Los hombres ya no parecen ser los únicos protagonistas del espectáculo deportivo más popular del mundo: al calor de la expansión del movimiento feminista, las mujeres están copando la cancha. El cupo femenino está llegando al fútbol. Todavía no hay estadísticas ni registro de cantidad de jugadoras federadas o de equipos de fútbol femenino que existen en Argentina, pero su crecimiento ya se vislumbra: alrededor de treinta y cinco equipos del conurbano bonaerense están registrados en la AFA, lo que invita a calcular al menos 600 futbolistas en esa zona. Y hay certezas de que el fenómeno crecerá: en 2019 deberá comenzar a cumplirse lo instaurado en 2016 por la Confederación Sudamericana de Fútbol (Conmebol), que instó a los clubes a tener un equipo de fútbol femenino como condición para poder competir en torneos internacionales.
“El fútbol era un espacio que antes estaba vedado para nosotras. De la mano del movimiento de mujeres, estamos en un momento bisagra”, asegura la socióloga Gabriela Garton. Desde 2016 tiene una beca del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (Conicet) para una investigación pionera: análisis de género en la narrativa futbolística argentina.
“El fútbol femenino se está abriendo y creciendo muchísimo. Y no es menor: al ser una pasión nacional, cuando las mujeres participamos en el fútbol, también estamos siendo parte de la construcción de la identidad de un país”, dice.
Garton habla en plural, porque además de leer bibliografía y hacer entrevistas a futbolistas mujeres para el trabajo de campo de su investigación, le pone el cuerpo a su propio tema de estudio: es una de las arqueras de la selección argentina.
“En el vestuario o en el entrenamiento, reflexiono mucho sobre lo que veo. Pero en el arco mi mente es solo de jugadora: no pienso en cuestiones académicas”, revela.
Garton tiene parientes en Argentina, pero nació en Minnesota, creció en Florida y cursó la carrera de Estudios Hispánicos en Texas. En paralelo, desde que tenía ocho años y le pidió a sus padres que la llevaran a una liga femenina, siempre jugó al fútbol, un deporte de los más populares entre las mujeres de Estados Unidos. Cuando cumplió 23 y terminó su licenciatura, una amiga que jugaba en River le avisó que estaban buscando arquera. “Ni lo pensé: me vine. Además, acá estaban mis abuelos, mis tíos, primos. Siempre me encantó el fútbol y quería jugar al nivel más alto posible”, cuenta.
Si todavía viviera allá, podría mantenerse como jugadora: Estados Unidos es uno de los pocos países con futbolistas mujeres profesionales, como sucede en Francia, Canadá, Alemania, Noruega, Suecia, Inglaterra, Australia. Acá, tiene que dividir su tiempo entre los entrenamientos y sus tareas como becaria del Conicet. Pero al apostar por Argentina, acarreaba en su equipaje una esperanza secreta: soñaba que algún día podía ser convocada para la selección.
“Cuando empecé a jugar en River, me di cuenta que extrañaba mucho el estudio: necesitaba mantener la mente activa”, recuerda. Las casualidades hicieron que conociera a Pablo Alabarces, investigador del Conicet especializado en culturas populares. Después de algunas charlas orientadoras, le sugirió inscribirse en la Maestría en Sociología de la Cultura y Análisis Cultural de la Universidad Nacional de San Martín, aplicar para una beca (la ganó en 2016, con Alabarces como director de su tesis) y convertir al fútbol femenino en su objeto de estudio. “Mi caso es bastante único: no existen muchos investigadores que además estén compitiendo en un deporte de alto rendimiento. Más aún en el campo del fútbol femenino, que en este momento es tan relevante para analizar”, cuenta.
Después de su paso por River, empezó a jugar en el club Universidad Abierta Interamericana (UAI) Urquiza. En 2015, recibió el llamado que tanto esperaba. La selección argentina estaba preparándose para los Juegos Panamericanos de Toronto. La convocaban como arquera.
“En el fútbol femenino que yo analicé, encontré muchas cuestiones interesantes. En primer lugar está lo social: me llamó la atención que las jugadoras son de todos los estratos sociales. Tenés chicas que vienen de barrios súper humildes, otras de más recursos, hasta hay torneos que ya se están jugando en countries. Ya no están los estereotipos que antes pesaban sobre las mujeres que jugaban al fútbol, como que eran ‘machonas’”, explica.
Garton hizo una etnografía de UAI Urquiza, un club de primera división de AFA, que fue el último campeón del campeonato de la primera. Un club particular porque es uno de los que más les brinda “beneficios” a las jugadoras: como no existen contratos en Argentina, el club ofrece hospedaje para las jugadoras del interior, comidas, becas completas para cursar carreras universitarias y trabajo dentro de la institución.
“Pero es un sistema raro: en el momento en el que no pertenecés más al club no tenés más beneficios. Y también al no tener contratos se maneja como un poco como la teoría del don (del antropólogo francés Marcel Mauss), que dice que las jugadoras sienten como una obligación hacia la institución y siempre parecen estar en deuda con el club, porque una nunca tiene en claro lo que tiene que cumplir como jugadora. No somos profesionales pero tampoco somos amateurs. En una situación bastante precaria, sin nada garantizado y sin recursos legales para protegernos”, explica.
Para llevar adelante su tesis de maestría, Garton entrevistó a sus compañeras: “En las entrevistas formales, grabadas, cuando se iniciaba la charla podían sentirse un poco raras. Algunas no entendían lo que estudiaba o lo que yo buscaba. Pero después de los quince minutos se empezaban a soltar y a decir las cosas más significativas”.
Así pudo cuantificar, por ejemplo, la cantidad de horas que le dedican las jugadoras al fútbol sin obtener retribuciones económicas. Entre la ida y la vuelta de los entrenamientos al predio de UAI Urquiza -que es el único club que les brinda esas posibilidades de trabajo, estudio y otros beneficios y está en la localidad de Tristán Suárez-, las jugadoras entregan al menos siete horas de su vida diaria.
A fines de 2018, defendió la tesis y se recibió de magister. Hasta lograrlo, tampoco le fue fácil combinar sus horarios de entrenamiento con los de las cursadas.
“Mi prioridad siempre fue el estudio. Como cuando me inscribí sabía que tenía que faltar a la tarde a los entrenamientos, recuperaba el entrenamiento a la mañana, entrenando con el preparador de arqueros de los varones, y a la tarde me dedicaba a leer, estudiar y cursar. Después una se va adaptando, acomodando más, priorizando los horarios de trabajo y organizándose mejor.
Garton no es la única profesional del seleccionado argentino: entre las jugadoras, hay una kinesióloga, otra médica y una es profesora de Educación Física. Además, desafiando la regla que suele cumplirse cuando las jugadoras se convierten en madres -que terminan abandonando la carrera futbolística- una de las arqueras de la Selección tiene dos hijos mellizos.
A futuro, ella se ve jugando hasta que el cuerpo le responda. Después quiere dedicarse de lleno a la investigación y a la docencia. “Siempre me llama la academia”, dice. Pero por ahora, lo único que la desvela es que faltan noventa días para que comience el Mundial de Fútbol Femenino. Lo jugarán en Francia, después de doce años de ausencia de la camiseta celeste y blanca en el fixture del campeonato de mujeres del mundo.
“Las pioneras del fútbol femenino en Argentina fueron al Mundial en 1971. Ahora, nosotras también estamos en un momento clave. Por fin al fútbol femenino lo están acompañando más los medios, se están recibiendo y escuchando más las situaciones y el sacrificio que hacemos. Somos conscientes de que vaya como nos vaya, estamos abriendo el camino para las jugadoras que van a venir después”, comenta. “Vamos a ir a jugar pensando en las jugadoras del futuro”, concluye.