La semana pasada sesionó en Buenos Aires la Conferencia Ministerial de la Organización Mundial de Comercio (OMC), sin pena ni gloria.
Los ministros de 164 países se dieron sede en la capital de Argentina para discutir sus políticas de comercio internacional y el futuro del multilateralismo, bajo la conducción de Susana Malcorra, quien se desenvolvió como anfitriona y chair (coordinadora) del evento.
La Conferencia Ministerial no logró ningún “paquete de Buenos Aires”, ni siquiera en las subvenciones a la pesca donde los borradores estaban bastante avanzados. Este nulo resultado, que dista de lo que el gobierno argentino buscaba obtener al postularse como sede, puede, no obstante, tener un efecto positivo para la formulación de la política exterior: mostrarle a la gestión de Cambiemos que la globalización es más compleja y potencialmente adversa de lo que inicialmente los equipos a cargo del diseño de políticas imaginaban.
La Conferencia Ministerial concluyó sin una Declaración Ministerial única, y sin ningún acuerdo que dispusiera la creación de nuevas normas o pautas de cooperación para las relaciones comerciales entre los Estados miembro.
Lo que se alcanzó fueron declaraciones poco sustantivas en temas como comercio y empoderamiento económico de las mujeres, facilitación de inversiones, o pequeñas economías, prolongación del programa de trabajo e-commerce, (comercio electrónico), al menos hasta 2019, así como la promesa de continuación de las negociaciones para un eventual acuerdo en materia de subsidios a la pesca.
Los grandes ausentes fueron los avances de negociación en pesca y en agricultura.
¿Por qué no se produjeron resultados? Esta situación requiere un análisis de largo plazo que no se limite a la coyuntura; no puede adjudicársele a una incapacidad de la conducción de la Ministerial, sino que obedece a tensiones más profundas dentro del sistema multilateral de comercio, que quizás sí fueron subestimadas al momento de pretender un “acuerdo de Buenos Aires”.
Una dificultad estructural que enfrentaba el encuentro son las reglas de juego: la coexistencia de más de 160 países miembros, los cuales tienen todos poder de veto para la toma de decisiones.
En segundo término, la complejidad de los temas a negociar, por su dificultad intrínseca en términos de los tipos de reforma que implican al interior de los Estados, como por las tensiones históricas de la agenda negociadora de la OMC: un conjunto de temas proclives al desarrollo cuya negociación está pendiente desde hace años y que son de interés fundamental de los países en desarrollo y otro conjunto de temas “nuevos”, de interés de las economías avanzadas.
No obstante, mientras que estos dos problemas sobrevuelan la vida de la OMC desde mediados de los 90, dos factores específicos fueron los que podrían explicar que Buenos Aires no tuviera resultados y los encuentros anteriores de Bali y Nairobi, de 2013 y 2015, sí.
El primero, es que la agenda de la MC11 (undécima conferencia de OMC), con la jerarquización del tema de comercio electrónico y la incorporación de nuevos temas como facilitación de inversiones y Pymes y comercio, se volvió más amplia, dispersa, e implicaba mayores expectativas de reciprocidad entre países desarrollados y el resto.
Países como Estados Unidos o los miembros de la Unión Europea esperaban mayores compromisos de los países en desarrollo en los “nuevos temas”, para dar su acuerdo en la agenda tradicional.
En Bali y Nairobi la centralidad en un solo tema pudo haber ayudado a que el multilateralismo funcione en base de reciprocidades más difusas.
El otro factor que incidió en la carencia de resultados es el creciente sentimiento nacionalista en muchas economías, que las lleva a tener menor propensión hacia la cooperación internacional y la globalización.
Por un lado, Estados Unidos está llevando adelante una crítica profunda de la OMC, lo que llevó a que la administración de Donald Trump sea reacia a la presentación de propuestas sobre la agenda de la MC11, y que además haya bloqueado el funcionamiento del Órgano de Solución de Diferencias.
Uno de los puntos para este gobierno es el (des)balance entre los compromisos de los países desarrollados, y las de algunos países que continúan denominándose “en desarrollo”, como China e India.
Por otro lado, precisamente India, quien tradicionalmente recurrió a estrategias de negociación duras, condicionó cualquier avance a la obtención de resultados en materia de ayuda interna vinculada a existencias públicas para seguridad alimentaria, y rechazó, a su vez, el mensaje de Estados Unidos.
China, que era el otro actor clave del momento, jugo un rol pasivo en la Ministerial.
Se trata de una situación donde “un liderazgo no acaba de nacer y el otro no termina de morir”.
Para Argentina la Conferencia Ministerial fue un desencanto.
Ese desencanto se plasmó en el pase del discurso del “acuerdo de Buenos Aires” al “hay vida después de Buenos Aires”, frase de cabecera de la ex canciller desde el mes de noviembre.
Si bien ser sede del principal órgano de la OMC le dio la oportunidad a Malcorra y su equipo de reunirse con prácticamente todos los ministros de comercio del mundo y sirvió para fortalecer las áreas de comercio de los distintos ministerios nacionales, implicó también un costo de oportunidad en la posición y estrategia negociadora, debiendo Argentina mostrarse como un actor moderado para ser “buen anfitrión”; tampoco puede sostenerse que haya contribuido a la pretendida “reinserción de Argentina en el mundo”.
Conforme los postulados del gobierno, esto era un viraje de la política exterior del kirchnerismo, que implicaba pasar de una posición de crítica y reforma respecto de la globalización a una posición de aquiescencia con la globalización, y que contribuiría a generar mayores beneficios para la Argentina.
Ser sede de la Conferencia Ministerial era una acción que permitiría redundar ganancias en ese sentido, y conforme ello se postuló el país como sede en octubre de 2016.
El problema de esta estrategia fue doble: por un lado se sobredimensionó las posibilidades que implicaba ser sede de una Conferencia Ministerial de la OMC; y por otro, se subestimaron las dificultades y fricciones que presenta la globalización.
No hay ningún indicador que permita sostener que Argentina se encuentra hoy más inserta en las relaciones comerciales internacionales que hace un año, y que se pueda derivar del hecho de ser sede de la Conferencia Ministerial.
Tampoco sirvió el haber alojado este evento para negociaciones paralelas, como apurar el acuerdo Mercosur-Unión Europea conforme pretendía el gobierno –un segundo desencanto en la misma semana-.
Sí, en cambio, le permitió ganar entendimiento en los laberintos de las relaciones comerciales internacionales, y en que la globalización presenta también amenazas y no sólo oportunidades.
La capitalización de ese aprendizaje para la política exterior de los próximos dos años resulta un imperativo, en un mundo cada vez más complejo.
(*) Doctora en Relaciones Internacionales. Investigadora de Conicet. Docente de la Licenciatura en Relaciones Internacionales de la Facultad de Ciencia Política Y relaciones Internacionales (UNR), y coordinadora del Grupo de Estudios de Negociaciones Comerciales Internacionales
Espacio de colaboración entre El Ciudadano y la Escuela de Relaciones Internacionales de la Facultad de Ciencia Política y Relaciones Internacionales para promover la reflexión y opinión de los asuntos globales.