Entre 1990 y 1997 en la Universidad Nacional de Rosario (UNR) más de 10 mil diplomas fueron confeccionados por las manos de un grupo de calígrafas. Susana Lagatti y Gabriela Sapone eran dos de las mujeres que, con pulso firme pero delicado, dibujaron cada día las letras de los títulos que hoy pueden estar reposando en algún cajón, aunque lo más probable es que cuelguen enmarcados en miles de oficinas, consultorios o casas. “Hoy la gente dice que no es lo mismo y que todos los diplomas parecen iguales”, cuentan las calígrafas, cuyo trabajo, como otros miles de oficios, fue menguando a medida que crecían y se abarataban las computadoras que todo lo simplifican. ¿O no?
Gabriela tiene 41 años, y cuando entró a trabajar en la UNR, en 1992, había cumplido los 19 y era una reciente graduada de la carrera de calígrafo público, que se dicta hasta la actualidad en el colegio Superior de Comercio. Allí también estudió Susana, pero algunas décadas antes: se recibió en 1967, y comenzó como calígrafa de la casa de estudios en 1996, después de haber trabajado en Tribunales haciendo peritajes. Desde hace algunos meses, Susana disfruta, no sin nostalgia, de su jubilación.
“Todos los diplomas los hacíamos nosotras a mano, venían preimpresos y completábamos lo que cambiaba en cada uno con un estilógrafo Rotring en letra magistral, que es la que se eligió en la UNR para los títulos”, explica Gabriela, que ahora se desempeña en el área de Legalizaciones.
Antes de 1990, los diplomas de los egresados de la casa de estudios rosarina se mandaban a hacer a la imprenta de la Universidad Nacional del Litoral, en la capital provincial. “Ese sistema era muy costoso porque requería de hacer una placa para cada diploma, Entonces se decidió crear un cuerpo de calígrafos que los confeccionara”, argumenta Gabriela.
Susana recuerda que cuando entraron a trabajar en el cuerpo de calígrafas, su curriculum eran las carpetas de exámenes finales de la carrera, que aún hoy conserva como una colección preciada de letras de antaño. “La confección de los diplomas era como hacer un dibujo. Trabajábamos en tableros de arquitecto, primero se hacía el rayado horizontal, vertical y diagonal en 45 grados. Luego se dibujaba todo en lápiz, se controlaba que no tuviera errores y recién después de eso se hacía el fino en tinta. Lo último era el lleno”, rememora.
Se trataba de un trabajo realizado cuidadosamente, fino y prolijo. “Podía pasar que se manchaba la hoja y había que empezar todo de nuevo”, explica Gabriela, recordando que eso le pasó.
“Era muy emocionante, no es lo mismo que el graduado se lleve algo hecho a mano. Hoy se nota la diferencia porque la gente misma nos dice que es distinto, hasta algunos nos piden si pueden pagar aparte para que sea manuscrito”, relata Susana.
En 1997 se decidió hacer el paso definitivo al sistema digital ya que implicaba una agilización de los tiempos de realización: “Cada diploma a mano lleva más o menos una hora, por lo cual había un atraso importante”, cuenta Gabriela. Susana agrega que cuando ella ingresó, en 1996, había 2.500 diplomas pendientes, más los que se iban agregando día a día. Y a esto se sumó que, con el pasar de los años, surgieron nuevos títulos, tanto intermedios como de especialidades, que requerían una modernización y mayores normas de seguridad.
En los tiempos en que estudiaban caligrafía, las dos mujeres aprendieron tintero en mano, practicando una y otra vez, dibujando cada letra como si se tratase de un cuadro. Hoy, los campos vacíos de los diplomas se completan con teclas, y la letra ya no es letra sino tipografía, con cientos y cientos de variantes que van desde la imitación del pulso humano a la frialdad de la “sans serif”.
“Cuando se empezó a hacer todo a computadora nosotras pasamos a hacer un trabajo administrativo. Obviamente que preferíamos hacer caligrafía, porque es un trabajo que amamos y es más artístico, pero ahora es mucho más eficiente”, dice Gabriela.
Hoy, los trabajos de caligrafía son pocos, casi todos por encargo. “Hay gente que no sabe que existimos, ni se imagina que seguimos haciendo este tipo de letras”, explica Gabriela. Susana coincide y cuenta que antes, cuando todavía era una materia de la escuela, daba clases particulares porque había muchos chicos a los cuales les rebotaban los exámenes cuando no se les entendía la letra.
Hoy la profesión en su costado artístico de dibujo de letras entró en desuso: quedan los peritajes y las certificaciones de autenticidad de diferentes tipos de documentos. “El que elegía la carrera de calígrafo público era alguien a quien le gustaba dibujar. De hecho teníamos dibujo entre las materias. Cuando yo contaba que hacía esto, la gente me miraba sorprendida, y para mí era un placer”, concluye Gabriela. Es que, como dice Susana, “cuando te gusta algo, te sale solo, para hacer caligrafía hay que tener pasión”.
Más fácil ganárselo que falsificarlo
Actualmente, los diplomas de la Universidad Nacional de Rosario cuentan con toda una serie de normas de seguridad para garantizar su autenticidad y prevenir falsificaciones. Las características salientes de los pergaminos son el papel con marca de agua propia, fibras invisibles bicolor con reacción ante borrados químicos y holograma tridimensional de alta seguridad aplicado con la forma de la silueta del emblema que representa a la casa de estudios. A esto se suma la tinta antifotocopiable y el escudo nacional con seguridad anticopia que cuenta con viro –filete– y fluorescencia bajo luz ultravioleta. Los dos escudos son en relieve sin tinta debajo de la cinta y la oblea.
A su vez, toda la superficie del documento cuenta con fondo de seguridad invisible. Al dorso del título, se dispone la numeración de seguridad en color negro con viro ante la luz ultravioleta y penetración en el sustrato de papel, así como una fotografía del graduado al cual pertenece el certificado.
La UNR entrega aproximadamente seis mil diplomas por año y la inversión anual es de unos 20 mil pesos, lo que resulta en un valor aproximado del certificado –acuerdo en el que interviene la cantidad– en torno a los 4 pesos. La empresa cordobesa Gráfica Latina es la proveedora y tiene bóvedas adaptadas para que el papel no sufra humedades o exposición a la luz.