Sergio Molina García (*) / Especial para El Ciudadano
En España, en 1975, el mundo agrícola salió a la calle para demandar la democratización del país y para mejorar sus condiciones de vida. Estas protestas, cuyas mayores expresiones fueron las “tractoradas”, sirvieron para demostrar que los agricultores también son un sujeto activo de los procesos de cambio y no es únicamente el mundo obrero el que se rebela contra el régimen establecido.
En enero y febrero de 2020 los trabajadores del sector primario en España han vuelto a salir a la calle. En este caso no se lucha por instaurar una democracia, pero piden igualmente un cambio profundo en el sistema político, económico y social. El establecimiento de precios justos, la disminución de intermediarios y la denuncia de la falta de ayudas públicas son algunos de los puntos más importantes de las proclamas que se escuchan en las numerosas manifestaciones.
Este descontento tiene sus orígenes en una serie de razones profundas que transcienden el ámbito nacional español. De hecho, las protestas de los chalecos amarillos en Francia de 2018 y de 2019 presentaban algunos elementos en común. El mundo agrícola, en general, comparte una serie de problemáticas. Esta vez ha sido España, pero mañana pueden ser los agricultores de cualquier otro país. Entre los motivos de descontento destacan:
n La fractura existente entre el sistema político y económico y la sociedad (y no solo rural). Desde 2008 se ha roto el acuerdo keynesiano. La pobreza, como muestra Thomas Piketty, no es cosa de desempleados y grupos sociales marginales. En la actualidad tener trabajo, en este caso en el sector primario, ya no es sinónimo de un mínimo de calidad de vida. La máxima expresión de este problema es la venta de productos agrarios por debajo de su precio de costo.
n El agotamiento del sistema agrario que se consolidó en las décadas de los sesenta y de los setenta. La llamada Revolución Verde consistió en adaptar la producción agrícola al sistema neoliberal. Aumentó el tamaño de las propiedades (lo que supuso un descenso de número de propietarios), convirtió a los agricultores en “empresarios” y tecnificó la agricultura a través del uso de la fuerza motora y de productos químicos. En la actualidad se ha demostrado que se trata de un sistema agotado. Por una parte, los costos energéticos están disminuyendo los beneficios de los agricultores. Y, por otra, se han demostrado los efectos negativos para el medio ambiente del uso de productos químicos y de energías fósiles. La transición hacia una producción más respetuosa con el medio ambiente es uno de los grandes retos del presente.
n Problema demográfico. Christophe Guilluy y Benoit Coquard, en el caso francés, y María Sánchez y Sergio del Molino en el español han denunciado los problemas que está generando el abandono del mundo rural. Entre las causas más importantes se encuentran la falta de oportunidades laborales y la escasa rentabilidad de la agricultura.
n El último problema en añadirse ha sido el del presupuesto de la Unión Europea dedicado a la Política Agraria Comunitaria (PAC). Hasta el momento, las autoridades europeas habían tratado de no hacer referencia a las consecuencias negativas del Brexit. Sin embargo, en la última semana ya se han podido ver algunas de ellas. Las primeras reuniones para tratar de acordar los presupuestos comunitarios han acabado sin ningún acuerdo. Las nuevas cuentas europeas serán mucho más modestas que las de los últimos años, pues Gran Bretaña era uno de los principales contribuyentes. Dentro de esa disminución de presupuesto, la agricultura puede ser una de las mayores perjudicadas. En los momentos más críticos para el sector, las ayudas directas quizás se reduzcan. Y todo ello en un momento en el que la presidenta de la Comisión Europea, Ursula Von der Leyer, ha afirmado que una de las preferencias debía ser apostar por una Europa verde que reduzca la contaminación. Sin embargo, el mundo rural, que ya está ahogado por los bajos precios, no puede asumir un cambio de modelo sin recursos económicos.
Estos problemas son comunes a todo un sector y no específicos de algunos productos. Los productores de leche, los vitivinicultores y los propietarios de frutas y verduras, entre otros, se encuentran en situaciones similares. Y, al mismo tiempo tampoco se trata de un problema localizado. En Francia, en España e incluso en Estados Unidos se comparten las mismas problemáticas. Algunos colectivos tratan de buscar alternativas al margen de los canales oficiales. En Valencia, al sur de España, la reunión de 1.300 agricultores (la Tira de Contar) ha generado un mercado propio y ha prescindido de todos los intermediarios, imitando a otras iniciativas francesas. Pero la solución no puede reducirse a la voluntad y el riesgo de los más comprometidos. El cambio debe ser pactado entre la base social y la élite política y económica. Los agricultores ya han alzado la voz. Ahora falta que la clase política europea inicie reformas con el objetivo de situar a la agricultura al mismo nivel que el resto de los sectores.
(*)Seminario de Estudios del Franquismo y la Transición/Universidad de Castilla-La Mancha