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El desencuentro de los pobres o por qué cambiar el mundo es un “trámite urgente”

El virus como "metáfora del desencuentro", impulsa a una urgente reflexión sobre el futuro de la existencia humana. Los reductos sociales sintomáticos que se rebelan contra la vacuna ponen en evidencia que la crisis, en realidad, venía de antes

Elisa Bearzotti

 

Especial para El Ciudadano

 

La primera de estas “Crónicas de cuarentena” transformadas luego en “vicio” semanal, se me presentó casi como una revelación. Sin buscarlo, sin preverlo, las palabras fueron desovillando pensamientos que no parecían responder a esos primeros días de incertidumbre, donde poco y nada sabíamos de la experiencia que estábamos por atravesar. El título fue “La cuarentena como metáfora del desencuentro”, y decía, entre otras cosas: “El virus se hace metáfora del desencuentro, del terror al otro, del autismo social disfrazado de alegre comitiva, de la pesadilla de encontrarnos con nosotros mismos”. A la abrupta toma de conciencia sobre lo que sobrevendría siguió un descarnado proceso de análisis y procesamiento de la información para tratar de ir más allá de los titulares, casi siempre catastróficos, y profundizar no sólo en el panorama actual sino también en las posibles consecuencias de esta inédita crisis sanitaria, económica, social, política, comercial, familiar, vivida al unísono con el resto del planeta.

Luego del recorrido realizado por casi un año y medio hoy asumo, con pleno convencimiento, que la pandemia de coronavirus vino a decirnos algo que no nos gusta demasiado escuchar: los humanos del tercer milenio vivimos en una triste soledad. El desencuentro –evidenciado en las luchas de poder de los gobiernos por proveerse de vacunas, en la rebeldía de quienes no desean someterse al derecho común del bienestar, en las marchas antivacunas, en la actitud criminal de permitir que el 96% de los habitantes del continente africano no haya recibido aún ninguna dosis de vacuna contra el coronavirus mientras otros países implementan ya una tercera de refuerzo, en considerar como “daño colateral” la caída bajo la línea de pobreza de millones de personas en el mundo mientras las compañías farmacéuticas han aumentado exponencialmente sus ganancias– es una realidad demasiado dolorosa como para esconderla debajo de la alfombra del efectismo mediático.

La pregunta que surge enseguida es: ¿por qué estamos como estamos? Una de las posibles respuestas es que las sociedades de hoy, polinformadas, con instituciones en crisis y circulación constante de fake news a través de los múltiples canales con que nos “enredamos” cotidianamente, se debaten entre la implicancia emocional con las causas más alejadas del globo o el descreimiento absoluto de cualquier cosa que venga a romper con los cánones habituales y, sobre todo, que modifique el complaciente letargo de una vida sin complicaciones. Y en esta pandemia, cuando el trabajo y el pensamiento comunitario hubieran resultado esencial para una pronta resolución del problema, nos encontramos con reductos sociales sintomáticos decididos a poner en evidencia que la crisis, en realidad, venía de antes.

Para entender un poco más el porqué de tanto desencuentro, nos sumergimos en una nota realizada por los colegas del diario Página|12, quienes dialogaron con el sociólogo de La Sorbona e investigador del Centro Nacional de Investigación Científica Florián Cafiero, especialista en el movimiento antivacunas. Entre otras cosas, el experto indica que estos grupos juegan principalmente con el miedo a los efectos secundarios, desentrañan curiosas teorías conspirativas como las negociaciones entre los gobiernos y los grandes capitales de la industria farmacéutica, u otras más descabelladas como la transferencia de chips escondidos en las vacunas, o que fueron diseñadas para modificar nuestro material genético. En estas afirmaciones subyace en realidad, una desconfianza generalizada en la ciencia, las instituciones, los medios de comunicación y las autoridades en general. El investigador asegura: “Las causas de la suspicacia se relacionan con la incredulidad en las instituciones, y restaurar esa confianza puede ser un proceso largo y complicado. El poder de los laboratorios y los gobiernos para mantener los escándalos de salud fuera del conocimiento público han asustado y erosionado la confianza de la gente. La creciente mercantilización de la medicina en algunos países, su alto costo, la impresión de que las instituciones médicas tienen como objetivo el lucro antes que la salud, son componentes de la pérdida de confianza en la medicina”.

En el mismo sentido apuntan las repetidas manifestaciones en Francia, donde, de acuerdo al Ministerio del Interior de ese país, este sábado 237.000 franceses salieron a las calles de más de 100 ciudades, por cuarta vez consecutiva, para expresar su rechazo a las medidas de control ante el covid-19. Si bien la epidemia vuelve a estar en expansión, muchos ven estas medidas como un ataque a las libertades civiles, y en Montpellier, una ciudad del sur de Francia, varios manifestantes insultaron a un farmacéutico que realizaba test de coronavirus en su establecimiento, tratándolo de “colaboracionista” –como se denominaba a los que ayudaban al régimen nazi en Francia– e incluso de “asesino”.

Mientras tanto, apoyados por las gigantescas compañías farmacéuticas, que han visto crecer sus ganancias de modo incesante durante todo el 2020, algunos gobiernos continúan comprando dosis a diestra y siniestra con la esperanza de poner a andar más temprano que tarde el circuito económico en sus países. En estos días, el laboratorio estadounidense Moderna señaló a través de un documento que “probablemente será necesario un refuerzo este otoño (en el hemisferio norte), debido a la variante delta”, justo el mismo día en que reportó ganancias por más de 4.000 millones de dólares hasta junio, en el primer beneficio neto semestral de su historia. Del mismo modo, Pfizer, que la semana pasada elevó cerca de un 30% sus proyecciones de ingresos para este año, anunció también que una tercera inyección administrada al menos 6 meses después de la segunda “provoca títulos neutralizantes contra la variante delta”.

Lo cierto es que, entre tanta “mentira organizada”, como reza la célebre canción de Miguel Cantilo, es difícil saber hacia dónde orientar la mirada. A los ciudadanos comunes nos resulta imposible conocer quién está moviendo los hilos de la hecatombe universal. Sólo vemos que a nuestro alrededor ya se están amontonando los cadáveres, y en ese sentido creo que vale la pena protegerse con una, dos o más dosis de vacunas mientras alzamos la voz para transformar nuestra casa global en un espacio vivible. El tiempo apremia y esta vez, pareciera que los planetas (y los líderes mundiales) no logran alinearse.

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