Desde el año 1967 se conmemora cada 8 de septiembre el Día Internacional de la Alfabetización, como símbolo del compromiso para el desarrollo social y la promoción de la enseñanza de la lectura y escritura. En 1960, en una Conferencia Mundial de Educación de Adultos en Montreal, Canadá, se definió al analfabeto como “la persona que no es capaz de leer ni de escribir, comprendiéndola una breve y sencilla exposición de hechos relativa a su vida cotidiana”. Estar alfabetizado, entonces, significa saber leer y escribir.
Más tarde se avanza sobre otra definición, en este caso la de “analfabetismo funcional”, que sostiene que, “lejos de constituir un fin en sí, la alfabetización debe ser concebida con miras a preparar al hombre para desempeñar una función social, cívica y económica que rebase ampliamente los límites de una alfabetización rudimentaria, reducida a la enseñanza de la lectura y de escritura”.
En este sentido, el eje del debate está puesto en la necesidad de saber si, en las sociedades actuales, estas capacidades básicas son suficientes como para adquirir estándares de vida apropiados. Aun así, muchas regiones del mundo y de nuestro país no han alcanzado esas condiciones elementales de formación.
El pedagogo brasileño Pablo Freire afirmaba que alfabetizar va más allá del “ba, be, bi, bo, bu”, porque implica una comprensión crítica de la realidad social, política y económica en la que está el alfabetizado. El antropólogo Carlos Rodríguez Brandao sostiene que entre los métodos de alfabetización puestos en práctica por Freire, y cuyos resultados han probado su eficacia, está el psicosocial, el cual se considera de gran importancia por sus características peculiares de exigir una participación activa del sujeto de aprendizaje. Lo cual conlleva a una apertura en la comunicación, el conocimiento del medio y la interpretación de la realidad, el acceso a la cultura, la formación de un individuo participante y crítico, etcétera.
En la medida en que el sujeto pueda interpretar la realidad, deberá realizar análisis más complejos que necesariamente lo van a alejar del concepto de lectoescritura. El desarrollo de la cultura y el pensamiento crítico necesitan de una formación general especializada y compleja, por otro lado, al alcance de cualquier persona. El método Freire logró demostrar que era posible salir de la fase de experiencias preliminares hacia su utilización en procesos de alfabetización más complejos y más amplios.
El licenciado Lucas Delgado sostiene que “no quedan dudas de que en la actualidad el proceso de alfabetización debe abarcar mucho más” que la enseñanza de la lectoescritura. “La introducción de nuevas tecnologías, en los diferentes aspectos de nuestra vida cotidiana, agrega un elemento nuevo, innovador y en cambio constante. Así es como la alfabetización digital nos obliga a ir más allá de lo planteado en 1967”, plantea.
Este año es clave en cuanto a las exceptivas internacionales. En el año 2000 la comunidad internacional se había comprometido a que hacia 2015 deberían haber bajado sensiblemente los índices de analfabetismo en el mundo. Hoy, quince años después, los líderes mundiales dan cuenta de que, si bien han mejorados las condiciones de saberes básicos, muchos países no alcanzarán la reducción esperada.
Ahora las expectativas están puestas para dentro de otros quince años. En este sentido, los objetivos de la alfabetización para un desarrollo sostenible incluyen la ambiciosa promesa de “garantizar que todos los jóvenes y una parte importante de los adultos, tanto hombres como mujeres, puedan lograr la alfabetización y la aritmética”.
Para esto habrá que esperar hasta 2030, cuando probablemente otro informe sostenga que, a pesar de los esfuerzos de los países, no se han alcanzado las expectativas programadas.
Muchos datos dan cuenta del analfabetismo en el mundo, por ejemplo la Unesco, la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, sostiene que 757 millones de adultos y 115 millones de jóvenes carecen todavía de las habilidades básicas de lectura y escritura. Los países con las tasas más bajas se encuentran en África Subsahariana y en Asia Meridional y Occidental.
El analfabeto proviene generalmente de las capas más bajas de la sociedad, está atravesado por cuestiones socioeconómicas e históricas que no le han permitido acceder al sistema educativo. Por otra parte integra un círculo vicioso, a partir del cual su situación frente a la educación lo coloca en un permanente estado de vulnerabilidad laboral y económica, ya que uno de los requisitos para insertarse en el mercado de trabajo es tener, cuanto menos, estudios primarios y secundarios. A mayor nivel de complejidad de las fuerzas productivas de las sociedades contemporáneas, mayor probabilidad de que la persona analfabeta quede fuera del sistema.
En general los países han avanzado bastante en la educación de los jóvenes, garantizando principalmente la educación primaria y secundaria; menor es la suerte que vincula a los adultos con una formación básica. Las condiciones económicas y las sociohistóricas han relegado a los adultos a un lugar de menores expectativas educativas.
Las condiciones de alfabetización también demuestran cuál es el rol social que juegan mujeres y varones en relación con la educación. En este sentido, datos oficiales sostienen que el nivel promedio de alfabetización de varones es del 95 por ciento, mientras que en la mujer es del 89 por ciento. Esta variación en los porcentajes da cuenta que en algunos países la formación del hombre es más importante que en la mujer. Aun en este contexto, la capacitación básica de las mujeres ha aumentado respecto de años anteriores.
La educación y los conceptos productivistas que impone el mundo van de la mano;z la Unesco sostiene: “Las sociedades alfabetizadas son más ricas que las sociedades con el analfabetismo generalizado. Una estrecha correlación ha sido observada entre las tasas de alfabetización de un país y la riqueza nacional, medida por el PIB per cápita.
Además, la tendencia se puede observar con un aumento de las tasas de alfabetización y una disminución en la proporción de la población que vive en la pobreza”.
Argentina integra el grupo de seis países alfabetizados de la región y tiene una tasa de analfabetos menor al 2 por ciento. El país es considerado internacionalmente por debajo del límite, cuyo umbral es el 4 por ciento. Argentina logró reducir el índice de 2,6 por ciento a 1,9 por ciento, y las provincias que más elevado porcentaje de analfabetismo tenían, como las del NEA, bajaron hasta 2,5 puntos porcentuales promedio. Entre las provincias más afectadas por el analfabetismo se encuentran Chaco, Corrientes y Formosa; siguen las provincias de Santiago del Estero, Salta y Jujuy.
En los últimos años Argentina focalizó el esfuerzo por controlar el analfabetismo en las poblaciones más desfavorecidas, entre ellos, los adultos mayores de 50 años que viven en zonas rurales, donde se concentra la mayoría de los 630.000 iletrados del país.
Freire sostenía que “la mayor parte del pueblo, que emerge desorganizado, ingenuo y desesperado, con fuertes índices de analfabetismo y semianalfabetismo, llega a ser juguetes de los irracionales”.