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El deber de reescribir la historia: una lección que aún resulta difícil de aprender

Ni la actual plaga de coronavirus ni la anterior de Sida parecen hacer mella en la conciencia de una humanidad adormecida por el consumismo perpetuo, y el “deber de reescribir la historia” continúa pendiente

Elisa Bearzotti

Especial para El Ciudadano

En Bulgaria, cerca de un centro de vacunación ubicado en la ciudad de Sofía, hay una estatua que imita La Pietá de Michelángelo, sólo que la figura de la madre sosteniendo el cuerpo del hijo entre sus brazos, con el corazón desgarrado y la espalda doblada por el inconmensurable dolor de la pérdida, viste cofia, barbijo y la típica bata hospitalaria. La escultura original, expuesta en una de las naves de la basílica de San Pedro, en el Vaticano, sorprende no sólo por los delicados pliegues del mármol, desplegando su nívea palidez cual fina gasa, sino también por la expresión contemplativa de una mujer casi niña sosteniendo a un Dios vencido… como si la humanidad no acertara a comprender por qué el amor fue nuevamente derrotado. Del mismo modo, la réplica intervenida que se ve en las cercanías del hospital Pirogov expone no sólo la desolación ante la muerte, sino también la tristeza agregada que provoca el entorno hospitalario y, por qué no, el rol amoroso de los trabajadores y trabajadoras de la salud que acompañan el último tránsito.

La simbología del arte cobra especial énfasis en estos días, cuando se cumple el primer aniversario del inicio de la cuarentena, arcaico mecanismo de control sanitario con el que se intentó frenar el avance del covid-19, una catástrofe que ya se ha cobrado 2.660.000 víctimas en todo el mundo. Sin embargo, los protocolos de resguardo aplicados por casi todos los países ni de cerca se comparan con la respuesta gubernamental desplegada ante otra reciente pandemia, de la que hoy casi nadie habla: el síndrome de inmunodeficiencia adquirida. Según Onusida, desde los primeros casos diagnosticados en los años 80 se estima que 78 millones de personas han sido infectadas y 39 millones han muerto a causa del Sida o enfermedades relacionadas. Actualmente hay casi 37 millones de casos en el mundo y la pandemia se expande día a día.

Pero, ¿por qué estos datos ya no ocupan las primeras planas de los diarios, ni ensombrecen la conciencia de los ciudadanos del mundo? ¿Será porque el 80% de las personas que hoy viven con VIH se concentran en 20 países, la mayoría con altos niveles de pobreza y graves carencias sanitarias? ¿O porque, desde su inicio, la peste estuvo marcada por las huellas de la marginalidad y el contacto sexual? Sudáfrica, Nigeria, India, Zimbabue, Mozambique, República Unida de Tanzania, Uganda, Kenia, Zambia, Malaui, Brasil, Etiopía, Indonesia, Camerún, Costa de Marfil, Tailandia y República Democrática del Congo, además de Estados Unidos, Rusia y China, conforman el innoble listado de los sitios más lastimados por la anterior plaga.

En estos días, Europa se lamenta por los más de 900.000 muertos por covid-19, según un conteo realizado por la agencia France Presse a partir de datos de las autoridades sanitarias. Los 52 países y territorios de la región registran 900.185 decesos sobre un poco más de 40.000.000 de contagios, mientras crecen las dudas sobre la vacuna de AstraZeneca debido a que uno de sus efectos secundarios podría ser la causa de trombosis detectadas luego de la inoculación. Con el objetivo de llevar algo de tranquilidad, la directora de la Agencia Europea de Medicamentos, Emer Cooke, brindó recientemente una conferencia de prensa en la cual aseguró estar “firmemente convencida” de los beneficios de la vacuna de AstraZeneca y Oxford, a pesar de que varios países, incluidos Francia, Alemania, Italia y España, suspendieron su uso por temor a los coágulos sanguíneos. “En la actualidad, no hay indicios de que la vacuna haya causado estas afecciones”, señaló la funcionaria, y aseguró además que los científicos europeos se toman “muy en serio la seguridad” de la vacuna.

La crisis se produce cuando varios países del continente sufren nuevas olas de contagios, y el ritmo de vacunación no es tan ágil como se esperaba. Noruega, Bosnia, Italia, Francia y Alemania, entre otros, han debido declarar el estado de emergencia y retrotraer las medidas de control a los inicios de la pandemia. La mayor parte de Italia volvió a cerrar escuelas, restaurantes, tiendas y museos, mientras que los médicos de Alemania emitieron un llamado urgente para evitar una tercera ola. Y Francia quedó al borde de un nuevo confinamiento luego de que París superara el umbral de pacientes en cuidados intensivos.

El complicado panorama europeo puso en alerta a las autoridades argentinas que apuntan a bloquear el ingreso de virus “extranjeros”. Por eso, esta semana el ministro de Salud bonaerense, Daniel Gollán, propuso ante el Consejo Federal de Salud que la prueba de PCR para detectar coronavirus que deben hacer las personas que ingresan al país sea obligatoria y no optativa, y que se realice “antes de pasar por Migraciones”. La inquietud de las autoridades se acrecentó luego de que se conociera el caso de 32 estudiantes que fueron diagnosticados con coronavirus tras un viaje de egresados a Cancún, debiendo permanecer aislados otros 165 por la misma razón. También la inminencia de los primeros fríos preocupa a los responsables sanitarios, quienes ya advirtieron que “no hay ninguna razón” para que no ocurra en la Argentina una segunda ola de coronavirus, como sucedió en Europa. Y recomendaron continuar con las medidas de prevención, porque la situación sanitaria se “podría complicar en mayo y junio”.

Es decir que, habiendo pasado un año del inicio de la cuarentena, y a pesar de la aparición de las vacunas y de la cantidad de medidas sanitarias abordadas, las complicaciones provocadas por la pandemia de coronavirus no han decrecido, sino que más bien, en un continuo y feroz reciclaje, amenazan con expandirse y tornarse aún más virulentas. ¿Acaso se podría decir que la furia de un dios innoble nos está advirtiendo sobre futuros y más temibles desastres? ¿Será que la aparición de virus mortales se asemeja en algo a las diez plagas de Egipto? El relato bíblico cuenta que Moisés advertía una y otra vez, pero el Faraón no lo escuchaba… También hoy las señales aparecen una y otra vez, y los oídos permanecen cerrados. Lo advirtió el escritor, poeta y dramaturgo irlandés Oscar Wilde: “El único deber que tenemos con la historia es reescribirla”. Y, para ello, se requiere una pluma consciente y amorosa, atenta a los signos de los tiempos y comprometida con el bienestar de cada habitante del planeta. Una lección que aún resulta bastante difícil de aprender.

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