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El camino ancestral de la sangre derramada

La editorial Le Pecore Nere publicó “Almas negras”, de Gioacchino Criaco, una novela dura y vertiginosa donde sus jóvenes protagonistas, vinculados a la mafia calabresa, son parte de una saga criminal que incluye traficantes de droga, terroristas árabes, políticos y fuerzas de seguridad corruptos


No son muchas las novelas sobre la mafia italiana y sus particularidades regionales las que se publican en Argentina; hubo sí un destello con la aparición de Gomorra, de Roberto Saviano, que a partir de su adaptación al cine, que muy bien hizo el realizador Mateo Garrone, pudo conocerse el texto que le dio origen con su edición en países de habla hispana. Tal vez el cine, con su proliferación siempre algo más masiva, sea el que haya dado cuenta más a menudo del fenómeno, incluso ya no específicamente el que se hace en Italia, sino el de algunas producciones europeas y norteamericanas, que suelen contar historias donde a veces es notoria la participación de la ‘Ndrangheta, la Camorra o la Cosa Nostra. Por eso es loable la reciente publicación de Almas negras, del autor italiano Gioacchino Criaco, por la editorial rosarina-italiana Le Pecore Nere, con traducción de Regina Cellino, titular de la pata argentina de la editorial (la parte italiana está a cargo María Pina Gianuzzi).

A modo de epígrafe aclaratorio, en la primera solapa de esta edición nacional, figura el siguiente texto: “Las sombras eran así por dos motivos: tenían cuentas pendientes con la ley o cuentas que saldar con otros; en este caso, cuando la sangre ya había corrido, las sombras se convertían en almas negras o tingiúti, según si se preveía que saldrían vencedores o fueran considerados víctimas seguras”, frase que parece cifrar el carácter que anima a los así nombrados (almas negras), quienes serán los protagonistas de esta novela dura, de estilo directo, casi minimalista en la descripción de personajes y acciones, que pone en evidencia sin retaceos las contradicciones que sufren sus héroes en relación a las vidas y circunstancias que eligieron llevar, sobre todo cuando Criaco se detiene en sus fragilidades, en el modo con que a veces sopesan cuál es el lugar que les deparará el espiral de violencia en la que están insertos.

Ese despliegue violento también es hacia adentro y cobra estatura en las tensiones de las relaciones familiares, como si se tratara de dos conflictos, el externo, entre grupos y bandas y otro interno, puesto en escena a partir de un narrador en primera persona que calibra y detalla el vía crucis de un viaje cuyo destino parece estar signado.

Luciano, Luigi y el narrador omnisciente surgen del Aspromonte, una zona donde la cría de cabras es el modo ancestral de la supervivencia y es también el reducto donde van tejiéndose las relaciones peligrosas que pasan de padres a hijos con diferentes excusas, pero que van determinando conductas y actitudes de una cultura propia, como si lo delincuencial fuera la vía obligada para manifestar su existencia en el mundo. Hay un interesante trabajo de composición de lugares en Criaco que devela esas pertenencias, donde se amalgaman personas y espacios físicos denotando un origen. En el Aspromonte los lazos mafiosos son de tipo familiar, están conformado fundamentalmente por parientes, y las adhesiones son aquellas dadas por la misma sangre. Así entonces los conflictos alcanzan una dimensión de ribetes bíblicos porque lo que siempre está en juego es la sospecha de que sus vidas no dependen de ellos mismos, sino de una máquina tan precisa como inhumana.

También Criaco demuestra conocer a fondo las montañas o cerros del Aspromonte, ese territorio por momentos sobrenatural del sur italiano, con sus sendas intrincadas al filo del abismo que funciona como refugio y donde se establecen los vínculos más verdaderos, que luego irán a enturbiarse en un devenir cruento aunque algunos personajes permanezcan irredentos. En esos paisajes milenarios de cargada atmósfera –en ocasiones casi en tono de neorrealismo rural– se percibe el oscuro aleteo de un presagio caótico desde donde fluirá la sangre. Ya allí la mafia calabresa había instalado durante la década del 70 del siglo anterior una lucrativa industria de secuestros, el perfecto caldo de cultivo para los jóvenes hijos de pastores de cabras que sueñan con un destino diferente al de sus padres y van camino a convertirse en las sombras negras que desgarran y destruyen.

Los distintos momentos de Almas negras funcionan como estampas donde un elemento fundamental se introduce hasta la raíz de su esencia: un profundo resentimiento acompañado de la voluntad de perpetua venganza, heredado de generación en generación y anclado en la propia composición de lo familiar, entendido también esto último como nexo de crianza y ya no solo de sangre. La ‘Ndrangheta, cuya etimología alude a la “virtud de la hombría” tiene un lugar central en el relato puesto que se trata de un mundo dominado por los hombres, donde la mayoría de las mujeres tiene un rol pasivo o cómplice, como la madre o la pareja del narrador, y cuando se corre de esa norma, se trata de prostitutas que supieron ocupar otra escala de la estructura económica y mafiosa valiéndose de habilidades y audacias.

El ritmo de Almas negras es por momentos vertiginoso con su galería de traficantes de droga, terroristas árabes, empresarios inescrupulosos, políticos y fuerzas de seguridad corruptos, en una asonada infernal de enfrentamientos armados, delaciones, traiciones y lealtades, como el engranaje oculto del capitalismo contemporáneo pero no por eso menos importante –que, por caso, el mercado legal de divisas–, para la dinámica social y económica imperante.

Los jóvenes protagonistas se toparán con una verdad tan dura como el acero: esa enloquecida saga criminal no podrá resolverse jamás e incluirá la posible aniquilación de los vínculos de sangre. En este sentido, el estilo sólido y abrupto de Criaco despliega con rigor y elegancia las escaladas de violencia –cuya excusa primaria parece ser siempre la vendetta– que pueblan la novela. El aire irrespirable, la hostilidad permanente que producen las conciencias agrietadas por el honor mancillado y los  instintos básicos constituyen el componente perfecto para esta tragedia anunciada nacida de la imposibilidad de escapar a su naturaleza aunque se conviertan en espectros de un mundo anclado en un determinismo genético y en un pasado de violentas rivalidades, tan ancestral como ineludible.

LA DATA

Gioacchino Criaco nació en Africo, a los pies del Aspromonte. Trabajó como abogado en Milán, su hermano Pietro Criaco es miembro de la ‘Ndrangheta y perdió a su padre en una vendetta en 1993. Almas negras (Anime nere), su novela de debut, publicada en el 2008 (segunda edición 2014 Rubbettino), fue llevada al cine por Francesco Munzi con título homónimo y resultó ganadora de nueve premios David di Donatello en 2015. Publicó los libros Zefira (Rubbetitno, 2009), American Taste (Rubbettino, 2011); Perduta gente (2012, Lantana Editore), La Strategia del Porco (Lo Straniero, 2013); Il Saltozoppo (Feltrinelli, 2015, Premio Nazionale Rhegium Julii di Narrativa); L’agenda ritrovata (Feltrinelli, 2017); La maligredi (Feltrinelli, 2018); La soie et le fusil (Metailiè, 2018); L’Ultimo Drago d’Aspromonte (Rizzoli Lizard, 2020); y Il Custode delle Parole (Feltrinelli, 2022).

 

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