¿Por qué si cayó derrotado en las dos últimas experiencias de toma del poder por la vía guerrillera, el Che Guevara sigue siendo una leyenda mundial de rebeldía, un mito inoxidable e incorruptible a medio siglo de su fusilamiento?
Porque nada en lo que creía o proponía dejó de hacerlo él mismo: no mandó a hacer a los demás lo que sostenía como jefe. Tanto fue así que pagó con su vida la coherencia con la que pensaba.
El libro La Guerra de Guerrilla (1961) señala que “los jefes deben constantemente ofrecer el ejemplo de una vida cristalina y sacrificada”, mandamiento que cumplió a rajatabla durante su corta vida de 39 años, donde llegó al poder con Fidel Castro en Cuba a los 30, a los 31 fue ministro de Industria, a las 33 protagonizó el primer debate abierto con los Estados Unidos en Punta del Este por el programa Alianza para el Progreso, a los 36 marchó al Congo, donde se fue derrotado, y perdió su última batalla en Bolivia el 9 de octubre de 1967.
Ernesto Guevara creó un personaje a partir de una de las “debilidades” reconocidas: la lectura. Apenas desembarcaron del Granma, el yate de los revolucionarios cubanos, el Che cayó herido por las tropas de Batista y pensó que moría. Ahí recordó un cuento de Jack London donde un cazador en Alaska se apresta a morir con dignidad en las heladas regiones de Norteamérica. “Es la imagen que recuerdo”, escribió más tarde en Pasajes de la Guerra Revolucionaria.
Cuando cayó herido en el combate de Ñancachazu, a Guevara lo encuentran sentado y apoyado contra un árbol y con un portafolio atado al cinturón, donde lleva El diario de Bolivia y varios libros más. Portaba aquello que no es aconsejable para un guerrillero, para un soldado, el peso innecesario, lo que frena la agilidad de un combatiente.
“La lectura lo acompaña desde la niñez igual que el asma… Hay otra serie larga que acompaña toda la vida del Che y es la escritura”, puntualiza Ricardo Piglia en un libro extraordinario como es El último lector.
Existe una foto de Guevara en Bolivia donde se lo ve subido y sentado en la rama de un árbol leyendo después de uno de los primeros combates. Lee material de estrategia militar, pero también de ficción. El francés Regis Debray, que algunos afirman que fue quien lo delató al ser detenido por los militares bolivianos, contó que el Che había hecho una pequeña biblioteca, “escondida en una gruta, al lado de las reservas de víveres y del puesto de trasmisor”.
No sólo leía, también escribió. Fue un escritor sin proponérselo o, mejor dicho, se lo propuso, pero la política o la lucha por el poder lo convirtieron en un jefe, en un héroe que reivindican a lo largo y ancho del planeta. Esto lo dice uno de sus biógrafos, el estadounidense Jon Lee Anderson, quien vio jóvenes en Asia o en Oceanía con el perfil del Che en sus remeras mientras cubría hechos periodísticos durante su carrera profesional.
Guevara escribió cuatro diarios y otros libros sobre economía. El primer diario fue el del viaje por la Argentina en 1950, el segundo fue el de la campaña de Sierra Maestra en Cuba, el tercero es el del Congo y el último el de Bolivia. Lo notable del de Bolivia es que no fue corregido, se lee como fue escrito al calor del combate.
Poco antes de irse para el Congo, un periodista le preguntó al Che si le gustaría que hicieran una película con su vida. Fue un sí indirecto, dijo que le agradaría que fuera como la que había filmado el italiano Francesco Rosi en Salvatore Giuliano (1962), donde nunca se lo ve de frente al personaje que robaba a los ricos y entrega parte a los pobres, siempre en planos lejanos o con campesinos que hablan de él. Guevara captó el enfoque de Rosi sobre Giuliano: la construcción del mito por los demás.
Al Che lo capturan en Ñancachazu y lo trasladan a una escuelita donde ejerce la maestra Julia Cortés. Pasa la noche en el piso y herido, pero observa que en el pizarrón hay escrita una frase con un pequeño error ortográfico. Se lo señala a Julia, le indica que debe decir “Yo «sé» leer”, con acento.
A la mañana siguiente, lo fusilaron. “Murió con dignidad, como el personaje del cuento de London. O, mejor, murió con dignidad, como un personaje de una novela de educación perdido en la historia”, concluye con lucidez Piglia sobre el Che Guevara.
“Nunca hubo ruptura”
Juan Martín, el menor de los Guevara de la Serna, afirmó que su hermano el Che dejó “un legado de lucha por un mundo más justo” que sigue vigente a 50 años de su muerte. “Ernesto era un tipo consecuente con sus ideales. No era un suicida, sino alguien que se entregó a una misión. Fue a pelear como un triunfador y lo hizo de una forma muy coherente. Pienso que si hubiera vencido, hoy sería el líder de una América latina libre y socialista. Un sueño que no pudo ser”, señaló.
Locuaz, dinámico y extrovertido, Juan Martín, de 74 años, recuerda la vida de su hermano. “Hasta 1965, tuvimos contacto con él, pero después lo perdimos. Mis padres (Ernesto Guevara Lynch y Celia de la Serna) recibieron una carta de él donde les dejaba en claro su decisión de luchar por la liberación. Desde ahí no supimos más nada hasta que nos enteramos que había sido capturado en Bolivia”, repasó.
A pesar de toda la literatura que circuló sobre Fidel y el Che en relación a Bolivia, Juan Martín asegura que “nunca hubo una ruptura” entre ambos o “una traición” por parte del líder cubano. “Se dijeron muchas cosas, pero la verdad que el gobierno cubano sabía qué era lo que estaba haciendo el Che y tenía que ver con la necesidad de romper el aislamiento que sufría la Revolución en el continente. Ése era el motivo por el cual se apoyaban las luchas de los países de América latina”, aseguró.
Juan Martín remarcó que cuando se menciona la muerte del Che, se omite mencionar que fue asesinado por el Ejército boliviano: “Está claro que a Ernesto lo capturaron vivo y herido el 8 de octubre de 1967, y lo ejecutan al otro día. Lo enterraron y luego mandaron sus manos a Cuba”.
(*) Autor del libro Detengan al Che.