Cristina de Kirchner cedió el lunes las riendas del gobierno. La entronización de Jorge Capitanich, “el Coqui”, como jefe de Gabinete es un riguroso parte médico sobre la salud presidencial y una señal inequívoca sobre cómo la presidenta ejercerá, en adelante, el poder.
Capitanich es un todoterreno: obsesivo y puntilloso en la administración, con un perfil económico definido –más cercano a la ortodoxia de Roberto Lavagna que al academicismo silvestre de Axel Kicillof– y una cintura política entrenada en dos décadas de militancia peronista multitarget. Es, además, un diestro portavoz del que carece la Casa Rosada.
La selección del chaqueño sugiere la etiqueta de un primer ministro más que el solemne nombramiento de un jefe de Gabinete. Cristina de Kirchner no eligió –solamente– a un gobernador amigo y a un peronista clásico, sino que repatrió a un ejecutor capaz de gerenciar el día a día de su gobierno.
La acechanza del estrés y la prioridad por desprenderse de la mochila de la gestión minúscula y cotidiana fueron las miguitas de pan que llevaron a la presidenta hasta el chaqueño. Lo demás lo hizo la historia común: a principios de 2000 se amigaron en el Senado y, tras la muerte de Néstor Kirchner, fue un hombre de consulta en asuntos sobre todo económicos.
Aquel vínculo animó una ristra de hipótesis fallidas: que sería el vice en 2011 o su jefe de Gabinete o, ahora, el reemplazo de Hernán Lorenzino en Economía.
Temeroso, días atrás le confesó a sus íntimos que no lo seducía Economía. Masticó esa duda incómoda hasta la semana pasada: el martes lo citaron de Olivos y Cristina de Kirchner, en persona, le ofreció ser su jefe de Gabinete.
Contrapesos
De un plumazo, en su regreso tras casi dos meses de ausencia, la presidenta retocó su staff en dos puntos primordiales: el político con Capitanich y el económico con Kicillof, a quien desmalezó de Mercedes Marcó del Pont aunque estiró la sobrevida de Guillermo Moreno. El secretario de Comercio Interior quizá deba agradecer su continuidad a la obstinación de Sergio Massa que reclama, como un rezo diario, su cabeza (NdR: se conoció su renuncia al cierre de esta edición).
El ascenso de Kicillof –que fue asesor del designado jefe de Gabinete– y la salida de Marcó del Pont del Banco Central no uniformizan, de todos modos, el frente económico. El ingreso de Capitanich perfila un esquema de engorrosos contrapesos en el inevitable giro correctivo en la política económica.
Zannini, acompañado
Hay otro rasgo poderoso. La irrupción de Capitanich retacea la centralidad política al elenco cristinista que desde diciembre de 2011 comandó Carlos Zannini. Con el chaqueño asoma un actor exógeno, sin pureza K, más parecido a un Aníbal Fernández –cuyo nombre sonó en estas horas, para volver al gabinete– que a Abal Medina, quien ofició como un secretario privado presidencial.
ADN
A simple vista, Cristina de Kirchner decodificó el ADN de la derrota electoral y con pragmatismo peronista, antes de priorizar una incierta sucesión ultra K, se enfocó en intentar despabilar su gobierno para transitar lo que le queda de mandato.
La lectura sobre el diseño de la herencia post 2015 flota en un segundo plano. El trono de “primer ministro” puede proyectar a Capitanich como el presidenciable natural o fulminarlo. “El Coqui” debe lidiar con su propio antecedente: en 2002 duró 5 meses como jefe de Gabinete de Eduardo Duhalde –antes, en diciembre de 2001, estuvo 48 horas en Economía durante el miniinterinato de Ramón Puerta– y fue expulsado entre reproches en la ferocidad de la crisis.
Aviso a Scioli
En la instancia inmediata, el factor Capitanich desacomoda varias piezas. A Daniel Scioli le florece un rival en potencia. El entrerriano Sergio Urribarri, que se soñaba sucesor de Abal Medina, pierde la pole position del peronismo K. A Zannini lo desalojan del timón absoluto del kirchnerismo.
Como en una revancha silenciosa, el peronismo, despreciado durante años, sienta a uno de sus apóstoles en la cima del poder. Allá arriba, el vértigo se magnifica. Como los enemigos.