*Por Alejandro Duchini – @aleduchini
“Robert Enke era el arquero de Alemania, un símbolo de tranquilidad y frialdad ante las situaciones más encendidas, capaz de controlar el estrés y el miedo en los momentos más extremos. Cada fin de semana, los jugadores de élite como él nos hacen sentir que es posible que nuestros sueños se hagan realidad. Robert, más que ningún otro jugador, le regalaba al público la ilusión de que no existen obstáculos imposibles de superar. Con veintinueve años, se convirtió en el portero de la selección nacional pese a una primera depresión que, cuatro años antes, le había dejado sin trabajo y relegado a la segunda división española. Tras la muerte de su hija Lara en 2006, Robert y Teresa (su esposa) habían conseguido vivir sus vidas en paralelo al dolor que sentían. Y cuando finalmente parecía que había logrado alcanzar la felicidad de nuevo, con otra hija en su vida y la perspectiva de ser el portero de la selección alemana en el Mundial de Sudáfrica, en agosto de 2009 reapareció la depresión”. Así comienza Una vida demasiado corta, biografía del periodista Ronald Reng sobre Enke, quien se suicidó arrojándose a las vías del tren el 10 de noviembre de 2009. Tenía 32 años. Y una depresión que se escondía detrás de su imagen de seguridad y fortaleza.
“Un arquero, el último bastión, no puede sufrir depresión, al menos no en una sociedad enfocada siempre a obtener resultados. Por eso Robert se esforzó mucho por mantener su enfermedad en secreto, se encerró en ella”, explica Reng.
Silenciosa, avergonzante a veces, la depresión es una enfermedad que no se muestra. Quienes la padecen la disimulan. El de Henke es apenas un ejemplo. Hay otros millones. Para la Organización Mundial de la Salud, “se estima que, en todo el mundo, el 5% de los adultos padecen depresión”. Y serán cada vez más.
El mensaje impuesto es que se puede superar por propia fuerza de voluntad. “Pensá en positivo”, dicen, como solución. Como si todo dependiera de uno mismo. Pero lo que se necesitan son profesionales que trabajen con los pibes y pibas que se frustran cuando el deporte les cierra las puertas a su sueño. Muchas veces, sin explicaciones y hasta con violencia, los clubes dan por terminados contratos. Y la sociedad, desde las tribunas, sentencia que el deportista no sirve.
Debería tenerse en cuenta el avance de esta enfermedad en tiempos en que el Gobierno nacional anuncia despidos y cierre del Hospital Nacional de Salud Mental Lic. Laura Bonaparte, único especializado en salud mental en el país. Brinda apoyo personal y telefónico las 24 horas. Recibe pacientes de todo estamento social, aunque en su mayoría asisten quienes, por sus costos elevados, no pueden pagarse una terapia profesional.
“Tenemos asistencia a todas las provincias, en situaciones de riesgo de vida. Una guardia presencial, que atiende a gente muy vulnerable, con problemas graves de adicción. Ni hablar del servicio de niños, jardín de infantes, centro cultural, centro de formación. Son muchos servicios y todos muy importantes”, le contó la doctora Alejandra Sotelo a los periodistas Ludmila Sueiro, Santiago Asorey y Enrique de la Calle, de la Agencia Paco Urondo.
“El Hospital que el Gobierno quiere cerrar lleva el nombre de Laura Bonaparte, psicóloga a quien la dictadura le desapareció a tres hijos, dos yernos, una nuera y al padre de sus hijos. Fue integrante de Madres de Plaza de Mayo Línea Fundadora”, recordó desde Twitter la periodista Miriam Lewin.
El cierre del Bonaparte es un golpe a la sociedad. Hace menos de un año, y con algarabía, el vocero presidencial Manuel Adorni se jactaba del final de la Agencia de Noticias Télam, anunciada unas horas antes -y por Cadena Nacional- por el presidente Javier Milei. Era el principio de esta motosierra que corta a los más vulnerables y que, como suele suceder, no pasa ni de cerca a lo que más tienen. Desde entonces, la desocupación y la indigencia no paran de crecer.
Lo de Enke fue popular por su trascendencia mundial. Pero en Argentina los casos de depresión sobran. La industria prepara a los deportistas para el éxito. Y si no lo obtienen, les sueltan la mano.
En noviembre de 2022, Samuel Rebollo, juvenil de Aldosivi de Mar del Plata, se suicidó al quedar libre. Tenía 20 años. Nadie se preocupó por su salud mental cuando fue informado de que no seguiría en el club. En 2019, también en Aldosivi y por el mismo motivo, se suicidó Leandro Latorre, de 18 años.
Matías Almeyda, emblema de River, no podía levantarse de la cama tras dejar el fútbol profesional. En más de una ocasión dijo que su vida había perdido sentido. Tenía poco más de 30 años y decidió volver a jugar. Por suerte, la puede contar. Con los años se afianzaría como entrenador.
Ganadora y vendida como ejemplo mundial, la gimnasta estadounidense Simone Biles hizo una pausa en su carrera. Estaba en su mejor momento cuando su cabeza dijo basta. Volvió con todo en París 2024. Pero en el medio no faltaron quienes la acusaron de “floja”.
Las redes sociales se suman a la picadora de almas. La nadadora Delfina Pignatiello era la gran promesa del deporte argentino: las críticas durísimas la lastimaron tanto que abandonó su carrera antes de tiempo. En las canchas llenas de nuestro fútbol, los hinchas insultan con odio al jugador de su equipo que no les gusta. No ven a la persona.
Mirko Saric se suicidó el 4 de abril de 2000: su madre encontró su cuerpo colgado en una habitación de su casa de Flores, en la Ciudad de Buenos Aires. Jugaba en San Lorenzo y parecía un ganador: primera división, elogiado y posible destino europeo. Pero bajó su nivel, se le sumaron temas personales y a sus 21 dijo basta. Pueden ver esta entrevista para entender por qué son importantes los profesionales de la salud.
La lista de suicidios es extensa, tanto en Argentina como en el mundo. Tapar el problema no es la solución. Lo dicen los especialistas en salud mental. Los mismos que hoy toman pacíficamente el Bonaparte.