Por Alejandro Duchini (@aleduchini)
“Violencia es morirse de hambre”, lamenta al borde del llanto una mujer mayor, Ana María, ante un cronista de televisión. A unos centímetros, un ejército de uniformados con escudos espera, como leones, para volver a atacar indiscriminadamente. Es la primera noche de febrero, la segunda frente al Congreso de la Nación, donde se debate la venta del país. La Ley Ómnibus impulsada por el presidente de la Nación, Javier Milei. Que entre otros objetivos tiene privatizar los clubes de fútbol. “La inversión entra rápido y es un negocio fácil”, dijo a principios de este año. Boca, Racing, Newell’s, Lanús y Estudiantes en la mira de capitales árabes.
Pero el deporte dijo no. Igual que Ana María, que, a pesar de los 36 grados de temperatura y sus muchos años, hace frente a los policías y gendarmes.
La mujer recuerda a las Madres y Abuelas de Plaza de Mayo. Las locas, como les decían despectivamente en tiempos de la dictadura. Estamos en 2024 y los hechos se repiten. Las personas mayores también salen a la calle. Es el pueblo, en realidad, que no quiere morirse de hambre ni perder derechos. En los 70, fueron ellas las que caminaban la Plaza de Mayo con carteles y rodeadas de policías. Y así como en el 78 el Mundial tapó la realidad, el fútbol fue el caldo de cultivo para manifestar el cansancio social.
El 24 de octubre de 1981, en plena dictadura y antes de la Guerra de Malvinas, la hinchada de Chicago se animó a cantar la marcha peronista en Mataderos, en la Ciudad de Buenos Aires. La policía reprimió como la semana pasada en el Congreso. 49 hinchas detenidos. Les pegaron a menores y a mujeres y hombres de todas las edades.
Mataderos, barrio peronista por antonomasia y con una sólida base de activismo social y sindical, vivía su fiesta. Chicago se perfilaba como puntero de la tabla de posiciones de la Primera B y lograría, dos semanas después, el ascenso a la A por primera vez. Esa tarde le ganaba a Defensores de Belgrano 3 a 0.
Cuando terminó el partido empezó la represión. Los hinchas fueron obligados a trotar hasta la comisaría 42, a seis cuadras de la cancha. Mientras, vecinos abrían las puertas de sus casas para esconder a quienes conseguían escapar. Otros vecinos fueron intimidados por los uniformados a meterse en sus viviendas y no mirar. Con los días, 40 detenidos quedaron en libertad y 9 siguieron en la cárcel de Devoto por un mes. Un documental, Al trote, que Gabriel Dodero hizo a pulmón, lo cuenta en detalle.
“La Policía arrestó a 49 personas en Nueva Chicago por cantar la marcha peronista”, tituló en tapa el diario Clarín. “Desórdenes en espectáculos deportivos”, justificó un tal comisario Quintana. Los dirigentes de Chicago denunciaron “el exceso de la intervención policial, que ha afectado las garantías constitucionales de esta institución” y aseguraron que “el público se comportó correctamente, no existiendo causa que haya alterado el orden ni justificado la intervención policial que afectó al deporte en general”.
Jorge Alberto Rodríguez trabajaba desde 1977 como periodista de Crónica. “Cubrí el partido. En la redacción no se animaron a poner ‘marcha peronista’. Había que cuidarse. Obviamente era fútbol y no tenía tanta trascendencia como algo político. El hecho de que hayan escrito ‘marcha partidaria’ da la pauta de cómo eran las cosas”, me cuenta.
Al sábado siguiente, la misma hinchada de Chicago volvió a entonar la marcha en un partido contra Atlanta, en Villa Crespo. Al volver al barrio, los hinchas se detuvieron frente a la comisaría y ante la mirada amenazante de los policías cantaron una que -créase o no- estaba prohibida: el Arroz con leche.
Por esa misma época, también hubo represión a los hinchas de Chacarita que cantaron la marcha peronista en Zárate, Provincia de Buenos Aires, cuando su equipo visitaba a Defensores Unidos. “Gases por la marcha peronista”, informó Clarín. Esa vez hubo gases lacrimógenos, palos, disparos y detenidos, cuya cantidad nunca se informó.
Como ahora, aquella Argentina estaba a manos de los represores y de una economía en decadencia. Suba de los precios de la canasta básica, despidos y suspensiones en las fábricas. El Sindicato de Mecánicos y Afines del Transporte Automotor de la República Argentina (SMATA) refería 27 mil despidos y suspensiones en un lapso de 80 días. Y como ahora, se anunciaba una importante suba en el costo de los impuestos. El presidente de entonces, el dictador Roberto Viola, anunciaba una “salida a largo plazo”. ¿Les suena? Y en las calles de aquella Argentina, al igual que en las de hoy, había represión.
“Se va a acabar, se va a acabar, la dictadura militar”, cantaban desde los cuatro costados del estadio de Obras Sanitarias los argentinos que seguían el masivo mundial de vóley que se jugaba en nuestro país. ¿Cuánto tardará el público que apenas puede pagar una entrada en reclamar desde las tribunas por una Argentina más justa?
El deporte, arma de doble filo al fin de cuentas, puede ocultar y puede desnudar. En el 2001, en medio del ‘Que se vayan todos’, no se suspendió la definición del torneo de fútbol que ganó Racing porque las calles habrían estado aún peor.
Como en los 70 y en el 2001, Argentina vuelve a tener el peor de los escenarios. Cada vez más gente duerme en las calles y hasta se cortaron las partidas alimentarias a los comedores populares. En las protestas, policías sonrientes reprimen antes de volver a sus casas y encontrarse -como se vio en un meme de la semana pasada- con la heladera vacía: el precio de defender a quien los desprecia.
“Celebramos a la Policía, los felicitamos. Cada balazo bien puesto en cada zurdo ha sido para todos nosotros un momento de regocijo. Cada imagen de cada zurdo lloriqueando por el gas pimienta en su cara ha sido para nosotros un momento muy placentero de ver”, expresó -en línea con el Gobierno nacional- el politólogo Agustín Laje. Desde Seguridad, Patricia Bullrich se vanagloria de su accionar y manda a un estudiante de abogacía de 25 años, que ni siquiera iba a la cancha, para que esté a cargo de la Seguridad de Eventos Deportivos de la Nación. Franco Berlín, se llama. Este fin de semana, con muertos en los estadios, no augura un buen panorama. Todos sabemos quiénes son los barras que entran a las canchas sin controles. Pero a los hinchas y socios comunes se los palpa hasta las medias.
A veces uno se pregunta para qué sirve recordar. Sirve, por ejemplo, para saber que la historia se repite. Y que alguna vez, hartos ya de estar hartos, un grupo de personas anunció -desde una cancha de fútbol- que se iba a acabar una dictadura. Costó, pero se acabó.