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“El caso de Richard Jewell”, otro homenaje de Clint Eastwood a Norteamérica

El film que se estrenó el pasado jueves se suma a la saga de héroes que, con altibajos, se ganaron un lugar dentro de las cuatro decenas de films dirigidas por el veterano cineasta

Por Agustín Argento – Telam

El caso de Richard Jewell, nuevo film de Clint Eastwood que se estrenó el pasado jueves viene a sumarse a la saga de héroes norteamericanos que, con altibajos, se ganaron un lugar dentro de las cuatro decenas de cintas dirigidas por el veterano cineasta.

Basado en el atentado durante los Juegos Olímpicos de Atlanta 1996, la película recorre las vicisitudes que vivió Jewell, quien pasó de ser el héroe al descubrir la bomba y salvar vidas a ser perseguido como el principal sospechoso del ataque que dejó dos muertos durante el festival que se celebraba en el Centennial Olympic Park.

Para contar la historia, Eastwood apela al clásico arco narrativo: presentación de los personajes en un primer acto demasiado extenso, pero convincente; el desarrollo a seguir desde la mirada del damnificado (Jewell) y la puesta en escena de las falencias del caso.

Pero el director de Los puentes de Madison y Gran Torino no sólo se queda en la necesidad del FBI de “armar” la causa en contra del único sospechoso, sino que, y quizá lo más interesante, pone el foco en cómo los medios de comunicación crean demonios y enaltecen santos, cuando quizá son lo contrario.

No es que Eastwood se tire en contra de lo medios, sino que refleja el impacto de ellos. La periodista (Olivia Wilde) investiga, consigue una fuente fiable del FBI (Jon Hamm) y publica que Jewell es el principal sospechoso sin siquiera sopesar cómo esto repercutiría en el protagonista (Paul Walter Hauser).

Ante el rebote de la noticia, Hamm se ve obligado por sus superiores a armar el escenario y forzar pruebas para que el caso cierre y dejar a las autoridades contentas.
Sin embargo, las pruebas nunca aparecen y la investigación se empieza a desinflar, quedando reivindicada la imagen del bonachón, con ciertos problemas de personalidad, que sólo hizo su trabajo esa noche en Centennial Park.

A pesar de que la historia cuenta con todas las aristas que Eastwood puso en el celuloide en buenos films como Sully: Hazaña en el Hudson o La conquista del honor, o en otros más olvidables como 15:17 Tren a París y Francotirador, aquí peca de falta de intriga.

La película recae en los personajes, quienes se dirigen sin mucha dirección hacia el final. Así, encontramos un film que nunca logra despegar y que se encuentra desbalanceado.

La presentación de los personajes parece no terminar nunca y queda medio trunca cuando ya la historia se posiciona hacia el final.

La caracterización de Jewell, al parecer bien documentada, como un joven de derecha, homofóbico, fanático de las armas e híper respetuoso de la autoridad parece contrarrestar con la de sus perseguidores (ficticios en la realidad), para quienes la ley no es su prioridad.

O también con la de la periodista, retratada con cierta misoginia al conseguir la información a cambio de sexo y sin mucha pericia en el oficio.

Al final de la historia, ese personaje de derecha que es Jewell es con justicia reivindicado, pero tanto Eastowood como el guionista Billy Ray prefirieron dejar de lado que el verdadero atacante, Eric Robert Rudolph, era un extremista cristiano supremacista.

No es un secreto la afinidad del realizador de Cartas desde Iwo Jima para con el Partido Republicano y su apoyo a Donald Trump, pero esta honestidad intelectual que se le reconoce queda empañada por esa falta de aclaración en una película en la que, como a él le gusta, el individuo le gana al Estado. Eso sí, siempre, por derecha.

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