Más de uno debe sentirse conmovido algunas mañanas cada semana al enterarse de la muerte de artistas en el marco de la pandemia por coronavirus. Hacedores de todas las disciplinas de cierta edad parecen caer bajo las garras del virus sin poder contarla.
Muchos de ellos, incluso, se encuentran activos pese a que ya suman más de siete u ocho décadas. Un claro ejemplo de estos dos últimos meses ha sido el deceso de varios grandes músicos de jazz. Los amantes del género no terminaban de reponerse por la partida de alguna figura cuando se conocía la muerte de otra.
En líneas generales, la mayoría de esos músicos vivían en países donde el covid-19 hizo estragos, como Francia o Inglaterra en Europa o Estados Unidos. Entre los más destacados, o los que tuvieron un reconocimiento internacional, estaban Ellis Marsalis, Bucky Pizzarelli, Wallace Roney, Mike Longo y Manu Dibango.
Un género de luto
La mala racha comenzó con el saxofonista de predicamento internacional Marcelo Peralta de origen argentino y radicado en España desde hacía veinte años, donde solía hacer escenario con músicos de jazz extranjeros.
Además tocaba piano, acordeón y aerófonos latinoamericanos. Había grabado con Litto Nebbia, Eduardo Lagos, César Franov, y Guillermo Bazzola, entre los más conocidos. Tras haber fundado y dirigido su banda Los Saxópatas con la que grabó y tocó en una gira por toda Argentina, Peralta se radicó en Madrid, donde murió por el coronavirus, a los 59 años, el 10 de marzo.
El segundo en integrar esa fatídica lista fue Mike Longo, un excelso pianista con mucho swing que hacía gala con una particular modernización del be-bop.
También tocaba blues con una sensibilidad propia de los pianistas negros. Grabó un disco con Dizzy Gillespie, que lo había contratado como director musical de su quinteto y después como pianista de la Dizzy Gillespie All-Star Band.
Había tocado también con el gran saxofonista Cannonball Adderley. Murió en un centro hospitalario de New York el 22 de marzo.
Dos días después moría en París, con 86 años, el saxofonista Manu Dibango, el músico de origen camerunés que había demandado al mismo Michael Jackson por haberle plagiado el estribillo en la famosa canción “Wanna Be Startin Somethin”’.
Llegó a París en la década de 1940 y pulió su técnica interpretativa en Bélgica. Dibango tuvo su reconocimiento mundial a partir de la canción “Soul Makossa”, compuesta en 1972 y que se convirtió en una suerte de embajadora de la música africana, pues muchos artistas hicieron versiones que fueron éxitos en todo el mundo.
Manu Dibango estuvo también activo hasta no hacía mucho tiempo y era frecuentemente invitado a conciertos de diversos músicos, incluso más ligados al pop o al rock, ya que su disponibilidad a adaptarse a todo tipo de rítmicas con frescura y optimismo siempre resultó muy seductora. Dibango también era saludado por su simpatía, que le había granjeado amigos en todas partes del mundo.
El trompetista Wallace Roney tampoco pudo zafar de la virulencia del coronavirus; era uno de los más jóvenes entre las víctimas fatales pues recién estaba por cumplir 60 años.
Sus seguidores veían en él cierta continuidad con el estilo de Miles Davis, aunque tenía su personal forma de interpretar la tradición del instrumento y se mostraba muy imaginativo en las improvisaciones. Estuvo internado algunos días y murió en 31 de marzo.
El guitarrista Bucky Pizzarelli era uno de los más longevos, tenía 94 años y el año pasado había participado de una sesión a beneficio con estudiantes de Berklee. Fue una figura importante en la ejecución de este instrumento dentro del jazz y padre de John Pizzarelli, otro reconocido guitarrista y cantante en la escena jazzística mundial.
Bucky había tocado en la orquesta de Frank Sinatra en Las Vegas en la época de oro del cantante. Pero también había hecho lo mismo junto a Paul McCartney en las primeras presentaciones como solista del ex beatle en New York. Su muerte ocurrió el 1 de abril.
Formas de vida
Alguna polémica despertó el hecho de que algunos de estos músicos estaban en condiciones económicas no muy favorables y sus vidas estaban más expuestas a sufrir los embates de ciertas enfermedades.
Pero tales cuestiones son de difícil comprobación y lo cierto es que el covid-19 se ensaña con quienes ya calzan una buena cantidad de décadas y esa parece ser la razón principal, más allá de que muchos músicos de jazz no pudieron llevar carreras exitosas en lo económico por las mismas características del género.
Es decir, por fuera de algunos nombres que brillaron, el género nunca despertó un furor masivo y eso limitaba las posibilidades, incluso de los que tenían muchísimo talento, que solían vivir al día y tenían –o tienen– sólo acceso a la salud pública, muy deteriorada en Estados Unidos, sobre todo en los años de gobierno que lleva Donald Trump.
En una encuesta realizada por la revista especializada <más Jazz<, dada a conocer en 2018, sobre el tipo de vida que llevan los jazzeros, daba una media donde se ubicaba buena parte de los músicos norteamericanos que vivían poco más que al día.
Las grabaciones en la era digital tenían liquidaciones por derechos a largo plazo y sólo cuando enganchaban largas giras por el mismo país u otro continente, la diferencia era más sustancial.
Parte de la leyenda
El 1º de abril partió Ellis Marsalis, uno de los cultores del piano en lo que podría considerarse la línea más clásica del género, la que surge del bebop de los años cuarenta y el cool de los 50.
Padre de cinco hijos todos músicos –entre los que se encuentran los talentosos Wynton y Branford, en trompeta y saxo respectivamente–, Ellis tenía 85 años y todavía daba algunos recitales con algunos de sus hijos en New Orleans.
Fue también un maestro de muchos músicos de esa zona que, como se sabe, es prolífica en figuras del jazz. Ellis tenía pegada esa rítmica dixie con un swing arrollador pero al mismo tiempo supo cómo amalgamarla con las corrientes experimentales que tenían como piso al bebop y la improvisación. Varias formaciones de sus hijos Wynton y Branford lo tuvieron al piano en algunas grabaciones.
El 6 de abril moría el norteamericano Onaje Allan Gumbs, otro gran pianista compositor y director de orquesta. Tocó con Woody Shaw, grabando varios de sus discos y con el mismo Shaw ganó el Down Beat Reader’s Poll, uno de los premios más prestigiosos de la escena estadounidense.
Otro que dijo adiós sin poder despedirse de los íntimos fue el contrabajista Jymie Merritt, quien falleció el 11 de abril a la edad de 93 años. Fiel a la escuela del hard-bop, fue parte de la sección rítmica de los Jazz Messengers, la maravilla sonora del baterista Art Blakey.
Su instrumento se mostró portentoso para sostener el torrente sonoro de Blakey. Además grabó con Wayne Shorter, Max Roach y Curtis Fuller, a los que conquistó con un estilo depurado que armonizaba muy bien desde el jazz y el blues.
La escena de jazz está de luto con la partida de todos estos gigantes, endiablados ejecutores de cada uno de sus instrumentos y ahora parte de la leyenda de aquellos que engalanaron este magnífico género.