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El cannabis medicinal también ayuda a la tercera edad

Después de que aprobaran el uso terapéutico para pacientes con epilepsia en Argentina, dos usuarias cuentan sus experiencias con tratamientos basados en la planta. Jubiladas, cultivadoras y productoras de su propio aceite explican que no encontraban respuestas en la medicina tradicional

Alberta no culpó a nadie cuando una mañana su cuerpo se endureció y no la dejó salir de la cama. Tenía 49 años, tres lesiones cerebrales y el diagnóstico de una enfermedad sin origen ni cura: esclerosis múltiple. Dice que fue su culpa. Sabía que las horas en los barrios de la ciudad como trabajadora social para la Municipalidad de Rosario no desaparecían cuando entraba a su casa. Tuvo que jubilarse y probar por 9 años distintos tratamientos con pastillas recetadas. Ninguno funcionó y no podía salir de su casa sin pensar si su vejiga la iba a traicionar a mitad de camino.

Hace 4 años que Alberta cultiva, fuma, cocina, toma y se baña con marihuana. Dejó de inyectarse un anticonvulsivo de Bayer que le arruinaba la panza y la dormía. Hoy usa los aceites, cremas y jabones que hace y cada día decide cómo y qué usar. No dejó el bastón, pero cuando quiere sale al cine, al teatro o a visitar a sus amigos. Los médicos le dicen que sus exámenes están bien y que siga haciendo lo que está haciendo. “Construí mi enfermedad. Sanarme también es mi responsabilidad”, cuenta a El Ciudadano.

Oficio

Alberta nació en San Salvador de Jujuy, estudió en San Luis y terminó la carrera de Trabajo Social en la Universidad Nacional de Rosario (UNR). Se enamoró de un rosarino y tuvo tres hijos mientras daba una mano a familias sin acceso a un DNI, agua, subsidios para el boleto o que se habían quedado sin lugar donde dormir.

Durante décadas, donde asistió en las inundaciones del barrio Mangrullo y Nuevo Alberdi, por ejemplo, ella intentó separar su profesión de su vida privada. No funcionó. “Siempre fui alegre, pero vivía en medio de mucho dolor y tristeza. Estamos en una sociedad donde sos culpable o víctima y el cuerpo recibe todo. El miedo paraliza. El cannabis me permitió revistar los mandatos duros de lo que debía hacer y de lo que no. No quería repetir lo que les pasó a mis viejos”, confiesa.

Alberta cultiva marihuana para hacer porros, aceites en baño María, cremas y recientemente empezó una segunda tanda de jabones a base de cannabis. Hace un año entró a la Asociación Rosarina de Estudios Culturales (Arec) y sintió que se graduó después de leer libros e investigar las propiedades de cada variedad de la planta y sus usos. La familia de Alberta la acompañó sin criticar. Ninguno cultiva o usa. Están con ella y ayudan a difundir sus logros.

Administra

Cada día Alberta usa lo que necesita. Si está decaída, usa un aceite hecho con una variedad que energiza. Si le duele la articulación del brazo, lo masajea con una crema o el jabón que le bajó de a poco la irritación. Si la columna la tiene mal, busca a una masajista que no se horrorizó cuando ella le dijo que usara aceite de cannabis para aliviarle la tensión.

Alberta cree en una administración responsable. “Pasé muchos años con la medicina tradicional y si seguía ahí hoy debería estar postrada con una sonda. No tengo nada en contra ella. A mi no me funcionó. Prefiero el modelo antiguo de la medicina, donde más que imponer se acompaña”, dice.

Alberta no necesita usar la obra social Iapos para pedir el aceite de cannabis que está permitido en Santa Fe y Argentina desde 2017. Se autoabastece y su aceite fue uno de los 200 testeados por la Facultad de Bioquímica y Farmacia de la UNR en 2017. “No todos los mayores tenemos la posibilidad de plantar y hacer. El Estado debe tomar una postura e impedir que quienes cultivan sean perseguidos”, opina.

Bienestar

Beatriz tiene 76 años y cultiva marihuana, pero no fuma. Sólo usa las gotas del aceite casero que hace desde 2016 cuando le regalaron algunas semillas. La mujer quería dejar de tomar los corticoides que le habían hecho una lesión permanente en el esófago. Tiene reuma, otra enfermedad sin cura. El dolor en las articulaciones y la cadera empezó antes del diagnóstico y trajo microfracturas en los dedos del pie. Las noches eran cortas y las sábanas lastimaban.

Con menos de un gotero de aceite por día durante tres meses Beatriz volvió a dormir seis horas de corrido. Ella es investigadora de la UNR y de una academia española. Tiene un doctorado en Historia y estudió sobre la inmigración en el Litoral argentino. Su familia es de médicos: hijos, nietos y parientes políticos que primero desconfiaron de su tratamiento y después se rindieron ante los resultados.

“Solo quería dejar de sufrir y no depender de drogas como la morfina química. Con el cannabis si me paso de dosis, como mucho, me quedo durmiendo unas horas más”, cuenta.

A Beatriz le diagnosticaron reuma a los 45 años. Durante más de 20 años tomó medicamentos tradicionales y sólo respondía a los corticoides que le daban problemas intestinales. Se operó varias veces de los pies por las fracturas. La morfina la dejaba de mal humor. Tenía que tomar protectores gástricos que generan dependencia, y problemas renales y hepáticos.

En 2016 una de sus nietas le dijo que el cannabis la podían ayudar sin arruinarle la panza. Recordando alguna clase de primaria sobre la germinación, Beatriz usó semillas e hizo lugar en su jardín. El agua y el sol le permitieron hacer el aceite. Reemplazó a los tres comprimidos de morfina por día (al mes le costaban mil pesos menos los descuentos de PAMI). Su médico de cabecera de Pami le dijo que no creía en el tratamiento «verde», pero que no le iba a hacer mal.

“La corporación médica y farmacéutica no está interesada en que dejemos lo tradicional. Les da miedo. La gente tiene al cannabis asociado al delito. No fumo porque no lo necesito ni lo deseo. Hay personas que necesitan las dos. El avance en usuarios con epilepsia y autismo es enorme”, explica.

Comparaciones

Según las mujeres que adoptaron la terapia con cannabis, parte de las resistencias en la sociedad son porque la droga puede llevar a la muerte, cuando no se registran casos de sobredosis de marihuana.

Cuidadas

Los nombres reales de las entrevistadas fueron preservados para evitar problemas con la ley. Plantar y consumir marihuana sin venderla son actividades perseguidas por la Policía como demostró el caso de Alcides Hilbe publicado en la edición del lunes. El jubilado fue procesado en 2015 por tener 5 plantas con fines medicinales en su casa. Después de 3 años la Justicia sobreseyó al hombre al no encontrar pruebas de que vendía.

Cada día más

En diálogo con El Ciudadano la psiquiatra Celeste Romero opinó que cada vez más personas usan cannabis como terapia complementaria. «Es importante seguir los test de aceites (por los que realiza la UNR) para asegurar el tratamiento. Debe haber un cambio cultural en la gente y la comunidad médica», dijo.

La profesional es coordinadora de investigación de la asociación Centro de Estudios de Cultura Cannábica (Cecca) y trabaja con aceite porque notó un agotamiento de la terapia tradicional. «En casos de autismo los resultados son muy buenos. Hay enfermedades que no tienen tratamiento específicos y el cannabis sirve como paliativo. Lo probado es contra la epilepsia. Hay un efecto que se agrega al del aceite que es para el entorno familiar poder participar de la restitución de salud. Es calidad de vida», dijo Romero.

«El aceite no tiene una dosis letal. Es muy segura. Es necesario tener control de calidad de los productos y necestiamos que todas las universidades se pongan a trabajar en el mismo sentido», concluyó.

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