pus. No para aumentar el morbo de los dolores sociales, sino para hacerlos visibles y de ese modo lograr que la política no tenga excusas para ignorarlos.

Los saqueos y movimientos sociales recientes muestran a una sociedad desvertebrada en sus valores. La primera célula social, la familia, parece encontrarse cansada a la hora de educar. Como dijo años atrás José Saramago: “La escuela no educa. Quien educa es la familia y la comunidad”. Esta verdad tiene su comprobación empírica en aquellos que hemos vivido la educación en valores desde la familia, allí aprendimos que no debe haber duda a la hora de priorizar los mandamientos.

La escuela de los guardapolvos blancos fue fundamental a la hora de mirar al otro desde su pensamiento y no desde su ropaje. Debemos convencernos que la naturalización de la corrupción nos lleva a esta Argentina atravesada por una enorme discriminación, con una profunda injusticia social llena de distanciamientos entre los unos y los otros.

Mandela decía que quienes producto del apartheid habían sido condenados a una virtual esclavitud debían volver a ser dueños de su destino. Y remataba diciendo que la tragedia residía en que los que habían muerto por este sistema no podían ser revividos. Argentina debe entender que el apartheid que hoy nos divide está alimentado por la corrupción que permite entre tantas cosas la presencia de un actor indeseado para nuestra república cual es el narcotráfico.

La política debe reaccionar rápidamente porque cuando todo vuelva a la normalidad, como decía Mandela, la tragedia será que a los muertos no los podremos revivir. Días atrás Pérez Esquivel reflexionaba por esta Argentina atravesada por su propio apartheid: “La exclusión, la persecución, la quita de territorio que se les hace a los pueblos originarios, para entregarlos a las grandes empresas, lo tenemos ahí en Vaca Muerta con Chevron, pero también con La Alumbrera, en la megaminería, los grandes pooles sojeros que están destruyendo la biodiversidad. Les están robando a los indígenas, al campesinado, hay una fuerte discriminación, por eso el legado de Mandela es relevante. También hay que terminar con la violencia de la confrontación. Podemos tener diferencias, pero todos somos ciudadanos. Hay que aprender a vivir en democracia y democracia es eso: saber compartir”.

Para educar en la paz como plantea Pérez Esquivel desde las escuelas, la política debe dar señales claras priorizando la cultura del trabajo, del esfuerzo, del diálogo, del acuerdo, del respeto, de ver en el otro a un semejante. Este mundo de la paz en riesgo es el que demandará del papa argentino Francisco, quien ha quedado solo en el liderazgo del pacifismo, el mayor esfuerzo caminando senderos llenos de violencia, de desigualdad, de yin-yan, de blanco, de negro, de amor, de odio, de guerra, de paz; haciéndole entender a los unos y los otros la necesidad de abrazar un nosotros y persuadir que es necesario, como lo dijo Martin Luther King: “Aunque el mundo termine mañana igual plantaré mi manzano”.

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