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El coraje que vence al miedo

“Verdades verdaderas, la vida de Estela” recorre en clave de ficción los momentos más relevantes de la titular de Abuelas de Plaza de Mayo, Estela de Carlotto, apoyándose en intensa actuación de Susú Pecoraro.

Luego de Botín de guerra (2000), de David Blaustein, y Nietos (2004), de Benjamín Ávila, el cine nacional de circulación comercial no había vuelto a ocuparse del tema de los hijos apropiados de los desaparecidos durante la última dictadura militar; los nietos, aquellos bebés o niños que fueron literalmente arrancados de los brazos de sus madres y a los que les fue sustraída su identidad y que, en su gran mayoría, fueron a parar a manos de quienes secuestraron, torturaron o asesinaron a sus progenitores. Y mucho pasó en relación a estos nietos desde aquel último título, es decir, desde 2004 a la fecha, y gran parte de lo que pasó se debe a la inclaudicable lucha de las Abuelas de Plaza de Mayo, como se conoce a las mujeres que decidieron dedicar sus vidas a la búsqueda de sus nietos como un modo de recuperar, ya que no la vida de sus hijos, al menos una parte de ellos y una parte de las mismas abuelas, puesto que la perversa estructura de los represores permitió un doble golpe fatal: desaparición o muerte de un hijo y desaparición de un nieto. Ahora, Verdades verdaderas, la vida de Estela propone un abordaje a esta temática tan cara a buena parte de los argentinos a través de un relato sobre la hoy presidenta de Abuelas –que a la vez formó parte del grupo fundador– y figura de peso en la escena política y de los Derechos Humanos en el país y en el mundo, Estela Barnes de Carlotto. Ópera prima de Nicolás Gil Lavedra, hijo de quien fuera miembro del tribunal que juzgó a los comandantes de las juntas militares, Verdades verdaderas… se apoya en los momentos clave de la terrible historia de Estela de Carlotto para unir las intersecciones que la fueron conformando como la artífice de una lucha que implicaba una reparación al cuerpo social herido de una forma antes impensada.

Gil Lavedra, junto a dos colaboradores, construyó un guión suficientemente sólido de corte naturalista donde va acentuando los aspectos cotidianos de Carlotto, desde aquellos momentos en los que su hija Laura, una militante como tantas otras chicas de su edad que vivía con sus padres en una relación algo tirante pero cargada de afecto y comprensión –sin dudas diferente a otras de su mismo estilo–, es secuestrada y luego asesinada y la impactante noticia de que Laura tuvo un bebé y de que ella, Estela, es abuela, hasta la dolorosa toma de conciencia sobre la posibilidad de luchar públicamente para encontrar a su nieto. Esas instancias están narradas con buen pulso; Gil Lavedra optó por escindir la violencia explícita y más bien sugerirla con algunas pinceladas certeras, y eligió detenerse en diálogos y situaciones donde la carga connotativa de la violencia de la época está puesta en miradas y gestos, en los disimulos de la vida cotidiana para que el riesgo no sea intolerable, en el derrumbe emocional del marido de Estela –también secuestrado, molido a golpes y luego arrojado como un saco a la puerta de su casa–, en el miedo de la pareja por sus otros dos hijos varones y, finalmente, en el coraje que Carlotto va adquiriendo como modo de paliar las heridas intolerables que como un ventarrón impiadoso barrieron con su apacible vida de clase media. Pero la estructura de Verdades verdaderas… no es lineal, hay saltos en el tiempo y el relato tiene un presente con los tíos de Guido, el nieto todavía no recuperado de Estela, hablándole a cámara, material que irá a sumarse a los archivos del banco de datos que crearon las abuelas y que tiene como finalidad enterar a los nietos restituidos de su pasado; igual que la secuencia que abre el film con la familia festejando una fecha navideña en la actualidad, que obra como suma de esa marca que el plan de aniquilamiento de la dictadura dejó sobre infinidad de familias pero que aunque, como en el caso de la familia de Estela de Carlotto fue sí la más horrenda de las marcas, no alcanzó a hacer mella sobre la memoria familiar ni impedir que la restitución de la identidad sea uno de los pilares sobre los que se fue erigiendo este nuevo periodo democrático. Entre las enfáticas y muy bien marcadas actuaciones, que dan relieve a una precisa reconstrucción de época, sobresale la de Susú Pecoraro en la piel de Estela de Carlotto; se trata de una actuación en la que se hace notable el tránsito desde donde al dolor profundo se le impone una fuerza interior que solivianta el miedo y convierte una vida en otra, la de Estela de Carlotto dejando de ser la correcta y amable directora de escuela primaria para convertirse en alguien que ama denodadamente al nieto que no conoce y entiende que en la recuperación de la identidad de todos los otros nietos que la institución que preside lleva adelante, le va algo del inconmensurable amor que guarda para su propio nieto. En un encuadre final de la Estela verdadera y en la sonrisa de algunos nietos reales recuperados –en un guiño donde mediante placas el realizador alude a un “final feliz”– se plasman los resultados de una lucha sin concesiones donde todo indica que el amor vencerá al odio.

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