El Clásico rosarino por los cuertos de final de la Copa Argentina se va a jugar el jueves 1ero de noviembre a las 15.30 en cancha de Arsenal a puertas cerradas.
La confirmación de AFA en su cuenta de twitter este lunes por la mañana fue un golpe al mentón difícil de asimilar. No importó el intento final de ambos clubes y los organismos de seguridad de la Provincia para jugarlo en Rosario. AFA nunca tuvo ese acuerdo para jugar el 7 de noviembre y no le importó que un partido de tal magnitud se juegue en la tristeza de la vacía cancha de Arsenal. Ni Grondona se hubiera animado a tanto.
El Clásico rosarino, el más pasional del fútbol argentino; el que divide a una ciudad como ninguna otra en el país; ese que se vive cada día en bares, oficinas, en la calle, incluso genera discusiones en las charlas familiares; ese que enorgullece a leprosos y canallas. El partido que espera toda una ciudad cada año se va a jugar sin hinchas. Una vergüenza. Y todos deben asumir sus culpas.
La Copa Argentina es desprolija, infame, casi bochornosa. En cada edición demuestra que los grandes de Buenos Aires tienen privilegios, a veces al borde de la alevosía. Pero su premio final es tan grande que todos se desviven por jugarla.
Y este año el destino quiso que Central y Newell’s se cruzaran en cuartos. Varias veces hubo amagues, pero la Lepra casi siempre se quedó en el camino temprano y no hubo choque. Pero el destino quiso que el 2018 no se vaya sin un Newell’s-Central. Rosario necesitaba tener un Clásico, pero no merecía ser ofendido de tal manera. Jugar en cancha de Arsenal es una burla difícil de igualar. Un ninguneo para el fútbol rosarino del cual los clubes deberían tomar nota.
Es cierto que la historia se inició con mezquindades. Cada club buscó defender sus intereses deportivos y llegar a un acuerdo sobre el día y el escenario fue complejo. Newell’s quería jugar en fecha Fifa (14 o 17 de octubre); Central pretendía hacerlo el 24 o el 31 por no contar con el chileno Parot.
Los organismos de seguridad de la Provincia siempre quisieron jugarlo en Rosario o Santa Fe, pero les costó imponerlo. Apareció la cancha de Colón como alternativa, pero la situación pasó a ser tema político y unos concejales santafesinos y el propio intendente Corral intentaron cerrar esa chance.
La puerta cerrada en Buenos Aires comenzó a tomar fuerza en los organizadores. Y esa idea enseguida tomó forma. Hubo un comunicado responsabilizando al gobernador Miguel Lifschitz por no jugar con público para de esa manera deslindar culpas. Pero enseguida llegó la respuesta de la Provincia. Primero pidiendo se rectifiquen esos dichos falaces, y luego acordando con Newell’s y Central jugar el 7 de noviembre en Rosario –con sorteo de localía– y con hinchas de ambos clubes.
Parecía que la fiesta iba a ser posible, pero AFA dio una muestra de poder y publicó hace una semana que el partido se iba a jugar el jueves 1ero de noviembre, aunque demoró unos días en definir escenario.
En ese momento nadie dudó que la suerte estaba echada. El Clásico se iba a jugar en alguna cancha del sur bonaerense y sin la pasión de los hinchas. Pudo ser Lanús, también Banfield, al final fue en Arsenal. Para que la ofensa sea aún mayor.
Rosario se quedó sin fiesta. El Clásico se jugará en la lejanía y le faltará esa pasión inigualable de los hinchas leprosos y canallas en las tribunas, justamente lo que lo distingue del resto. Habrá que hacer un mea culpa, evitar victimizarse y entender que a veces en la cancha hay que ser rivales, pero afuera hay que pelear juntos. Rosarino no merecía este ninguneo.