Sin temor a equivocaciones, podría afirmarse que el fenómeno que explotaría en los años 50 con Elvis adquirió forma humana el 18 de diciembre de 1943, cuando en la localidad de Dartford, del condado británico de Kent, nació una de las mitades fundamentales de la mítica banda que prácticamente atravesó toda la historia del género.
Es cierto que hay una imagen ligada al pantalón de cuero y el jopo que simboliza al rock and roll primigenio; pero en los 60 hubo una evolución que tuvo a Los Stones como uno de sus impulsores y, allí, la imagen de Richards comenzó a elevarse, desde lo conceptual, el comportamiento y lo estético, como el modelo del perfecto rocker.
Richards es el autor del riff de «(I Can´t Get No) Satisfaction», tal vez uno de los cinco más famosos en la historia del rock, pero no recuerda mucho sobre su creación porque sucedió en medio de un desvarío nocturno guitarrístico, en plena somnolencia etílica, y logró rescatarlo gracias a que dejó una grabadora de cinta prendida toda la noche.
Hace apenas unas semanas, trascendió un video de una entrevista en el programa de Jimmy Fallon en el que, con una guitarra acústica, tocaba varias de las famosas bases de clásicos de los Stones. Cuando el presentador se sorprendió porque lograba extraer de ese instrumento desenchufado el característico sonido «eléctrico» que despliega con la banda en escena, Keith expresó de manera inocente: «No sé cómo lo hago. Solo sé que lo hago».
Integró junto a Mick Jagger una de las duplas compositivas más importantes en la historia del rock, sólo superada por Lennon y McCartney; una sociedad que al igual que la de sus pares beatles funcionó por tratarse de opuestos que operaban como complementarios. Claro que esto significó una fraternal relación personal llena de cariño y admiración, pero tormentosa, que supo de momentos casi terminales.
En su libro Éramos unos niños, Patti Smith cuenta que en la primera mitad de los años 70 miraba una foto de Richards para copiar su corte de pelo. En los primeros 2000, el actor Johnny Depp se inspiró en el look de «viejo pirata» del famoso guitarrista para darle vida a Jack Sparrow en la saga Piratas del Caribe, y años más tarde lo reconocería literalmente como el «padre de la criatura» al invitarlo a una aparición en otra película de esta serie.
Cuando la Policía británica inició en pleno apogeo hippie redadas antidrogas en las mansiones de los músicos de rock, Richards se convirtió en uno de los blancos predilectos. Es que en la morada del guitarrista siempre había pruebas suficientes como para ponerlo a disposición de la Justicia.
Una gran cantidad de chistes, en los últimos tiempos en forma de memes, hacen alusión a la resistencia a las sustancias tóxicas y a la capacidad de sobrevivir a todo de Richards. En tal sentido, se lo emparenta con las cucarachas y su aptitud para superar el diluvio universal.
Richards puede manifestar a los cuatro vientos que el pop de sintetizadores y el rap «son una mierda», y a nadie se le va a ocurrir criticarlo por eso o desautorizarlo. «Prefiero la música hecha por gente que toca instrumentos», suele justificar.
Por un cúmulo de cuestiones como las mencionadas, Richards es la imagen viva del rock y, probablemente, una de las pocas figuras que cuentan con la admiración y el cariño unánime.
Y como si todo eso no alcanzara, para la feligresía argentina, el guitarrista cuenta con un valor extra: fue el primer Stone en poner un pie en carácter de solista en el país, lo que impulsó un par de años más tarde el debut de la banda en suelo local.
La historia de Richards podría empezar a escribirse cuando en sus primeros años escolares se hizo amigo de Mick Jagger, a quien dejó de ver por varios años pero reencontró de manera fortuita en una estación de trenes cuando eran adolescentes, y con quien reanudó el vínculo de inmediato y para siempre, cuando descubrió que el futuro cantante llevaba varios discos de blues americano que coincidían con su gusto.
«Jagger y Richards escribían las canciones necesarias para el éxito de la banda, no sólo blues, y siempre buscaban ir para adelante», dijo a la agencia de noticias Télam el descubridor, primer manager y productor de The Rolling Stones, Andrew Loog Oldham, en una entrevista exclusiva en noviembre pasado.
Precisamente, la dupla se afianzó a partir de la perfecta combinación de dos personalidades opuestas en muchos sentidos. La voz y, especialmente, la forma de frasear de MiIck y las bases de la guitarra de Keef, caracterizada por su afinación abierta, conformó la esencia de la inexplicable pero inequívoca etiqueta de «rock stone».
Como toda relación fraternal, en especial con personalidades tan distintas, la relación entre los socios creativos atravesó tempestades. La más compleja fue en la segunda mitad de los años 80, cuando ambos iniciaron una suerte de «Guerra Fría», a partir de una simbólica «carrera armamentística» que tomó cuerpo en sendos lanzamientos de proyectos solistas que pusieron en riesgo de muerte a The Rolling Stones.
Y, por sobre todas estas virtudes, se impone una imagen construida a partir de las marcas que la historia fue dejando sobre su cuerpo. Richards fue la quintaesencia del «rockero reventado» que vive en un permanente estado tóxico, al punto que llegó a desayunar whisky y heroína. Allí adquirió un andar tambaleante y un hablar balbuceante que se convirtieron en su sello personal y conserva hasta hoy. A eso hay que sumarle el cigarrillo en la boca, como una extensión más de su cuerpo.
Keith Richards justificó durante muchos años sus adicciones al reconocer que no sabía qué hacer cuando no estaba de gira, a pesar de contar desde hace décadas con una familia estable.
El artista dejó la heroína hace décadas, la cocaína hace algunos años y el cigarrillo, unos pocos. A los 80, y a pesar de la artritis, lo que evidentemente no dejará nunca son los escenarios. Por suerte para los millones que lo adoran en todo el mundo, todavía no encontró satisfacción en otro lugar más que en ese hábitat natural.