El caso Sadous es un gran entretenimiento entre partido y partido de la Copa del Mundo. Lo usa ingeniosamente el gobierno para solapar algunos reveses como el de la madrugada del jueves, cuando perdió otra votación –como le ha ocurrido fatalmente desde el 10 de diciembre, salvo con las designaciones de Mercedes Marcó del Pont y de los embajadores Torcuato Di Tella y Patricia Vaca Narvaja–. Con el debate sobre si publicar o no la taquigráfica del embajador consiguió demorar el perdido debate que le quita el control sobre los jueces hasta pasada la hora del cierre de los diarios. Un titular adverso menos.
Como era una discusión de pícaros, la cerró con una picardía: le dio a uno de los medios amigos –Tiempo Argentino– una copia de esas declaraciones –el texto estaba bajo custodia de funcionarios del oficialismo y sólo ellos pudieron dárselo a Tiempo Argentino–.
La publicación –extrañamente– es parcial y recoge aquellos dichos de Eduardo Sadous que le convienen al gobierno, como es el tono general de esas declaraciones ante los diputados. Confirma lo que saben todos, que Sadous no dijo más que lo que dijera antes al juez. Por eso el gobierno mandó a que se publicite de la manera más inocua, inventando una primicia periodística. En esa declaración –se sabrá cuando se la conozca de forma completa–, el embajador negó que existiera una embajada paralela, dijo que cuando Néstor Kirchner se enteró llamó preocupado al embajador de Venezuela en la Argentina para que le explicara qué pasaba con el fideicomiso, dijo que él estaba orgulloso de haber participado en una época de crecimiento de las relaciones comerciales de Venezuela con la Argentina.
Porque esas declaraciones le convenían al gobierno es que la oposición intentó que todo quedase en la zona de misterio, cuidar una carpeta que no agrega nada sustancial, pero que aumenta las sospechas sobre un gobierno que en este caso ya perdió.
¿Por qué perdió? ¿Por qué los gobiernos sufren estas crisis? El gobierno Kirchner quiere imponer un relato único acerca de la realidad; por eso se pelea con la prensa, trata de deslegitimarla como también a los otros narradores y foros de discusión de política. Pero ese relato único calla sobre grandes zonas de lo que pasa en la Argentina y sobre las que el público –la oposición entre él– hinca los dientes. La ausencia de un relato del gobierno sobre la trama venezolana la calificaría un lector de psicología como propia de una personalidad perturbada. Y cuando un gobierno no tiene relato sobre un tema, el relato se lo hacen otros. Más psicología de urgencia: lo que no se globaliza, aflora como trauma.
El gobierno debió tener –para intentar una defensa ante una sociedad enojada mayoritariamente con los gobiernos desde hace más de una década– un relato sobre el caso. Por lo menos repetir lo que los funcionarios dicen por lo bajo, que Venezuela ha sido la paponia para el gobierno argentino porque lo ha financiado cuando nadie lo hace, que esa relación le ha permitido sostener la matriz energética con tarifas bajas para que la industria se reactive en estos años, etcétera.
¿Por qué omiten el relato? Sólo caben especulaciones: puede ser engreimiento –creer que el mundo es plano y que nunca van a tener que dar una explicación– o que haya algo sucio, aunque cualquier análisis en la Argentina tiene que suspender la hipótesis de corrupción a menos que se pueda probar (si no, funciona como explicación de todo, o de nada; hablar, en ese caso, de corrupción, es usar la palabra como un insulto). En política el que no narra está en un problema; y si el relato lo hacen los adversarios –por ejemplo, un juez– ya es demasiado tarde.