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El cambio climático sí existe: sequía y calor sin precedentes en la cuenca del Amazonas

Comunidades ribereñas de los tres países, cuya principal vía de comunicación es el agua, están cerca de quedar aisladas. No llegan alimentos ni medicinas. La actividad agrícola paralizada por el calor extremo. Animales muertos, entre ellos los delfines de agua dulce. Y flora devastada por incendios

La cuenca del Amazonas, la región más rica en agua dulce del mundo, está experimentando su peor sequía desde que comenzaron los registros hace más de 120 años. Cientos de miles de personas que dependen de ese ecosistema, los animales y las flora están en grave riesgo en Brasil y Perú.

Los habitantes de las riberas de los ríos, cuya principal vía de comunicación es el agua, están a punto de quedar aislados. Las imágenes recurrentes de barcos encallados reflejan un problema de supervivencia: el suministro de agua, alimentos o medicinas a las comunidades es cada vez más difícil.

El gobierno de Brasil declaró el estado de emergencia para los 62 distritos de la Amazonia, donde habitan casi 600.000 personas. Es que si bien de vez en cuando se producen períodos de sequía en la región del Amazonas, lo que distingue a la actual es la velocidad con la que los ríos se quedan sin agua.

 

El radar de temperatura muestra registros de alrededor de 35 grados en las regiones de Manaos y alrededores.

La fauna también sufre. En los últimos días, se encontraron alrededor de 70 delfines de agua dulce muertos en el municipio de Coari, a unos 360 kilómetros de Manaos. A finales de septiembre, se descubrieron más de 100 ejemplares muertos en la misma región del lago Tefé.

Los investigadores aluden a las anomalías de las aguas cálidas en el Pacífico oriental y el Atlántico tropical como la causa de la actual sequía. El fenómeno climático provoca una disminución de las precipitaciones en la cuenca del Amazonas debido a complejos cambios de caudal.

 

La depredación no se detiene

Una actividad que parece inmune a estos cambios es la minería ilegal del oro. Ni la pandemia ni las fuertes temperaturas han representado un freno. Desde la Carretera Interoceánica se puede ver cómo se sigue depredando los bosques, y cómo toda acción de control proveniente del Estado resulta insuficiente. Los mineros ilegales aprovechan la ausencia de lluvias para seguir destruyendo bosques, y removiendo los lechos de los ríos.

 

En Perú también

 

En la región amazónica Madre de Dios, en Perú, el calor alcanzó niveles nunca antes registrados. Cinco personas fallecieron en menos de dos semanas por casos atribuidos a golpes de calor, entre ellas un soldado de 18 años. La autoridad climatológica señala que estas altas temperaturas seguirán por lo menos hasta enero.

Las actividades económicas formales como la agricultura, transporte y pesca se han visto afectadas. A unas tres horas de Puerto Maldonado, en la comunidad amahuaca Boca Pariamanu, donde viven unas 30 familias, las altas temperaturas no permiten el desarrollo habitual de la agricultura. “El calor está fuerte todo el día, de seis a seis. Y solo podemos trabajar de cinco hasta las nueve de la mañana”, dijo Walter Pacaya Inuma, que vive de la siembra de maíz, arroz y yuca. En los últimos días empezó a llover, pero solo por momentos.

 

Y en Bolivia

Bolivia enfrenta desde hace varios meses una severa sequía que afecta a gran parte de su territorio, sobre todo a la región amazónica. Algunas ciudades están al límite de su reserva de agua, lo que afecta la cría de ganado y la producción de alimentos. La situación se agravó por los incendios.

Beni es uno de los departamentos bolivianos que más está siendo afectado por la sequía. El pasado 14 de noviembre, el gobierno local declaró estado de desastre departamental por la sequía y los incendios forestales, que con más fuerza asolan los municipios de Rurrenabaques, San Borja, Baures y San Javier.

Más de un centenar de bomberos llegaron a Bolivia desde otros países para combatir los incendios forestales. El presidente, Luis Arce, solicitó la activación del Comando de Incidentes en Beni, una medida que permite concentrar el esfuerzo de militares, policías y civiles para proteger la vida de las personas, sus bienes y el medioambiente.

 

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