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El cambio llegó al mostrador y ya dejó en crisis a los carniceros

Desde diciembre pasado a hoy el consumo bajó un 25%, dicen en el sector. Los más complicados son los comercios de barrio.

La baja en el consumo de la carne de vaca es notable en la canasta familiar y la preocupación de las carnicerías ubicadas en los barrios de la ciudad es cada vez mayor por la caída de la demanda, que se precipitó a medida que aumentaban los precios hasta un 25 por ciento, según relevaron en el propio sector. Los que pueden, se inclinan por el cerdo, más barato que los cortes de res, pero sobre todo por el pollo durante la semana. Y a la hora de preparar la parrilla del domingo, el espacio lo suelen ocupar las menudencias que la lista de precios permite: el asado de costilla, el vacío y hasta los chorizos –y ni hablar de matambre o mollejas– son cosa del pasado.

Las supremas, las pechugas y las alitas, son los sustitutos del bife y la costeleta. La diferencia que encuentran los clientes en los carteles de los precios es el de pollería, que pasa a ser una de las pocas opciones para los bolsillos. “No hay plata y se nota. La gente compra lo justo y necesario para el plato del día”, así describió el panorama a <El Ciudadano>, Luis, uno de los carniceros consultados.

Luis alquila un local en Cafferata casi esquina Pellegrini. Unos meses atrás alquilaba otro, que era más grande, pero ahora tuvo que adecuarse a un negocio con un espacio mucho más reducido porque el bolsillo le apretaba para poder seguir pagando.

“A la gente hoy no le alcanza para comprar. En seis meses me fundí trabajando. La gente no reemplaza nada por nada, no le alcanza la plata para comer. Antes vendía 30 medias reses por semana, ahora vendo cinco. La luz me aumentó un 700 por ciento y si no ganamos, no consumimos. Hasta salgo a vender medias en la calle, porque vendo poco en el negocio”, se lamentó.

Una de las ofertas que tiene Luis en su carnicería son las supremas: 2 kilos por 100 pesos. En cambio, las milanesas de carne cuestan 75 pesos por kilo. Un pollo entero de aproximadamente tres kilos sale 90 pesos. La picada común está 50 pesos el kilo y la especial 100, la nalga 128 y el jamón cuadrado 125. No hay comparación: “Un cajón de pollos me sale 550 pesos y yo gano 100. Hace 10 meses atrás facturaba 25 mil pesos por día. Hoy, a duras penas, saco alrededor de 8 mil. Además tengo que pagar el alquiler y los impuestos. No me alcanza la plata”, confesó el comerciante, triste.

Marta espera su turno en la carnicería de Luis y quiere decir lo suyo. Cuenta que ahora recorre carnicerías para sacarle un poco de ventaja a su bolsillo. Pero ni así: “Compro más pollo que carne porque sale más barato y también carne de cerdo. Voy caminando y mirando precios hasta encontrar lo más barato. Hago lo que decía Lita de Lazzari, su frase célebre: «Camine, señora, camine»”, dice, en broma y en serio.

Y se despide: “Yo no lo voté porque es oligarca. No me gustaba el anterior gobierno, pero éste es peor”.

Saltando la cadena

Santiago es empleado de una de las bocas de un conocido frigorífico de Carcarañá, que está en Eva Perón y Río de Janeiro, y explica que la clave para los clientes es recorrer las carnicerías para encontrar precios accesibles, y dejó de comprar en un solo lugar todo. “Bajó el consumo de la carne. Los clientes reemplazan la carne por el pollo o el cerdo. Hace unos meses atrás se vendía muchísimo más”, resaltó.

La sucursal ofrece un asado económico de novillo a 75 pesos el kilo, el vacío a 85, el jamón cuadrado 110 y la nalga cuesta 100. Las costeletas de cerdo salen 85 pesos, en ventaja con las de carne, que cuestan 105 pesos el kilo.

“Lo que están llevando mucho los clientes es la pata y muslo de pollo, que sale 32 pesos el kilo, y también las alitas. El pollo entero cuesta entre 70 y 80 pesos y las milanesas de pechuga están 71,50 pesos el kilo. Pero también disminuyó la demanda de los restaurantes: el lomo cayó más de un 35 por ciento”, describió el muchacho.

Mientras Santiago acomoda la carne en el mostrador, mira el reloj que está colgado en la pared de su costado derecho: “Son las 11.30 de la mañana y no hay nadie en la carnicería. Hace unos meses la gente venía desde temprano, hoy los clientes llevan para el día: dos milanesas, dos pechugas. Viven el día a día”, resumió.

Nadie lo puede negar

Alejandro tiene su carnicería en Urquiza al 3600, en barrio Luis Agote, y sostiene que “todo cada vez está peor y que ningún carnicero puede negarlo”.

“Vendemos menos y pagamos más impuestos. Los precios no bajan y los clientes compran cortes económicos y por eso las ganancias son mínimas”, cuenta. Y agrega: “No hay plata. No se vende casi nada. Lo que llevan ahora es pollo porque está 4 a 1 con la carne”, hace cuentas en términos futbolísticos.

Amelia, la única clienta que entró a la carmnicería de Alejandro en los más de 20 minutos que el equipo de El Ciudadano estuvo allí, también se suma. “Antes compraba carne para frizar. Hoy tengo que comprar lo justo y necesario. Compro lo que necesito para el día. Yo lo voté a Macri, pero las medidas que está tomando nos duele y mucho”, confiesa. El presidente Mauricio Macri ya no la conforma.

Quién lo iba a pensar

Juan hace 33 años que tiene su carnicería en barrio Bella Vista, en Cafferata al 2200. No duda: “A la gente no le alcanza la plata. En los últimos años nunca pasé lo que estoy pasando ahora. Los clientes compran menos. Se llevan una costeleta, un bife. Antes llevaban por kilo, ahora por unidad”.

En su negocio, la picada común sale 90 pesos el kilo, y la costeleta de vaca 120 contra la de cerdo que sale 90. Las milanesas de carne están 100 pesos el kilo y las de pollo 80.

“Antes mis clientes venían todos los sábados a comprar el asado para el domingo. Ahora, con suerte y si pueden, vienen una vez al mes. Afortunadamente no pago alquiler, pero estoy pensando en cerrar porque los gastos del negocio son altísimos. De luz pagaba 2.300 pesos, ahora pago 5 mil. Esto así no va más y tengo una familia que mantener”, concluye y lamenta.

“La gente perdió su poder adquisitivo”

José García, titular de la Sociedad de Carniceros de Rosario, expresó que los aumentos de precios se dan con más fuerza desde diciembre pasado y obligaron al consumidor argentino a modificar uno de los hábitos favoritos: comer carne.

Según los datos que maneja la asociación, en Rosario la venta minorista al público bajó un 25 por ciento, el impacto se notó sobre todo en los barrios de la ciudad. “El panorama está complicado en todos lados. Hay pequeñas carnicerías que ya son inviables y algunos carniceros que ya pasaron los 50 años me preguntan: ¿«Dónde voy a ir a trabajar con esta edad, si cierro»?”, lamentó García.

El titular de los carniceros especificó que la fuerte baja en las ventas perjudica también a los comerciantes del centro, pero a los de la periferia los está asfixiando. “Tal vez las carnicerías céntricas venden más kilos y se siente menos, pero el que le vende a los vecinos está mucho más perjudicado”, explicó García, preocupado por “lo que pueda ocurrir con los pequeños negocios si la situación no da un giro”, sentenció.

Y concluyó: “No esperábamos esto. El motivo es simple, la gente perdió poder adquisitivo”.

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