Parece de ficción pero en Santa Fe se filmaron películas silentes a principio del siglo pasado. Esas mal nombradas “mudas” aunque sin Buster Keaton o Chaplin pero con gauchos e indios. Cuando la cinematografía todavía se batía entre novedad de feria y lujo de la aristocracia este espacio del Litoral fue escenario de los primeros largometrajes nacionales. Hoy son documentos históricos, usados por estudiantes universitarios de la ciudad para conocer de primera mano los sucesos de principio del siglo XX. Y de los pocos recuperados de esa época –sólo siete en todo el país–, tres fueron producidos y filmados en Santa Fe. El más reciente fue Juan Moreira, el último centauro, de 1923, perdido por mucho tiempo. Recién en 2006 un portero inquieto anotició a Alfredo Scaglia, psicólogo de profesión y cinéfilo por vocación, de que en una baulera de la ciudad dormían unas latas de celuloide. Adentro estaba la historia del gaucho filmada en parte alrededor de las cascadas del Saladillo. Scaglia, integrante del Cine Club Rosario, explicó el proceso de restauración y la importancia del hallazgo.
“Es fenomenal que Santa Fe contribuya más al archivo nacional de esa época que Buenos Aires, que tenía una mayor producción pero más industrializada. Pero como todo producto industrial, una vez que se usó se tiró. Acá lo que se jugaba era algo más afectivo. El film sobre Moreira la tenía el hijo del productor de la película en su casa”, señaló Scaglia, que hasta tuvo que reconstruir las partituras de música que acompañaban la proyección del film. Una versión editada se pudo ver semanas atrás en el marco de una jornada del Cine Club Rosario.
Lo que daña es la humedad
En 2006 un portero de un edificio se acercó a una de las jornadas semanales del Cine Club Rosario, un grupo de cinéfilos que desde hace cincuenta años exhiben películas ajenas al circuito comercial de salas de la ciudad. Allí contó que en uno de los espacios de depósito del edificio donde trabajaba, la familia Sust, que a principio de siglo tenía la fábrica de cigarrillos Colón en Urquiza y San Martín, guardaba diez pesadas latas chatas. Membreteados “Propaganda”, los recipientes y su contenido estaban en perfecto estado, salvo uno que tocaba el suelo y había sido afectado por la humedad del lugar. Acompañaban el tesoro unas veinte fotos antiguas y hojas de partitura musical que los instrumentistas debieron leer mientras el proyector resucitaba en la pantalla la fábula gauchesca. Ésta era la herencia de Jaime Sust: el negativo de la película silente que produjo con aportes de la tabacalera que dirigía: Juan Moreira, el último centauro, realizada en 1923 por el uruguayo de teatro Enrique Queirolo.
Alfredo Scaglia, que ya había tenido experiencia en el hallazgo de importantes materiales para restaurar como El último malón –film de 1917 sobre el ataque de los indios mocovíes a la localidad santafesina de San Javier–, encaró la misión. Había que lograr que los familiares de Sust donaran el material, recomponerlo –tarea que hizo a través del investigador y divulgador de cine Fernando Martín Peña–, y reconstruir las partituras del madrileño José Carrilero. Es que entre los objetos de la baulera sólo estaban las hojas pentagramadas para dos de los tres instrumentos originales: trompeta y violín. Las correspondientes al piano, perdidas, fueron deducidas por un estudiante de música, Pablo Sarano.
“¿Por qué una tabacalera pondría dinero para una película? No sé. Quizás les interesaría rescatar la matriz gaucha. Otro de los productores (Emilio Windels) tenía una cochería. No sabemos si de caballos o funeraria”, señaló Scaglia sobre la peculiar historia.
Lo cierto es que Jaime era empresario de la fábrica y productor del film. Era evidente que el nuevo lenguaje audiovisual le interesaba al punto de que habría comprado una cámara tal vez utilizada en Moreira, junto a cuyo negativo había filmaciones institucionales de la tabacalera Colón realizadas por Federico Valle, otro de los precursores del cine en la Argentina.
El rescate
El proceso de restauración comenzó ese 2006 en Buenos Aires y con ayuda de una beca para proyectos audiovisuales del Ministerio de Cultura e Innovación de Santa Fe. No fue sencillo pero hace un año terminó de hacerse un nuevo negativo esta vez con intertítulos y con la adición de algunos minutos que la copia en positivo que circulaba no tenía. No era la primera vez que un integrante de Cine Club se ponía al hombro restaurar un largometraje. A fines de la década del 60 llegó hasta ese grupo el negativo de El último malón, filme de Alcides Greca hecho en 1917 sobre la última rebelión indígena de los mocovíes en San Javier, al norte Santa Fe.
El rescate resultó en un negativo de 16 milímetros que, siempre según Scaglia, viajó por el mundo pero al mismo tiempo sirvió para la cátedra de Historia de la Facultad de Humanidades de la UNR como material de estudio. El film reconstruía el ataque de 1904, sólo trece años antes de la filmación, con actores que o bien estuvieron en la defensa o eran descendientes de los aborígenes que habían protagonizado ese episodio.
“Cuando recuperás un material como ése no recuperás sólo historia del cine sino nuestra historia. La de Moreira es la más completa de las tres que se recuperaron de esa época en Santa Fe. Además de El último malón y Moreira se hizo con En pos de la tierra, un film de la Federación Agraria”, concluyó Scaglia.
Gaucho del VHS
Lo que se vio en la jornada de Cine Club Rosario fue una versión editada de cincuenta minutos que Scaglia rescató a partir de un videocasette antiguo. Ese material, en paralelo con la recomposición del negativo original, nació de una copia “positiva” que se exhibió durante la década del 50 en una función privada para un crítico de cine. Luego serviría para hacer un homenaje a Esteban Peyrano, actor local que trabajó en Juan Moreira….
En Rosario el Cine Club lleva más de medio siglo de actividad como difusor de la cultura cinematográfica, organizando proyecciones y espacios de debate sobre filmes. Pero no siempre funcionó como hoy en el subsuelo de la Asociación Médica. Pasó por distintas salas: el cine Urquiza, el Imperial y la Fundación Astengo, entre otras. Ofrece dos funciones los martes y algunas veces los domingos. También organiza proyecciones especiales, festivales y mantiene, para los asociados, una videoteca con títulos alejados del circuito comercial.
Luz, y después cámara
En lo estrictamente cinematográfico, Juan Moreira… es además un testimonio ahora vivo de cómo era el proceso de filmación en los años 20. “Filmaban en interiores de habitaciones sin techo para aprovechar la luz natural, por ejemplo. Hay escenas de acción muy difíciles de filmar como la carrera cuadrera. No sabemos cómo resolvieron eso, si fue una sola toma o un montaje”, apuntó Scaglia. La incógnita, lejos de restarle valor, enriquece más a una época heroica del cine criollo.