La reciente discusión que provocó la intervención de Mariana Tellería sobre la fachada del Museo Municipal de Bellas Artes Juan B. Castagnino sugiere al menos un relampagueo de carácter redentor. Pero ¿qué redención encubre la preparación del edificio racionalista para la Bienal Iberoamericana de Arquitectura y Urbanismo a realizarse el próximo octubre en esta ciudad? El relampagueo que saca del continuum un debate ya viejo y repintado, tapado como la piedra París del casco del edificio. Es que la categoría de lo “contemporáneo” presenta dificultades para describir esta obra, donde el paisaje nocturno del parque Independencia suma a su invisibilidad y el día la aloja como el germen de su propia destrucción. El salto hacia atrás nos lleva a 1982, cuando el filósofo francés Jean François Lyotard retomaba el debate modernidad/posmodernidad recuperando la temática kantiana de lo sublime.
¿Qué deja ver lo sublime? Aquello mismo que prohíbe. La representación nos ofrece una mezcla de placer y pena. El autor reconocerá en esos axiomas la forma de contrarrestar el intento “neoconservador” de la búsqueda del consenso que provoca el borramiento de las diferencias. Contemplar la negra fachada del Castagnino encierra algo de aquella estética sublime que nos hace saber que hay cosas irrepresentables.
En este marco, la discusión propuesta por el conservadurismo patrimonial ofrece un guiño a la tradición, a la convivencia de estilos y de épocas. Reclama una suerte de inclinación por el eclecticismo: se sugiere poner telas para luego sacarlas, sin daño alguno al patrimonio. Si se quiere, y para no romper del todo con la intención de la obra, podrían ser telas negras, que puedan abrigar las paredes del edificio pensado por Hilarión Hernández Larguía y Juan Manuel Newton. También, en nombre de lo “efímero”, se hace referencia a técnicas como el video painting. Pero el mate sintético adherido a la pared no deja lugar para el consenso expresivo. Tiene una actitud mucho más moderna que contemporánea. No nos da la bienvenida como el amigable y florido Puppy en las puertas del Guggenheim. Nos dice que el museo se ha transformado en una experiencia metonímica del conjunto urbano. Y además, –si seguimos los comentaristas de las notas de los portales rosarinos–, de una experiencia de ciudad que se torna al menos abrupta y contradictoria.
El oscuro de las paredes del museo nos habla de algo irrepresentable. La ruptura de un tipo de experiencia estética en un campo donde ya no tiene ningún sentido que las cosas sean amables y agradables. ¿Sirve de algo el viejo debate sobre la temática de lo sublime que rescata Lyotard? No del todo, si seguimos la interpretación que en su momento le quiso dar el filósofo francés: la afirmación de la caída de los grandes relatos que legitimaban procesos sociales estables a través de un momento expresivo.
Sí puede ser interesante la referencia a lo sublime kantiano si comprendemos que alimenta en primer lugar la experimentación, la búsqueda de nuevos lenguajes, heredados de los movimientos vanguardistas, y que son “tan dignos de recuperación”.
En segundo lugar, si pensamos con Lyotard, que presenta el aspecto no comunicable del trabajo del artista, la búsqueda de la decodificación de los significantes para que la obra se legitime en sí misma, derrotando la “falacia” que postula que entre el productor y el receptor deben existir los mismos operadores. Ésta es la derrota, también, de la búsqueda del consenso obtenido por discusión, que se resguarda de las diferencias y “violenta” la naturaleza heterogénea de los juegos del lenguaje. Pero entre abrazos y besos se intenta darle al sublime negro del Castagnino una colorida tonalidad contemporánea. Esas y otras derivas apelan a un paradigma distinto pero igualmente conservador.
Se lee en el negro el carácter paradojal de la institución museo. Su propia definición es cada vez más difusa y la textura de sus paredes son un llamado de atención. El llamado de un lugar en donde “suceden cosas”. El límite de la representación está en que sucedan cosas imposibles de representar. La aporía del debate sobre el Castagnino no está tanto en la conservación de los materiales, sino en la referencia a un momento donde la expresión apela a lo inconmensurable a través del uso de materiales existentes: una suerte de procedimientos, discursos, instituciones, tradiciones, artistas y los días y las noches del parque Independencia.