Mientras en forma muy simplista algunos funcionarios consideran que la rebaja de las retenciones a la mayoría de los granos y otros productos de origen agropecuario es suficiente aliento para provocar un salto productivo, cuali y cuantitativo, día a día se suman voces en sentido contrario.
Es que, por un lado, el crecimiento de la inflación de los últimos meses erosionó buena parte del avance que se había logrado con la actualización del dólar y la mejora en el tipo de cambio al bajar a cero los impuestos a las exportación (excepto a la soja, que sigue en 30%, y algunos productos como harinas y balanceados).
Esos cambios habían permitido que, al menos, los cultivos anuales de las zonas centrales recuperaran resultados positivos que habían perdido desde 2014/15.
Los resultados, sin embargo, tampoco se mantenían cuando, saliendo del campo, las distancias a puerto o a fábrica superaban los 400-500 km.
Aun así, las siembras tradicionales y más aún el doble cultivo trigo-soja, o maíz de primera, aparecían atractivos.
El panorama cambió sustancialmente con la llegada de las lluvias de otoño de El Niño que ya provocaron pérdidas de magnitud (algunos estiman unos 8 millones de toneladas sólo en soja, al margen de la fuerte caída de calidad), y el toque de gracia con el último aumento del combustible –en plena cosecha- que acumula ya un aumento de 30% desde que asumió el nuevo gobierno.
Ambos factores tiene varias facetas. La pérdida de cosecha, si bien calculando quebrantos intermedios, hasta ahora compensa globalmente la caída de la producción con los mayores precios internacionales (impulsados, en gran medida, justamente por la menor cosecha argentina), es de una gran inestabilidad y la situación cambiaría (para mal) si se comprueban daños mayores a los calculados por el gobierno.
Por otra parte, el que perdió total, o parcialmente la producción, va a estar más descapitalizado aún para emprender una nueva campaña en la que, el bien más escaso, sigue siendo la liquidez.
De hecho, ya está aumentando el corte en la cadena de pagos.
En cuanto a la suba del combustible, inexplicable para algunos, tiene un doble efecto negativo: suba de los costos de cosecha, y aumento de los estratégicos fletes, con un efecto cascada sobre los precios generales de los productos. Mal momento para la suba en plena recolección de una campaña jaqueada por el clima.
Así, mientras los funcionarios minimizan el impacto negativo del aumento en los combustibles, entidades de la producción ya salieron a alertar sobre los daños, y las nuevas transferencias de recursos desde el agro hacia otros sectores.
Según CRA este monto supera los $ 16.000 millones, parte para la campaña 2015-2016, pero también para la próxima cuyos números deberán rehacerse con los nuevos costos.
Mientras la mayoría intenta encontrar una explicación a la decisión oficial, para el ex ministro Domingo Cavallo, el tema sólo puede responder “al lobby de las petroleras, de los sindicatos, y de las propias provincias petroleras”.
“Es cierto que pueden sufrir 300-400.000 personas con un petróleo más barato, pero es muchísima más la gente que sufre por los aumentos”, dijo el economista en el Club del Progreso, mientras el Grupo de “los 8 secretarios” (de energía) también alertó sobre el riesgo del contramarcado, ya que mientras en el mundo el petróleo baja la en Argentina se paga casi el doble.
De tal forma, es cierto que la Argentina tiene un gran potencial productivo que podría arrojar un crecimiento de 20-30 millones de toneladas rápidamente, a partir del sinceramiento de una serie de variables cuali y cuantitativas.
Sin embargo, la nueva caída en la competitividad, el alto costo argentino, la inflación y, como si fuera poco, el clima, conforman un panorama que puede mantener muy acotado ese eventual crecimiento, con lo que la nueva campaña podría no superar los 120-125 millones de toneladas “reales” de cosecha.
Y en este contexto, el trigo tampoco sería la excepción, a pesar de que algunos (¿voluntaristas?) hablan de un crecimiento de área de hasta 50%, cuando parecería más serio y factible hablar de una próxima cosecha de 12-14 millones de toneladas, aunque seguramente con una calidad muy superior a la de los últimos ciclos.