Emilio Ordóñez*
La pandemia del coronavirus, ya definitivamente instalada en la agenda global, prefigura cambios de todo tipo en el plano internacional. En este sentido, tal vez Brasil sea uno de los ejemplos más dramáticos.
La obcecación demostrada por parte del presidente Jair Bolsonaro ante el avance de la covid-19, al ir en contra de las indicaciones más básicas de la Organización Mundial de la Salud (OMS) para frenar la expansión de la pandemia, supuso la transformación de ese desacuerdo en un eje de disputa política entre Bolsonaro y su hasta entonces ministro de Salud, Luiz Mandetta, en torno a la estrategia más adecuada para contener el avance del coronavirus. La destitución de Mandetta representó la crónica de una salida anunciada, ya que se especulaba de antemano con este escenario.
No obstante ello, tanto el desarrollo de la crisis interna como su resolución tuvieron su origen en eventos críticos en semanas previas, y aceleró reacomodamientos de importancia en el seno de las alianzas que sustentan el poder del propio Bolsonaro.
Pareciera que pasaron años cuando a mediados de marzo Bolsonaro tomó parte de las manifestaciones que instaban al cierre del Congreso y del Supremo Tribunal Federal (STF), a las cuales el presidente infirió su apoyo para luego desmentirlo y, posteriormente, participar de ellas.
En ese momento se registraban poco más de una centena de casos, y el coronavirus empezaba a aparecer como un nubarrón oscuro en los medios de prensa y en las preocupaciones sociales.
El presidente hizo caso omiso a estas voces, subestimando el alcance de la enfermedad con un discurso en el que primó la marcha de la economía sobre la salud pública.
A un mes de aquel evento, hoy la cifra asciende a más de 30 mil casos, con cerca de dos mil muertes. En un contexto de inminente crisis hospitalaria, el clima político se ha tensado a niveles inéditos, incluso para un ambiente acostumbrado al discurso divisivo que ya es una marca registrada del presidente.
La «gripecita»: subestimación ante la crisis
Si algo ha caracterizado al gobierno brasileño en cuanto al tratamiento de la pandemia es el carácter reactivo ante la crisis y la subestimación permanente de los alcances del coronavirus por parte de Bolsonaro, quien llegó a calificarla como una “gripecita” que no debería servir como pretexto para detener la marcha de la economía.
Estas declaraciones, sumadas a medidas económicas antipáticas como el congelamiento por decreto del cobro de salarios durante cuatro meses –más tarde derogado por el propio Bolsonaro, presionado por el Congreso y la opinión pública–, y a apariciones televisivas por cadena nacional amenazando con la pérdida de la democracia ante un escenario de caos social y económico producto de eventuales medidas de mayor restricción social, generaron profundo rechazo incluso en los sectores urbanos que contribuyeron decisivamente en su ascenso al poder, como lo prueban los cacerolazos en Brasilia, Sao Paulo o Río de Janeiro que continúan hasta hoy.
Todo ello ha llevado a un aislamiento político del presidente que puede verse a partir de diversos factores.
El primero de ellos se da en razón de la “rebelión estadual”, con los gobernadores coordinando medidas contra la pandemia sin el concurso del gobierno central, lo cual generó el peligro de un virtual vacío de poder.
El segundo elemento está dado por la prohibición por parte del STF del slogan televisivo “Brasil no puede parar”, impulsado por Bolsonaro, que llamaba a reabrir la actividad económica, así como la validación de las políticas de prevención llevadas adelante por los gobernadores.
Otro ejemplo de alto impacto fue la unificación del discurso opositor encabezado por el PT y otros partidos tanto de izquierda como de centro.
Pero tal vez el elemento que más contribuyó a la situación de debilidad de Bolsonaro fue el creciente papel de los militares en el balance de poder interno del gobierno.
En un primer momento distanciándose del discurso del presidente, jugando incluso con la idea de un reemplazo por el vicepresidente Hamilton Mourao en caso de renuncia o proceso de “impeachment”, para luego maniobrar en torno a una estrategia de contención, el nombramiento del Jefe de la Casa Civil, el general Walter Souza Braga Neto, como “presidente operacional” a cargo de todas las medidas relacionadas con el combate al coronavirus, confirmó el debilitamiento relativo del poder interno de Bolsonaro ante un sector que él mismo contribuyó a empoderar, con capacidad de someter a veto cualquier decisión presidencial.
Este dato es fundamental para comprender la dinámica de la crisis entre Bolsonaro y Mandetta, así como su desenlace.
Consenso interno resquebrajado
La aparición del entonces Ministro de Salud con su defensa de una cuarentena total supuso un correlato de la disputa entre gobierno y Estados al interior del mismo gabinete presidencial, resquebrajando el aparente consenso interno hacia el discurso bolsonarista en relación al coronavirus y reafirmando la posición política tomada por los gobernadores, quienes para ese entonces habían moderado su discurso contra Bolsonaro.
Más importante aún, las diferencias públicas entre Mandetta y el presidente suscitaron un fuerte apoyo popular hacia el ex titular de Salud, lo que explica que, al momento de su destitución, su imagen contaba con un 76% de aprobación, casi el doble del apoyo con que cuenta el propio Bolsonaro.
A este alto apoyo popular se le suma la sintonía discursiva con un sector militar receloso de correr la misma suerte que el presidente en términos de pérdida de apoyo en la sociedad.
En los hechos, estos factores funcionaron como una suerte de cobertura política cuando Bolsonaro comenzó a insinuar un recambio en Salud, motivado en los desacuerdos por los partes sobre el avance de la pandemia a nivel local como en el índice de popularidad, lo que lo convertiría en un potencial adversario político.
Así, ante un primer intento de destituir a Mandetta, fue el propio Braga Neto quien persuadió a Bolsonaro de lo contrario, ejerciendo así su poder de veto ante las decisiones presidenciales. Sin embargo, la suerte de Mandetta se selló cuando, en una entrevista televisada, llamó a promover una “unidad de discurso” con el presidente, lo que fue percibido como un intento de un ministro de condicionar al primer mandatario.
Bolsonaro tuvo entonces el camino expedito para la destitución, hecho del cual se venía rumoreando en días anteriores.
Si bien el presidente sale ganador en el juego táctico deshaciéndose de su principal adversario en el gabinete, al mismo tiempo quedaría más debilitado en términos de poder interno frente a los militares.
Nulo manejo de los tiempos políticos
Es de destacar que la destitución de Mandetta no cierra la crisis política, generada tanto por la retórica y la gestión bolsonarista como por el coronavirus.
Con una economía que caerá un 5,4% este año y con relaciones políticas rotas con todos los actores políticos relevantes, sumado a una oposición que encontró en los gruesos errores del gobierno frente a la pandemia un motivo para unificar su voz, Bolsonaro tuvo la renuncia del sucesor de Mandetta, el médico Nelson Teich, a menos de un mes de asumir, quien abogaba por la aplicación de un aislamiento social total.
La otra cuestión es más estructural, y se deriva de los escenarios abiertos por el ascendente papel militar en el gobierno –a Teich lo reemplazó un militar, el general Eduardo Pazzuelo, sin ninguna experiencia en salud como ministro interino– en el sentido de generar una posible sucesión ante la eventual renuncia o juicio político de Bolsonaro, y si este papel ascendente continuará más allá de la resolución de la cuestión sanitaria, modificando las reglas de juego políticas de forma sustancial.
Con este panorama, nadie da por sentado que Bolsonaro conserve su cargo al final de año, con un gobierno cada vez más aislado, apoyado principalmente en su núcleo duro de votantes y con un casi nulo manejo de los tiempos políticos, condicionados totalmente por el avance del coronavirus en Brasil.
*Estudiante avanzado de la Licenciatura en Relaciones Internacionales (UNR). Analista Internacional del Centro de Estudios Políticos Internacionales (CEPI) y del portal Fundamentar.com