Después de mucho esfuerzo y dedicación, el grupo de trabajo liderado por el investigador Gustavo Sosa, orientado a la búsqueda de herbicidas naturales, llegó a su etapa de madurez. Se trata de un proyecto que se inició unos pocos años atrás. “Esto empezó hace tres años, exactamente, y coincidió con la primera nota periodística que nos hizo usted –en referencia al autor de esta entrevista–”, recuerda Gustavo Sosa. Y agrega: “Era la etapa del screening (selección y evaluación de alguna cosa); su segunda nota recuerdo que coincidió con los extractos seleccionados de una muestra que contaba con algo más de 2 mil plantas, y ésta tercera nota nos encuentra abordando el momento de trasformar en productos las sustancias seleccionadas”.
Sosa es egresado de la Facultad de Bioquímica y Farmacia de la UNR. Luego, también en Rosario, completó el doctorado en Bioquímica. Previamente había obtenido el título de Ingeniero Forestal en la Universidad Nacional de Santiago del Estero. Siguió su formación en el instituto tecnológico de Chascomús (Intech) y más tarde viajó a Estados Unidos para hacer un posdoctorado en la Ohio State University. Junto con investigadores del Instituto de Biología Molecular y Celular de Rosario (IBR-Conicet / UNR) se dedica a buscar plantas cuyos compuestos químicos puedan usarse como herbicidas naturales, selectivos y no tóxicos para el ser humano y el medio ambiente; e, incluso, evitar que las malezas desarrollen resistencia a los mismos.
Todo esto lo llevó a buscar fuentes de financiamiento para lo que ha formado Investigaciones Biológicas en Agroquímicos Rosario Sociedad Anónima (Inbioar SA), de la que es su director científico. A su grupo de trabajo lo integran Néstor Carrillo, Eduardo Ceccarelli y María Lucía Travaíni.
—¿De una idea a un producto?
—Sí. A esas ideas tenemos que cuidarlas y potenciarlas.
—La historia de esta búsqueda tiene que ver con que primero notaron, por la observación, que debajo del algarrobo no crecían yuyos; a esto le siguió la pregunta de ¿por qué acá abajo no crece nada?
—Sí. Exactamente. Y así surgió la idea de seleccionar principios activos que sirvieran como herbicidas.
Después, la siguiente etapa consistió en la incursión por las banquinas seleccionando plantas cuando observaban que una especie se aglutinaba en una parte del terreno.
“De a cien plantas por mes, hicimos una librería de alrededor de 2.400 plantas a estudiar. Luego nos asociamos a una multinacional de Estados Unidos; así, mientras ellos buscan insecticidas y fungicidas con nuestros extractos, nosotros buscábamos herbicidas. Nos encontramos con resultados prometedores, así que para dar el siguiente paso debimos asociarnos con el profesor, Stephen Hughes de la Usda (Departamento de Agricultura de los Estados Unidos) y con una empresa de Alemania para hacer las purificaciones. Por tal motivo, la doctora Lucía Travaíni viajará a Estados Unidos para colaborar en esta etapa crucial y sensible. Es decir, debimos recurrir a quienes cuentan con la estructura necesaria para llevar adelante estos proyectos y podamos, con el tiempo y mucha inversión, lograr la transformación en productos terminados”.
—¿En qué consiste el trabajo que se hace en Estados Unidos?
—Lo que está haciendo la empresa de Estados Unidos es buscar y encontrar moléculas nuevas; y ellos han encontrado cuatro. De las 2.463 que forman nuestra librería de plantas se encontraron cuatro moléculas que han demostrado ser efectivas como insecticidas y fungidas. Lo curioso es que ninguna de esas cuatro moléculas son conocidas en la naturaleza.
—¿Cómo es posible?
—Sí. No han sido descriptas por nadie.
—¿Son híbridos?
—No. Se trata de moléculas hasta hoy desconocidas. Hasta debimos elegirles sus nombres.
—¿Cómo surgieron?
—De un yuyo.
—¿Plantas que estaban pero a las que no les fueron reconocidos potenciales efectos como herbicidas, o insecticidas?
—Sí. Estaban pero es muy raro que nunca hayan sido ni siquiera sospechadas por su acción efectiva como insecticidas y fungidas.
—¿Qué se puede esperar de ellas, ahora?
—Que se transformen en productos comerciales.
—¿Y, ahora, en qué etapa del proceso están?
—Estamos en la etapa de purificación de todos estos extractos que venimos investigando y seleccionando. Se trata de la etapa más crítica. Y como es una etapa que requiere mucho conocimiento y sobre todo mucha tecnología, nos hemos asociado con esas dos empresas multinacionales, una de Estados Unidos y la otra de Alemania; y una parte la haremos nosotros en nuestros laboratorios locales. Stephen Hughes cuenta en Estados Unidos con el conocimiento suficiente como para purificar y nosotros tenemos que desarrollarlo; por eso nos reservamos una parte de las plantas para hacerlo aquí, lo que nos permitirá incorporar el procedimiento y formar recursos humanos. La estrategia de haber encarado en nuestro laboratorio este emprendimiento, aunque pequeño y con escasa inversión monetaria, y de haberlo hecho extensivo a empresas globales de Estados Unidos y Alemania, nos está dando una perspectiva más que interesante para obtener resultados en el corto plazo.
—Volvamos a las moléculas.
—Esas moléculas las estamos estudiando con una empresa multinacional de Estados Unidos. Y con el profesor Stephen Hughes, un destacado investigador en productos naturales del Usda (Departamento de Agricultura de los Estados Unidos), similar a nuestro Inta; con ellos estamos conectados lo que le abre las puertas a la doctora Lucía Travaíni, de nuestro equipo, para ir a trabajar con ellos. Y en la parte de herbicidas tenemos un convenio con una empresa de Alemania para que ellos desarrollen una parte de nuestros agroquímicos. Previo a esto, gracias a contar con la presencia de Helmut Walter, ex vicepresidente de Basf de Alemania, nuestro consultor, nos ha permitido acceder a un contrato con la división Pharma de esa misma empresa alemana, con la que se abrió un proyecto para desarrollar moléculas anticancerígenas.
—¿Para qué enfermedades?
—Para cánceres de pulmón y mama.
—¿Ya han avanzado en algo en este rubro?
—Hemos analizado 100 de las plantas y de sus extractos vegetales hemos detectado 20 positivos en ensayos in vitro. Con un extracto avanzamos en ratones y tuvimos éxito: no fue tóxico; a los ratones no se les cayó el pelo, no perdieron el apetito, ni se agitaron. En relación con el tumor de mama su desarrollo fue más lento que los del grupo control.
—¿Cómo son los próximos pasos?
—Fuimos llamados por el gobierno de la ciudad de Buenos Aires para integrar una aceleradora de proyectos que se llamará RosBiotec. Asocia en condiciones de igualdad. Una inversión que nos permitirá tener un pie puesto en Buenos Aires con la importancia que todos sabemos que tiene estar allí. La aceleradora tiene como objetivo identificar trabajos científicos que requieren un mínimo de inversión para llevarlo a una escala de prototipo para que pueda ser “vendible” en el marcado mundial.
—¿Qué diferencias hay con incubadoras de empresas?
—La aceleradora toma una enzima, por ejemplo, y se demuestra que hay que hacerle modificaciones. Si a esa enzima se le hacen modificaciones y se le inyectan recursos financieros y de conocimientos, en un año se puede llegar con esa enzima a un prototipo que, si bien todavía no ha demostrado ser efectivo, cuenta con potencial para a ser de interés para la industria. Allí la aceleradora concluyó su tarea. Y allí puede una incubadora recibir a esa empresa con ese tipo de proyecto para ayudarla en esa parte del trayecto hacia alcanzar la transformación de la enzima en un producto.