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El argentino, un ser que sigue solo y espera

Por: Carlos Duclos

 

Como decía Scalabrini en los años 30: "El argentino no siente, luego existe".
Como decía Scalabrini en los años 30: "El argentino no siente, luego existe".

El título, claro, evoca esa obra espléndida para muchos y criticada con la indiferencia, por unos pocos, de Raúl Scalabrini Ortíz: El hombre que está sólo y espera. Hace un tiempo leía respecto de este libro un comentario que me motivó a volver a escribir sobre Scalabrini y su obra y que decía: “Según esta laboriosa personificación, para volverse argentino hay que ser porteño, varón, anti-intelectual, tener entre 25 y 50 años, sentirse solo en la multitud, escuchar tango, resignarse al paso del tiempo, perder el tiempo en el bar con los amigos, ser fatalista e indulgente, disimular los sentimientos, confiar en la intuición y en los pálpitos, recelar de las palabras, de las ideas importadas y, saludablemente, del capital extranjero. ¿En qué lenguaje expresar, sin espantada, esta esencia parca de alguien como el porteño que «siente, luego existe»; que presume que lo no dicho es superior a lo dicho, que desconfía de las palabras y se repliega ante los conceptos abstractos de la filosofía?”.

La verdad es que para ser argentino, hoy y casi todos los días del tiempo, es necesario ser un ser humano en soledad, desprotegido, desamparado, librado a su propio destino, que puede ser más o menos bueno, más o menos malo, de acuerdo con la potencia de su carácter, con la fe que posea.

Scalabrini Ortiz, allá por la década del 30 del siglo pasado, puso al argentino en la esquina de Corrientes y Esmeralda. Si estuviera hoy entre nosotros lo pondría en cualquier esquina del país y convendría tal vez en que, muy lamentablemente, para ser argentino hay que estar humillado, sometido de diversas formas, desprotegido por los gobiernos y más solo que nunca. ¡Y cómo no ha de ser fatalista este ciudadano, detrás del cual se acurruca a veces desesperado el ser humano, si invariablemente el poder político y no político lo maltrata, lo sume en una nostalgia que no tiene nombre!

Por eso es cierto lo que dice el autor del texto reproducido más arriba: ¡el argentino siente, luego existe! Siente que está solo, que la dirigencia lejos de acompañarlo hacia un destino que le proporcione paz interior, a él y a cada integrante de su familia, lo abandona en el medio de la nada y de la tribulación.

¿Cómo se le puede cuestionar al argentino que haya enarbolado como himno urbano una noche triste y haya salido a cantar, nostálgico el tango: “Percanta que me amuraste en lo mejor de mi vida, dejándome el alma herida…”?

El argentino es eso, un ser abandonado por “ella”. Ella, que no es una mujer, sino esa política que ha sido echada a perder por unos corruptos (políticos) interesados en su propio destino, pero no en el buen pasar de todos los seres que peregrinan por este suelo inmensamente rico poblado con innumerables pobres.

Y no hace falta, por supuesto, porque el lector la conoce de memoria, enumerar la serie de disparates e ilícitos que comete la pléyade de dirigentes argentinos. Basta leer las noticias de cada día, sobra con examinar la vida de cada habitante de este suelo, para advertir que de las garras de los  buitres no se salva nadie; ni esa clase media a la que le cantó hace tiempo Scalabrini, ni los pobres, ni los ricos, porque todos, de una forma o de otra, están a merced de esta calaña que hace pocos días atrás nos enrostró otra desvergüenza: la no sesión en el Senado de la Nación en razón de los intereses de oficialistas y opositores.

Si en algo tiene razón el senador Luis Juez (se recomienda escuchar la entrevista que se reproduce en la web de este diario, www.elciudadanoweb.com) es que los papelones que tanta tristeza generan en la población no son patrimonio exclusivo de un sector, sino de todos.

Como lo dije hace un año atrás en otra columna. El argentino es un hombre que espera en soledad. Y mientras espera desespera a veces. Desespera porque ve que sus hijos se derraman hacia un futuro sin certezas, sin atisbos de una vida mejor. El argentino es un hombre que observa cómo su ascendencia se va entre la pena y la pobreza. Es un ser atónito ante el bribón o el medio pelo que lo dirige.

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