La semana pasada, un titular del diario El país de España hacía de la ciudad una noticia internacional: “Cae en Argentina un jefe narco de 18 años que ensangrentó Rosario”. Ese día, el ministro de Seguridad provincial, Maximiliano Pullaro, lo anunciaba con bombos y platillos como un trabajo conjunto con la Gendarmería Nacional mientras definía al muchacho como “un delincuente muy peligroso” y prometía que su detención pondría freno a la escalada de violencia letal que golpea en los barrios populares. No hace falta ser criminólogo para ver que se está ante un relato cuanto menos distorsionado. Pero sí para analizar “cómo se construye un hiper villano de turno para encubrir la falta de políticas públicas”. Así lo planteó Enrique Font, titular de la cátedra de criminología de la UNR, quien llamó a terminar con el “chamuyo de la Rosario narco” que retorna “cada vez que las papas queman”.
Para Font, la escalada de crímenes durante la última década en Rosario, Villa Gobernador Gálvez y la capital provincial no está vinculada al narcotráfico, como muchas veces lo expresan las autoridades con su “diagnóstico falsificado”. Asegura que otras localidades similares de la Argentina, tan fructíferas en el negocio de la venta de drogas, ni se acercan a la altísima tasa de homicidios que sufre Santa Fe. Font asegura que la violencia letal no responde a “organizaciones criminales” que se enfrentan por “disputas territoriales” sino a pibes que se juntan en bandas y se pelean por broncas barriales.
“El fenómeno más característico de Rosario es lo que identificamos como «violencia lateral» entre jóvenes del mismo sector social, muchas veces del mismo barrio, con historias parecidas, donde el rol de víctima-victimario se intercambia fácilmente. La explicación, es una violencia que se da en un contexto de construcción de identidad de jóvenes de sectores populares excluidos estructuralmente y devorados culturalmente”, expresó.
El académico definió esa violencia como expresiva, identitaria, saturada de hipermasculinidad, frustraciones y bronca. Así se refirió a la tensión que existe entre las aspiraciones culturales, relacionadas a la construcción de identidad por acceso a bienes de consumo y con una lógica basada en lo individual, que choca con lo estructural económico y la dificultad de acceso a trabajos apetecibles. “Por ejemplo para un pibe laburar en un McDonald’s es humillante, como para muchos no es apetecible ser soldadito en un búnker, porque es la escala jerárquica más baja. Cuando se piensa en la inclusión a través del trabajo no es solo lo económico, sino lo que satisface a una expectativa identitaria”, expresó Font. Y a eso le sumó la lógica policial y judicial que “de alguna manera promociona la ilegalidad: si en un barrio todos ven que la Policía pasa a cobrar por los búnker, arregla con los que afanan y por otro lado hostiga a los pibes en general; y hay un Poder Judicial que se desentiende de todo eso, ahí vas acumulando condiciones para las cuales la alternativa de construcción de identidad adquiere esa lógica. Armar una banda, crear un vínculo y generar reconocimiento, identidad, compensar con esa lógica lo que no se consigue por los canales legales. Y a eso hay que sumarle la circulación de armas y un nivel de economías ilegales esponsoriado por la Policía. Todas esas variables son la principal causa de la violencia letal”.
Mal diagnóstico
En medicina, un mal diagnóstico puede ser letal. En políticas públicas, causar una epidemia. Si bien Font asume que son varias las causas de la violencia letal, reconoce como “un error gravísimo que las políticas públicas traten de definirlas como algo que no son, para salir del apuro político. Si uno no acierta con el diagnóstico, mal va a acertar con la política. Y puesto al revés, en Santa Fe además se fuerza una explicación a sabiendas que sirve solo en apariencia para salir de la coyuntura del momento. Más que un diagnóstico errado es un diagnóstico falsificado. Y a partir de ese diagnóstico falsificado se toman medidas que terminan siendo contraproducentes”, dijo el criminólogo.
De esa manera recordó las declaraciones del ministro Pullaro sobre la escalada de homicidios en las últimas semanas. “Primero culpó a la feria Judicial. Después a la estacionalidad, es decir, al clima y luego siguió con las bandas narco que se quieren consolidar en el territorio. Tres hipótesis contradictorias entre sí, y para las que además no cuenta con ninguna política pública”, refutó.
En ese sentido ahondó sobre su teoría del “chamuyo de la Rosario” narco. “Para que quede claro ni los Funes, ni los Selerpe, ni los Cantero, ni Los Monos, ni los Garompa, ni ninguno de los «hiper villanos» de turno manufacturados para la ocasión por medios de comunicación y por el gobierno tienen algo en común con Pablo Emilio Escobar Gaviria”, aseguró tras refrescar la teoría del pánico moral y su vinculación con el fenómeno de amplificación de la desviación que a su entender en Rosario “se verifica al pie de la letra”.
Y aclaró: “El análisis de la violencia letal, de la circulación de armas, de la economía de drogas se reduce al segmento que sucede, que involucra y victimiza a los sectores populares. Sus vínculos con el rol de la Policía (legal o ilegal), con la administración de Justicia, con la Política y con los lazos con la economía legal? y las demás clases sociales están cómodamente eludidos. Esto permite construir chivos expiatorios – hiper villanos particularmente vulnerables al estigma y dejar intactos los fenómenos estructurales y culturales de fondo que los producen y así no incomodar a ningún poderoso ni cambiar nada. Cambia el estigmatizado y persiste la situación”, concluyó Font.