Vivimos esperando que el mundo cambie, que nuestra familia responda al comportamiento que nosotros esperamos de ellos, que el clima sea el que queremos, que gane nuestro equipo de fútbol o nuestro candidato político, que aquél o aquélla que creemos que es el amor de nuestra vida responda urgente a ese requerimiento, que esto, que lo otro y lo de mas allá resulte como uno espera.
Cuando las cosas no funcionan así, caemos automáticamente en la desazón y la angustia, en lo que los grandes genios llaman la discapacidad emocional, que es no recibir del afuera lo que nosotros creemos que necesitamos para ser felices. Los más claros lo llaman el síndrome de la margarita deshojada: si aquél me ama, la vida tiene sentido, si no viene y no me llama o se aleja, ¿para qué vivir?
Seguimos dependiendo de la aparición de otro en nuestra vida para darle un sentido a la misma. Seguimos siendo actores secundarios y medio patéticos de la película del otro en lugar de ser protagonistas definidos, alegres, jugados de nuestra propia película, es decir de nuestra vida y de nuestro tránsito por este plano.
Entonces, cuando comprendemos que la causa básica del sufrimiento es que el otro no responde al esquema mental que tanto deseamos, sólo nos queda dejar de esperar de afuera la autorización para ser dichosos, y dejar de ser lo que el otro cree que nosotros somos, o incluso lo que nosotros creíamos que éramos, y empezar a ser lo que siempre fuimos y no nos atrevíamos a recordar.
Al salir de esta amnesia, uno sabe que el cambio está en Uno, que el único cambio posible es el nuestro, y que al cambiar nuestra visión de los demás incluso cambian los demás, pero lo que importa es que la percepción y el juicio que teníamos y que era fuente de sufrimiento se va despejando, y lo primero que aparece con la aceptación es la calma, la paciencia, la tolerancia y la compasión.
De allí en más se va abriendo un abanico formidable de apertura de mente y de corazón, se va terminando el conflicto, la permanente batalla con los otros para que se adecuen y amolden a nuestras ideas. Todo ese tiempo energéticamente desgastante en que intentamos modificar nuestros pensamientos esquemáticos, dogmáticos, negativos y gozar automáticamente más de la vida.
Al poco tiempo se clarifican las emociones, la ira y el rencor van cediendo y atraemos relaciones sanas, con nuevos compañeros de juego, o con los mismos; pero de otro modo, renovado, alegre y plácido.
El cambio está en nosotros.
Es hora de intentarlo de una vez por todas. Las recompensas son incalculables.
Si yo…
Si yo cambiara mi manera de pensar hacia los demás, me sentiría sereno.
Si cambiara mi manera de actuar ante los demás, los haría felices.
Si aceptara a todos como son, sufriría menos.
Si me aceptara tal cual soy, quitándome mis defectos, cuánto mejoraría mi hogar, mi ambiente, mi mundo.
Si comprendiera plenamente mis errores, sería humilde.
Si deseara siempre el bien de los demás, sería feliz.
Si encontrara lo positivo en todos y en todo, la vida sería más digna de ser vivida.
Si amara al mundo, el mundo cambiaría.
Si me diera cuenta de que al lastimar el primer lastimado soy yo, si criticara menos y amara más… si yo cambiara…
¡Cambiaría al mundo!
(*) Gentileza http://espiritualidaddiaria.infobae.com