Sarah Vaughan, una de las voces más prodigiosas e influyentes del jazz, cumpliría este miércoles 100 años. Nacida en Newark, Nueva Jersey, el 27 de marzo de 1924, comenzó su carrera a los 18 años, deslumbrando al público con su virtuosismo vocal y su capacidad para improvisar.
Apodada en su entorno como Sassy por su personalidad vibrante, y como La Divina por su talento celestial, Vaughan dominó la escena del jazz durante cinco décadas, dejando un legado imborrable en la historia de la música.
Hija de un carpintero y una cantante de iglesia, Vaughan creció rodeada de música. Desde pequeña, evidenció un talento excepcional para el piano y el canto, y a los 12 años, ya era organista en la iglesia de su comunidad.
Su debut profesional llegó en 1942, cuando ganó un concurso de talentos organizado por la banda de Earl Hines. A partir de ese momento, su carrera despegó rápidamente.
Vaughan fue una pionera en el jazz vocal, incorporando técnicas del bebop y scat a su particular estilo. Su voz se caracterizaba por su tonalidad grave, por su enorme versatilidad y por su control del vibrato, al tiempo que su tesitura, similar a la de una cantante de ópera, le permitía saltar del registro grave al de soprano con gran facilidad. A lo largo de los años, su voz se fue haciendo más oscura, aunque no llegó a perder nunca su poder y su flexibilidad.
A lo largo de su carrera, colaboró con los grandes nombres del jazz, como Charlie Parker, Dizzy Gillespie, Miles Davis, y Ella Fitzgerald. En esos años, grabó más de sesenta álbumes, incluyendo clásicos como Tenderly, Perdido y Sassy.
El talento la llevó a la cúspide y, aunque su vida no fue tan dramática como la de Billie Holiday, Vaughan casi se arruinó por culpa de algunos de sus maridos o managers (o las dos cosas simultáneamente) que atendían mucho más el dinero que el amor hacia ella. La cantante, sin embargo, logró reinventarse varias veces, ya fuera actuando con cuartetos y quintetos, con bandas sinfónicas, con su voz a garganta descubierta o colaborando con artistas ajenos al jazz como Bob Dylan, John Lennon y Marvin Gaye, y hasta emblemas de la bossa nova y la samba como Milton Nascimento o António Carlos Jobim.
En 1989, su salud comenzó a declinar. Fue así que canceló una serie de actuaciones en Europa aquejada por una artritis, aunque pudo completar una serie posterior de shows en Japón. Durante unas actuaciones en el Blue Note Jazz Club de Nueva York, en 1989, Vaughan fue diagnosticada de cáncer de pulmón.
Poco después regresó a su casa en Los Ángeles, California, para comenzar la quimioterapia y pasó sus últimos meses entrando y saliendo del hospital, hasta que murió el 3 de abril de 1990, pocos días después de haber cumplido 66 años.
Reconocimientos y premios
Vaughan recibió numerosos premios a lo largo de su carrera, incluyendo dos Grammy Awards, el Lifetime Achievement Award y el NEA Jazz Masters Award, al tiempo que en 1989 fue incluida en el Salón de la Fama del Jazz.
Y no sólo fue una cantante excepcional, sino también una figura que desafió los estereotipos raciales y de género de su época. De hecho, su talento y determinación la convirtieron en un ícono del jazz y una inspiración para las generaciones venideras.