Noviembre del 2021. Juan Cruz García Castañón está sentado en su tabla en Nazaré (Portugal), en medio de olas mutantes que lo convierten en el lugar más peligroso del mundo para un surfista. “Las olas llegan de distintos lugares y de forma sorpresiva, muy cerca de donde uno está, con un tamaño y fuerza que sólo existen ahí. Una cosa es verlas de afuera o en un video, y otra bien de cerca… Son monstruos, a veces de 30 metros, que permiten batir cada año los récords mundiales”, pone en contexto para que la gente que no sabe de surf conozca la dificultad de surfear en este pueblo costero entre Lisboa y Oporto, un spot único gracias a la presencia de un cañón submarino de 40 kilómetros de longitud y 5 de profundidad.
El marplatense de 29 años mira a su alrededor. Está al borde de las lágrimas. Pero no de miedo, sino de emoción. Se encuentra en el lugar que soñó desde que empezó a ilusionarse con surfear las olas más grandes del planeta. Y es su primera vez allí. Por un momento se abstrae y observa cómo, a metros, la elite de los surfistas baja esos olones y recuerda todo su trayecto: lo que le costó llegar hasta ahí, en todo sentido. De repente, cuando llega al pico de la ola, solito, ya sin su hermano -rebotado por las olas en el ingreso-, un par de motos de agua con experimentados surfistas se acercan. Y le dicen que el día no está para surfear así, remando, sin compañía de motos que lo ayuden –a entrar y tomar la ola- y socorran -si hay una caída o accidente-. Le sugieren que salga, pero se queda, fiel a su determinación y fe. Espera su tiempo y lo logra: baja un par de olas.
“Ese día cumplí mi sueño. Y me gané el respeto de todos en Nazaré. Ellos dudaban, de mi surfing y de mi personalidad. No me conocían. Me preguntaron de dónde era y cuando les dije de Argentina, se sorprendieron aún más. Me miraban como diciendo ‘¿este loco, qué hace acá?’’’. Y más sin moto de agua… Ese día es como que dijeron ‘si este pibe se mete remando, por las suyas, un día así, ya está… Es uno de los nuestros. Luego todos me saludaban en el pueblo, incluyendo (Garrett) McNamara, pionero en Nazaré y un mito en olas grandes”, explica este chico de 1m68 y 72 kilos que cobró fama en estos meses y eso generó la atención de Quiksilver, la empresa con filial en Argentina que lo contrató. “Fue muy emocionante. Por lo que es la marca a nivel mundial. Y porque es una de las que más apoya al surf de olas grandes. Que se fije en vos quiere decir que hiciste las cosas bien y tuviste resultados. Es una motivación gigante. Este año espero ir por más, quiero volver a Nazaré”, reconoce, sonriente.
El camino no ha sido rápido ni sencillo para convertirse en el primer argentino en la meca de las ondas XXL. “Comencé a surfear a los seis años, en Playa Grande, con mi viejo, Cachito. El nunca me insistió ni me presionó, yo quería y le insistí. Lo mismo que ir a los torneos”, recuerda Juan Cruz, quien encontró en su esencia la necesidad de ir por olas más grandes y una mayor adrenalina. “Desde chico me gustó eso. En Mardel siempre estaba en el fondo, esperando la más grande, aunque me agarrara sólo dos en una sesión. Lo mismo me pasaba cuando andaba en skate con amigos: siempre me tiraba de las bajadas más empinadas. También recuerdo que, de chico, me regalaron un video de olas grandes y me la pasaba viéndolo. Era adictivo, lo sigue siendo hoy…”, cuenta.
De a poco empezó a viajar hasta que llegó su primer gran desafío, a los 22 años, en Puerto Escondido (México), otro spot bien exigente. “Llegué muy preparado, física y mentalmente. Entrené la apnea en pileta, remé en tablones… Muchos a los que les pregunté sobre el lugar, me dijeron ‘igual, en tu primera vez, nunca vas a surfear grande’. Y surfee grande”, cuenta. Su primer olón lo recuerda bien. “Lo esperé y una derecha me cuadró perfecta, tendría 7/8 metros. Recuerdo que pensé ‘acá se define todo el esfuerzo que hice’. Remé, me tiré y la hice. No podía fallar. Por mí y porque cuando estás en esos lugares, los pocos que están a tu lado te están mirando. No podés dejarla pasar. Ni caerte. Si pasa, los locales no te dejan agarrar ninguna ola más. Ahí o en Hawaii. El surf es así”, explica.
Las caídas o revolcones –wipeout en inglés- son comunes en el surf pero en olas grandes son más exigentes y peligrosas. “Yo no he tenido tantas, porque si bien tengo coraje, sé dónde me meto y soy consciente. Pero en ese primer viaje tuve varios golpes porque cuando agarrás confianza, a veces te soltás demasiado y arriesgás de más. Tuve varios sustos, en especial en lugares de poca profundidad, donde te golpeas con el fondo. O con la tabla. O, a veces, cuando viene el set –tres olas grandes seguidas- y decidís ir para adentro, a pasarlo, y las olas te caen en la cabeza. Es desesperante y pensás ‘quién me mandó a meterme acá’. Pero, en un punto, me gusta y saco lo positivo. Porque me ponen a prueba, me hacen darme cuenta cuán preparado estoy y yo confío mucho en mi”, reconoce.
A JC le gusta entrenar mucho en lo físico para “sentirme fuerte, compacto, como una armadura, porque un revolcón puede sacarte un brazo”, pero lo mental es tan o más importante. “Me gusta meditar antes de los swells grandes. También trabajo la apnea, porque podés estar hasta 30 segundos bajo el agua y tenés que aguantar”, agrega. El miedo, asegura, siempre está, “sobre todo las primeras veces en un lugar, pero igual que los nervios, ese sentimiento es necesario: te mantiene alerta y te pone un freno. Tampoco pienso mucho porque me quita energías. Sé que es un deporte riesgoso, pero calculo muchas cosas. No es que somos unos loquitos, como cree la gente. Arriesgás, sí, pero también hay mucho de preparación”, asegura.
Nazaré fue especial. “Me faltaba ir ahí, era mi objetivo, mi motivación. Estar con los mejores en las mejores olas. Me motivaba eso. Pero sabía que es muy difícil llegar y estar en ese grupo selecto que se mete ahí”, cuenta. Y, el lugar, se lo ganó. “No conocía a nadie y me metí con mi hermano, remando… Les cayó bien. Luego Vinicius dos Santos, el brasileño que ahora pelea por la validación del récord mundial, y me invitó al centro de alto rendimiento de ahí. Por suerte me avalaron, entré por la puerta grande. No es sencillo. Ellos son piolas pero, a la vez, muy competitivos. Tienen que ver algo en vos. Lo mismo me pasó con Lucas Chumbo, justamente el otro brasileño que está peleando por el récord mundial. Otro que me ayudó mucho…”, detalla. La búsqueda de grandes fotos y videos, ni hablar de récords, son todo para ellos. “Prefieren eso que disputar el circuito de olas grandes”, cuenta.
Para meterse en lugares así necesitás tablas especiales, tablones cerca de tres metros (9 o 10 pies) si te metés nadando y de 1m80 –con straps- si una moto te deja en la ola (se llama tow-in). “El traje de neoprene debe ser grueso (4-3) porque el agua es fría, debés usar botitas, un chaleco de impacto y otro de flotación con cuatro garrafas de dióxido de carbono –de entre 25 a 38 gramos-“, informa. Todo eso dificulta la movilidad en el agua. Para llegar a la ola, remando, tardás unos 20 minutos y si querés evitarlo, un servicio de moto cuesta entre 500 y 2000 euros, dependiendo de lo grande que ese día está el mar. Cuando estás adentro, debés estar muy atento, explica. “Las olas son impredecibles a diferencia de otros lugares famosos como Jaws (Hawaii) y Mavericks (California). Además hay mucha corriente y piedras asesinas de 25 metros. Nunca hubo muertes pero sí accidentes importantes. Si te caés, las motos tienen segundos para sacarte porque viene otras detrás. Incluso es común que se vuelquen las motos cuando te buscan… Yo claro que tenía mis dudas antes de meterme, pero más grande fue la motivación. La confianza es esencial. No es que uno debe estar loco. Al revés, hay que estar mucho más cuerdo de lo que la gente cree. Hay un grado de locura y hasta de adicción a eso, pero mucho más de preparación”, detalla.
Por lo que hizo en Nazaré, García Castañón se ganó una invitación para ir al Mundial de olas grandes en España, que se hizo en enero, pero no pudo asistir porque trabaja de guardavidas en Mar del Plata y no le extendieron la licencia que tenía. Para este 2022 tiene objetivos. “Es difícil tener otra invitación porque hay pocos lugares y torneos, pero mi meta es volver a Nazaré en octubre. La temporada de olas va de noviembre a marzo. Es posible que, a mitad de año, también haga un viaje, a Tahiti o Puerto Escondido”, cierra. El año pasado fue como un nuevo despertar para Juan Cruz y ahora quiere ir por más. Sabe que tiene el coraje pero que su nivel de surf y preparación se lo permiten. De “loquito” tiene poco.