Fue una semana complicado para el arbitraje argentino, amplificada por “la guardia alta” de Gallardo y porque el perjudicado con los fallos fue River, como tantas otras veces ocurre con otros equipos en el fútbol de nuestro país.
Que los árbitros se equivocan no es ninguna novedad. Y que la mayoría de las veces benefician a Boca, tampoco. Recordemos sino aquel grosero penal que le cobraron en la final de la Copa Argentina, ante Central, hace tres años. Fue uno de los tantos escándalos que se han vivido en la última década con el Xeneize.
Los errores arbitrales, se dice, son parte del fútbol. Nosotros contestamos que ese postulado es una soberana pavada, ya que jamás defenderemos que una injusticia se imponga por sobre la verdad para defender un supuesto folclore que ya quedó pasado de moda.
No defendemos el folclore de las puteadas, de los gritos racistas, de la xenofobia, de las peleas, del maltrato a los hinchas por parte de las autoridades policiales y, tampoco, el de los errores arbitrales que generan muchas discusiones pero pocas situaciones virtuosas. Queremos hablar de fútbol y debatir sobre sistemas de juego y no escuchar los eternos llantos sobre si este o aquel árbitro cobró bien o mal.
Por eso estamos a favor de la utilización del VAR. Pero también hay que reconocer que para que se haga con eficacia, todavía se debe recorrer un largo camino que sólo se puede desandar cuando su utilización sea moneda corriente y se hayan ajustado los bulones necesarios para que todo fluya de una manera más natural.
Es cierto que todavía hay problemas. Los padeció River en las semifinales de la Copa Libertadores ante Lanús. En aquel penal no cobrado el problema no fue el VAR, sino la persona que leyó la jugada. No se equivocó la tecnología sino el árbitro que la interpretó. Pero porque se haya cometido un error (o varios) o porque todavía se estén ajustando algunos detalles, no se puede descalificar a una herramienta que llegó al fútbol para hacerlo más justo.
En Italia, sin ir más lejos, se viene utilizando con bastante acierto. El fin de semana le anularon un gol al Napoli (era el segundo) por una posición adelantada milimétrica que pocos alcanzamos a ver en la transmisión televisiva. Y estuvo bien anulado. Lo mismo hubiera pasado con el de Tevez a San Lorenzo o con el del Morro García a River. O con el penal a Pratto, si es que se hubiera revisado la acción. Ya no habría necesidad de andar con “la guardia alta” por los arbitrajes y si habría que tenerla para jugar mejor a la pelota.
Todo lo narrado también deja muy claro que para que las cosas funcionen bien, debe haber un cambio de paradigma en los jueces de línea, como efectivamente ocurrió en Italia. Una vez que se ponga en marcha el VAR de manera generalizada, deberán levantar la bandera sólo en casos en los que no tengan ni la más mínima duda de que hay off side. Caso contrario, deberán dejar seguir la jugada para que la revisión posterior sea la que dictamine si es válida o no. Algo bastante parecido de lo que hacen los jueces de rugby. Ven una infracción, no la cobran y luego revisan.
La otra opción, que tampoco es desechable, es preguntarse si con el VAR serán necesarios los jueces de línea. ¿Acaso no sería mucho más razonable que hubiera dos árbitros, uno en cada campo, y anular la existencia de asistente tal como la conocemos hoy? Ya no se necesitaría esa reacción inmediata para levantar la bandera ya que el VAR reemplazaría ese trabajo. Un árbitro en cada campo, a la manera del básquet, les daría a los jueces mayor amplitud de visión y cercanía con la jugada sin necesidad de recorrer tantos metros del terreno.
En definitiva, la utilización de VAR cambiará al arbitraje. Y será importante que los jueces se acostumbren a convivir con esa herramienta. ¿Se podrá cambiar la cabeza de los jueces actuales o tendremos que esperar a que llegue otra camada con una impronta diferente?
No lo sabemos. Lo único que está claro es todo será diferente. Y presumimos que mejor.