Mahatma Gandhi dejó a sus seguidores un consejo: “No dejes que se muera el sol sin que hayan muerto tus rencores”.
Al reflexionar sobre esta frase hay que formularse algunas preguntas que pueden llevar al ser humano a encontrar, en sus respuestas, una parte del sentido que debe tener la vida. Las preguntas son: ¿En qué conviene al hombre no odiar? ¿Se trata sólo de cumplir con leyes de Dios o principios morales para un estado de superación espiritual que suponga la salvación y el alcance del llamado cielo o de ser considerado digno o justo mientras se peregrina por este plano de existencia?
Hay que recordar que el odio es una adversión, un repudio que se tiene hacia alguien cuyo mal se desea. El resentimiento hacia determinada persona es una forma leve de odio. El rencor posee un poco más de sentimientos malignos y el odio propiamente dicho es un verdadero mal que destruye, principalmente, a la persona que odia.
Toda clase de rencor, moderado o intenso, causa heridas en quien alberga tal sentimiento.
Con lo dicho quedan, en cierta forma, respondidas las preguntas. Sin embargo cumplir con principios de orden moral es importante para todas las personas, y por supuesto que para el creyente, que aspira a elevarse espiritualmente, será determinante cumplir con lo establecido en la ley divina. Pero no sólo por esto conviene al ser humano tratar de erradicar de su vida el odio; cuando Gandhi instó a la humanidad a procurar que no existieran rencores cada día a la hora de la caída del sol, estaba diciendo que nadie puede realizarse, ni alcanzar sus sueños, ni lograr algo bueno para su vida si se albergan en el corazón los monstruos del resentimiento en sus diversos grados.
Está bastante probado que el odio no sólo que no permite evolucionar hacia estados de paz interior y felicidad, sino que es una herramienta muy eficaz para arruinarse la vida en lo psíquico y en lo físico.
Vulgarmente se ha pensado que el consejo de Jesús de orar por los enemigos era no más que un consejo puramente religioso, de carácter metafísico destinado a sustentar un sentimiento amoroso con el solo objeto de agradar a Dios. Si bien ello es cierto, no puede decirse que Jesús no conociera los efectos que sobre la persona causa el rencor. “No hay ningún mal como el odio”, decía Buda y en general todos los sabios de todos los tiempos marcaron al rencor como la causa de efectos indeseables.
Con frecuencia, y para concluir esta reflexión, las dificultades en la vida suelen atribuirse a diversas causas y entre ellas la “mala suerte”. ¿Existe la suerte sea ésta buena o mala? ¿O más bien existe la causalidad? Coincido con aquellos que sostienen que la llamada “mala suerte” no es más que la consecuencia de sentimientos, pensamientos, palabras y acciones proferidos por la persona. Por eso fue dicho por Jesús algo que no siempre es debidamente enseñado: “Es lo que sale de la boca lo que contamina al hombre. Lo que sale de la boca, del corazón sale; y esto contamina al hombre. Porque del corazón salen los malos pensamientos…”. ¿Podemos asegurar que no guardamos rencor en algún grado? ¿Y cuántos, una vez que cae el sol, realizamos un repaso de los sentimientos del día y somos capaces de despojamos mediante el arrepentimiento de todo aquello que implica una carga? El consejo de Gandhi no fue un hato de palabras lindas, sino una profunda enseñanza sobre el misterio de la vida.